- Padre, ¿cuándo me vas a regalar un Corazón
de Jesús?
- ¿Cómo así…?
- Una lámina pues, el Sagrado Corazón, bonito,
para colocarlo en mi sala.
- Ya pué.
Y es que doña Narcisa es una mujer clásica, de
las devociones de toda la vida, dice que “me gustan todos los santos”. Casada
con Aurelio, el motorista y compañero de fatigas del famoso p. Real, párroco emblemático
en Caballo Cocha, ella es una auténtica referencia en esta parroquia
centenaria, tal vez la más antigua del Vicariato.
Lo es por sus muchas horas de vuelo, más de
cincuenta años de servicios de todo tipo a la comunidad, y muy especialmente en
la catequesis. Narcisa vive en el barrio Sánchez Cerro, una calle larguísima
paralela a la cocha donde encostan las lanchas, que aún hoy día sigue siendo un
barrizal a pesar de la pista para motocarros. Un lugar humilde de la capital
del Bajo Amazonas, que cada año alaga un metro en época de creciente, donde por
décadas los niños han podido vivir sus sacramentos (bautismo, primera
comunión), gracias al empeño de esta señora.
Si alguien en el Vicariato debería recibir el ministerio
de catequista, sin duda es ella. Ha pateado su sector, ha batallado con los
papás y mamás, ha animado sin descanso a los chibolos, los ha recibido un día
tras otro en su casita, han aprendido las oraciones, han leído la Biblia, les
ha enseñado la vida de Jesús… Ahí, noble, pertinaz, comprometida, de palabra
clara y directa. Cuando es sí, sí, y cuando es no, no.
De hecho, ahora mismo nos está reclamando a
Ramón y a mí, que estamos en su casa, que este año ninguno de los misioneros
ha venido a acompañar la catequesis de su zona. Para motivar a los críos, y
conversar con los padres, recordarles sus responsabilidades como educadores.
“La hermana Marta Rueda venía, y ahora, ¿qué? Nadies apareció”. No tiene
pelos en la lengua no.
“Además, tampoco hubo capacitación para
catequistas en la parroquia. ¿Cómo voy a enseñar, si yo no sé?”. Narcisa,
con más de 60 años y sin haber aprendido a leer y escribir en su infancia, fue
al centro catequístico y compartió la formación con los adolescentes y jóvenes,
que la llamaban “la abuela”. Viejita que seguro ganaba a todo el mundo en
energía y entusiasmo.
Dice que “antes era así, no nos mandaban a
las niñas a la escuela”. Y los indígenas yagua, como ella, menos; incluso
su padre decidió con quién se tenía que casar… “¿Y por qué eligió tu papá a
Aurelio?” – le pregunto. - “No sé. Le parecería trabajador”. Y pegamos una
buena carcajada. Desde luego, con Narcisa no te aburres un momento y ríes a
gusto.
Contribuye sin duda el masato. Cada vez que
vamos a visitar a esta familia, ella nos obsequia con un buen vaso y disfruta
de cómo lo celebramos. Siempre, desde mis primeras
veces en Caballo Cocha, Narcisa me ha invitado a su casa tras darme un gran
abrazo después de misa. Con su vista cansada, cuatro hijos y dos sobrinas ya criados,
el peso de sus 70 años, un incendio ocurrido en su vivienda y ese dolor que
padece en una pierna desde que el año pasado “me botó al piso un motocar”,
sonríe generosamente con su dentadura desigual y expresa un cariño genuino.
Ahora está renegando porque de nuevo he
olvidado traerle a su Jesusito. “Aunque últimamente prefiero al Divino Niño”. De
pronto le entrego el paquete, lo desenvuelve y vibra de felicidad al mirar la
estampa gigante del Corazón de Jesús. Cuando “don Aurelio” (así le llama,
yo me parto) le confeccione su marco, que el padre Ramoncito se lo bendiga.
Todo un personaje, doña Narcisita. Una
institución en Caballo Cocha. Con un corazón grande y en llamas, como el de la
imagen, colmado de pasión por el Reino, por la gente, por los niños. Con el
lenguaje de los más sencillos, sigue impartiendo la cátedra de la entrega y la fidelidad.


