Arreglar caminos; preparar la cancha de fútbol; desmontar
una chacra; construir el salón comunal; limpiar de hierbas una zona de uso
público… Son faenas que únicamente
pueden hacerse si colabora un buen grupo de personas, y para ello la cultura amazónica
tiene un sistema de redistribución del trabajo y de ayuda mutua: la minga.
A veces se plantea como una tarea comunal obligatoria y con
multa si alguien no acude, pero es más genuinamente selvático hacer una llamada a los vecinos o amigos
para afrontar una intervención que, de otra manera, sería pesada, cara o
directamente imposible. Y como puede ser también para beneficio de una
familia o una persona particular, funciona el “hoy por ti, mañana por mí”, la
forma de cooperación más antigua en la era del homo sapiens.
En Angoteros la minga comenzó en la mañana después de que
Domi había convocado a la vecindad los días anteriores. El plan es reparar el puerto de la casa misionera, que
usan todos, y colocar un puente de madera para que se pueda salvar la
quebrada contigua. Mientras los hombres se alistan, las mujeres van acudiendo
con sus baldes de masato.
El masato es el
elemento simbólico de unión entre todos los implicados, además de servir de
alimento que da fuerzas para el duro y físico trabajo. Por eso los pates repletos corren con facilidad de
mano en mano, y menos mal que no está demasiado fermentado hoy y embriaga
moderadamente. La división de ocupaciones es clara: las warmis cocinan la única comida del día, que se servirá al final de
la jornada, y los caris empuñan
machetes, picas, lampas o guadañas.
Se van colocando a modo de escalera unas tablas previamente cortadas,
para que se pueda bajar hasta la orilla del Napo sin resbalarse por el barro y descoñetarse. El personal labora entre risas
y bromas, de manera distendida, esta chamba no es obligatoria, nadie te
paga por ella ni te exige, lo hacemos entre todos para provecho de todos.
Para el puente deciden, tras un largo debate en kichwa,
tumbar un palo grande que hay junto a la orilla. Ahí intervienen los
motosierristas más expertos. Son las dos de la tarde y el sol es brutal, sudo a
chorros aunque casi nomás observo y río, y por supuesto también me corresponden
buenos tragos de masato. Para controlar la caída del árbol sin que haya peligro,
atan gruesas sogas que sujetamos todos los que podemos. La sacudida es tan violenta que, a pesar de que aparto rápido mis
manos, el cabo se desliza y me quema la palma derecha.
Mientras meto la mano en el agua, agarro una botella helada
y me aplico pasta de dientes, el tronco es cortado y preparado para que sirva
de puente. Al rato se jala y se gira
para situarlo en su lugar, se asegura y en un pis pas le hacen su agarradero para que sea más achorado. A esas horas ya está listo el almuerzo, de modo que nos vamos
sirviendo, los cuerpos cansados y relajados, el apetito canino y la
satisfacción por la obra culminada.
Aparecen unas cuantas cervezas para que las carcajadas se
desaten del todo, las mujeres siempre más recatadas y sentadas en el piso; y
por todas partes muchos niños, siempre, la vida desbordada, los rostros del
futuro de este pueblo. La minga es una
fiesta, un día de consolidar lazos y reforzar alianzas, de exhibir lo
primordial que es vivir unidos.
Como parece que nadies
se quiere ir, Domi prende el motor para que se mire un poco la tele. Las
noticias dicen que en el recuento electoral va primero Pedro Castillo, casi
seguro va a ganar el lapicito, así
que en el jolgorio decidimos bautizar al nuevo puente como “Puente Castillo”.