La
misión en nuestro Yavarí es tan incipiente, tan precaria, que casi cada
iniciativa es un comenzar de cero. Todo está como cogido con alfileres de
tal manera que siempre parece a punto de derrumbarse como un castillo de
naipes. Por eso hay que valorar cada pequeño “logro” y no extrañarse de los
aparentes “fracasos”, ambos conceptos entre comillas.
Por ejemplo: en una comunidad logramos que
haya un animador que se compromete, quiere prepararse, etc. De hecho viene a la
sesión de formación en Islandia e incluso al encuentro vicarial. Escuchamos
algún rumor de que este hombre se emborracha, pero en general todo parece
marchar… hasta que de pronto un día hay
una pelea en la pareja, el animador maltrata a su mujer y literalmente
secuestra a su hija pequeña llevándosela lejos. Hasta la fecha nadie sabe
nada de él y esa comunidad sigue sin liderazgo.
Con las ayudas que conseguimos también las
cosas pueden torcerse. Hay otro lugar donde, al preguntar cómo va el manejo del
botiquín que hemos donado, varias personas
ni saben de qué les estamos hablando, “¿es
que hay remedios a disposición?”, la primera en la frente. O bien se comenta que los medicamentos solo
se los dan “entre ellos”, es decir, entre los ticunas, para los mestizos no hay.
En la reunión de la noche, el promotor, que se había quedado al cargo, intenta
explicar que “yo tengo que ganar algo
para mi familia, entonces debo vender las medicinas etc etc”. Un lío,
cuando en teoría quedó claro todo en la capacitación, y especialmente que no se
vende, sino que se comparte y la gente aporta un poquito para reponer.
Este recorrido incluye un domingo, vamos a
decidir en qué sitio estaremos ese día, una comunidad donde celebrar la
Eucaristía no sea demasiado raro y al menos el animador y su familia comulguen.
Ya: aquí. De modo que avisamos, yo mismo
le digo en persona al animador que estaremos allí el día 15… y cuando llegamos
el día 15 han viajado todos a Caballo Cocha. Eso es lo que hay; a la misa
llegan dos personas. Al menos una señora nos regaló huevos sancochados para la
cena.
Todo
cambia, como canta Mercedes Sosa, y a menudo rápidamente y de manera imprevista. Una familia que habíamos visitado ya no vive allí, otro animador
resulta que de un día para otro huye buscado por la justicia, una casa que
conocemos en el siguiente viaje ya no existe, la han desarmado entera y se han
marchado sin decir adónde. Una joven catequista que había iniciado un grupo de
niños, súbitamente y sin previo aviso se va a vivir a Bogotá; otro catequista
prometedor también se ausenta de golpe para trabajar en Iquitos, y ya no ha
regresado; y otra simplemente se queda embarazada y chau la catequesis, ay
Diosito.
La
misión está en pañales por esta frontera. La
“plantación” de la Iglesia (Ad Gentes 6) apenas se encuentra en la fase de
desmontaje de la chacra y preparación de la tierra. Es una evangelización
sujeta con pinzas, animosa pero incierta, y de momento se expresa en estructuras poco definidas y nada firmes. Eso la hace
apasionante porque significa que van a venir más cambios, que habrá que adaptarse a muchas circunstancias
y continuar inventando, sin tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos y
a lo que tratemos de hacer.
Secuelas de la chocolatada |
Porque
lo imprevisible es escenario privilegiado del humor de Dios y sus sorpresas. El otro día, en San Sebastián, una comunidad crucista y
aparentemente hostil, cuando parecía que la reunión (sobre apoyos, construcción
de baños, etc.) ya iba a terminar, la gente añade un último punto: el Bautismo.
La señora Katy, que ya nos había hablado de ello en otros momentos en voz baja
(como para que nadie se molestase), plantea esta vez el tema abiertamente, y
otras personas también. ¿Cómo hacemos para preparar a los papás y padrinos?
¿Cómo preparar a los adultos que desean bautizarse? Nos quedamos boquiabiertos.
PS: Es curioso cómo se repite la historia y las reflexiones son tan similares en contextos tan distintos como la selva y los pueblos extremeños. Vean si no la entrada del 6 de noviembre de 2012... Si me descuido le pongo el mismito título.
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