Este año se me ha dado participar en dos misas crismales,
las de mis dos iglesias: en la que vivo y trabajo, o sea, mi Vicariato amazónico
de San José; y la que me envía, es decir mi diócesis extremeña de
Mérida-Badajoz. Por ese orden. He renovado dos veces las promesas sacerdotales
(no vaya a ser que me olvide, ¿eh?). Y he podido apreciar las diferencias y
similitudes…
La rúbrica sitúa la misa crismal el Jueves Santo, pero sería
materialmente imposible que los curas nos fuéramos de las parroquias ese día, con
la cantidad de cosas que hay que hacer; por eso en la catedral de Badajoz es el
martes santo. Y en la de Indiana siempre celebramos la misa crismal durante la Asamblea
Vicarial, aprovechando que estamos ahí la mayoría de los presbíteros; este año
fue el jueves 29 de febrero, en plena Cuaresma... Ambas misas fuera de fecha.
Diría que acá había más de 100 sacerdotes, todos vestidos
igual; en Indiana aquel día, 12 o 13 (somos creo que en total 14 y faltaba
alguno) y cada cual con su estola a su estilo. En los dos casos la melodía de
entrada fue “Pueblo de reyes”, pero en la sede vicarial no se escuchó el latín,
mientras que en la catedral metropolitana la mitad de los cantos se entonaron
en ese idioma, primorosamente acompañados por el coro y el órgano; allá guitarra,
pandereta, quena y percusión.
Los compromisos del día de la ordenación fueron actualizados
de manera compartida y semejante. Resulta peculiar sentirse parte de dos
presbiterios al mismo tiempo, una gran suerte que vivo con agradecimiento
pues conecta con la médula de lo que supone para mí ser misionero. Recibí
muchos abrazos de condolencia, y algunos me confortaron de verdad.
En la bendición de los óleos y consagración del crisma
advertí algunas divergencias: los momentos en que se realizaron, el tipo de recipientes…
En mi selva se mezcla allí in situ el bálsamo perfumado con el aceite,
acá estaba ya todo listo. Por supuesto los textos eran los mismos, pero en
Badajoz los que traían y llevaban las ánforas plateadas eran siempre sacerdotes, mientras
que en Indiana lo hicieron fundamentalmente laicos.
Y no es un detalle menor: la misa crismal del Vicariato, en
el contexto de la Asamblea, donde nos reunimos todos los misioneros (que son mujeres
en un 65% y laicos en un 25%), los delegados de los puestos de misión y otros
agentes de pastoral, refleja el carácter no clerical, desde siempre, de
nuestra iglesia misionera: los participantes presbíteros no llegábamos al 15%
del total, mientras que en Badajoz probablemente era al revés.
Es siempre una misa en la que el pueblo lindo festeja a sus padrecitos.
Sonaba solamente el tambor y don Oscar (en la foto) o la señora Janet portaban
danzando los tarros de cristal con los óleos santos para que fueran
bendecidos. El equipo de Caballo Cocha, encargado de preparar la celebración,
colocó un par de elementos así, puramente autóctonos, que remarcaron el
protagonismo de nuestra gente.
Y el mejor fue el gesto de la señal de la cruz, que un
niño, un joven y un adulto nos marcaron a los curas sobre la frente;
recordándonos así que somos consagrados como servidores del pueblo, del que formamos
parte por el Bautismo, y en el que no somos más que nadie.
A mí me tocó Mayra, la hija de Mariana, que tiene 11 años, y
con su media sonrisa se acercó para profundizar de ternura el distintivo
invisible de mi vida, elegida por Diosito para alimentar a los más pequeños y
vulnerables. Tal vez su dedo chiquito pueda despertar cada día en mí el
deseo de estar a la altura del don que he recibido, así oré en silencio.
Aparecieron todavía símbolos varios, el pango y el masato
camparon por las estrofas del canto de comunión, pero yo ya seguí bajo el encanto
de aquel instante tan especial. En Badajoz hubo un aperitivo (Payva, lomo,
jamón…) después de la misa; en Indiana, reunión de coordinación con gaseosa y
galletas. Cada cual su singularidad; y yo de la selva.