A ver si se va a pensar alguien que no, eeehhh? Es verdad que me fui de allí por mi propio pie, pero fue a causa de una situación muy particular que entendí que solamente podía empeorar... Y estoy muy contento de la decisión que tomé porque ahora me encuentro muy bien (¡qué diferencia!). Eso no es óbice para que yo reconozca que en Monesterio, el pueblo donde vive mi hermana Mª Elena y su familia, mis sobrinos Luis, Carlos y Manuel, hay mucha gente que me quiere. Una demostración la tuve anteayer: la Asociación de Mujeres Rurales me había invitado a su cena de Navidad y me sentí muy bienvenido, muy querido y muy arropado por más de cien mujeres a las que dediqué unas palabras. De ellas pongo algunas escritas con todo el cariño para las mujeres rurales, especialmente para las de mi Monesterio.
No sé si sabré estar entre tantas mujeres… aunque pensándolo bien vivo entre mujeres; es verdad. En mi casa somos dos hombres contra cuatro mujeres. En mi calle, curiosamente, predominan las mujeres. Y en mi parroquia… el 90% son mujeres, mujeres rurales, en los grupos y en la Eucaristía. Así que mi vida no sería posible sin las mujeres, son ellas las que sostienen todo, las que animan, empujan y se responsabilizan. Y es así en general en mi pueblo: las mujeres son la fuerza de la vida, son el motor que hace que todo ruede y que lo cotidiano se mantenga en pie.
Esto hace mucho que lo pienso y que lo veo; he estudiado que el sexo es algo culturalmente construido, es una representación mental que se cuela en nuestras cabezas y que a poco que observemos la realidad, salta por los aires.
Muchas mañanas salgo a andar con un grupo de mujeres; quedamos en la puerta del colegio y emprendemos el camino. Ellas, antes de eso, han iniciado la lucha diaria con los niños: levantarse, vestirse, el desayuno, el bocadillo del recreo, la mochila… Son ellas las educadoras de sus hijos, las que los llevan por la tarde a las extraescolares, las que se ponen con ellos a hacer los deberes a la hora de la siesta, las que hablan con los maestros o van al instituto a una reunión.
Son a la vez las trabajadoras del hogar. Después del paseo vienen las camas, la limpieza, la comida, la compra… Tareas interminables, recurrentes, cada día vuelven, agotadoras… Trabajo que, como no es remunerado, no valoramos; es algo a lo que los demás tenemos “derecho”, pero que los maridos y los hijos no comparten; si acaso “ayudan” (“mi marido me ayuda mucho”).
Las horas del día transcurren y mis compañeras de caminata mañanera no logran sentarse cinco minutos: pasan de una tarea a otra corre que te corre, como si la jornada fuera una gymkana. No importa que la noche haya sido “toledana”: son ellas las que velan cuando los niños están malos; las que se quedan en el hospital cuando hace falta; da igual el cansancio, el resfriado o la depre, las mujeres son las cuidadoras de todos, son el fuego del hogar. Cuidan a la familia, a los vecinos y por supuesto a los mayores; cuando un hombre anciano ya no puede valerse, lo cuida su mujer; cuando es la mujer la que no se tiene en pie, la casa se desbarajusta y a menudo la solución es una residencia. A mí también me cuidan; mi vecina Josefita me trae cañonazos de potaje cuando me ve flojucho; y los viernes por la noche, después de mil reuniones, me encuentro un trozo de tortilla y las camisas planchadas.
Son las trabajadoras, las educadoras y las cuidadoras. Me hace gracia cuando a las mujeres las llaman “el sexo débil”. Después del maratón de trabajos, tienen tiempo para coger las aceitunas, hacer la matanza, la limpieza del verano, pintar, las hay albañilas, barrenderas de las calles… Fuertes, son muy fuertes. Mujeres tremendas, imparables, las veo patearse el pueblo con las bolsas, multiplican las horas, pueden con todo… Les da tiempo a ser además profesora, médica y ATS, alcaldesa de mi pueblo, fisioterapeuta, estanquera, trabajadora social… y catequista, voluntaria de Cáritas, jefa de una hermandad, lectora… y en los ratos libres a limpiar la Iglesia. Ay, “el sexo débil”. Las mujeres son, sin quejarse demasiado, el centro de todo, quienes posibilitan la vida y hacen que en el fluir de las cosas todo encaje y funcione. ¿Cuándo daremos a las mujeres el puesto que le corresponde en la Iglesia? Y no sólo para fregar o limpiar (como las monjas en la Sagrada Familia), sino para decidir…