Para mí
es una nueva experiencia, porque durante años voté por correo, y luego he votado en Mérida en todas las elecciones, incluidas las municipales: es la primera vez que me empadrono en el pueblo donde vivo, y por tanto la primera vez que cumplo con mi deber ciudadano de votar donde sirvo como cura.
Además, este año he vivido las elecciones y la campaña más "desde dentro" por tener más relación con los candidatos, por conocer más los entresijos. A nivel local las elecciones se vuelven "de pueblo", la política se pone
bata de boatiné y por supuesto que es
mucho más que porcentajes: es nudo donde se entrecruzan grupos familiares, tradición, clichés, intereses económicos, afanes de notoriedad, redes de relaciones... La democracia está
tuneada por la cultura de cada lugar, y eso en estos pueblos extremeños del mundo rural
pequeño se hace gráfico en una gama de relieves que van de lo divertido a lo esperpéntico.
La afinidad personal es un aspecto decisivo, como suele ser norma. Y la
costumbre familiar. "Nosotros somos de derechas", o "en mi casa votamos al PSOE" es algo casi hereditario, como el color de los ojos, qué gracia. Aunque ya no quede claro la diferencia entre "izquierda" y "derecha", o sea un mero rótulo, o una marca de contenido mítico e intemporal. También te dicen "en mi familia no somos de ir a la iglesia", jejeje, pues tres cuartos de lo mismo.
Como hay tan poca gente, se ven cosas que te arrancan una sonrisa: un candidato número 1 a la alcaldía que, por la mañana, conduce él mismo el coche
bocinero adornado con globos que anuncia... ¡su propio mitin!; los que reparten la publicidad y los sobres, cargados, pateándose el pueblo,
son los propios miembros de las listas, que también están ahí en el momento de votar, porque son al mismo tiempo candidatos, interventores y apoderados... así que tienes delante las caras de aquellos que se presentan, para que no se te olviden. Luego dicen que en la parrroquia somos los mismos para todo, pero oyes, ¡en todos sitios cuecen habas! El personal está más
repetido que el chorizo frito.
Todavía ha habido quien me ha preguntado esta mañana si "¿es que los curas también votáis?" (un verano alguien se soprendió en una tienda de que los curas sudaran, yo le dije que hasta "meamos y demás",
mirusté). Claro que sí, somos como cualquiera, con los mismos derechos y obligaciones, y con nuestras simpatías y posicionamientos ideológicos. Aunque yo creo que por nuestra condición es bueno mantenernos neutrales y llevarnos bien con todos,
sin identificarnos con ningún partido, cosa que trae muchos problemas. Curiosamente, hay quien sigue creyendo que ser cura o católico y ser del PP va en el mismo
pack, como los yogures... es otra de esas simplezas que adornan a más de un portento.
Hay que tener cuidado para que ser de unos o ser de otros
no pase al terreno de lo personal y estropee las relaciones; en más de un pueblo los adversarios políticos se han vuelto
enemigos a tiempo completo y directamente ni se hablan. Me gusta Santa Ana porque aquí no es así: bastantes contrincantes son amigos entre sí, bromean y se llevan bien. Aunque hay algún golpe bajo, prevalece el "buen rollo". Menos mal, porque de lo contrario la política haría la vida irrespirable, y en mi pueblo huele a alcornoque, olivo y buena convivencia.