Querida Santa Ana:
Aquí tienes en este día grande
a tu pueblo, aquí tienes a los santaneros que hoy te celebran como Patrona,
madre de la Virgen y abuela de Jesús. Estamos todos muy contentos de vivir esta
fiesta con nuestras ganas de juerga y de diversión características. Es verdad
que la vida se hace difícil a veces, pero hoy queremos sonreír, cantar y bailar,
porque hoy es nuestro día, hoy es tu día, Santa Ana.
¡VIVA SANTA ANA!
Dentro de un momento, Santa Ana, cuando acabe la misa, vamos a ofrecerte flores. Cada persona se acercará para regalarte una flor, que es un pedacito de hermosura, breve pero fragante. Es la belleza de nuestro pueblo, que se llama como tú, Santa Ana, una belleza modesta pero auténtica y siempre generosa.
Ves esa belleza, Santa Ana, en la jota, que es como un dibujo en el aire del carácter de nuestro pueblo, la melodía de su raíz y de su alma extremeña. Ves esa belleza en el campo, cuando en el Arroyal el sol se abre camino jugando con la niebla las mañanas de invierno. La oyes en los golpes de la jacha corchera, en las risas de los niños que revolotean hasta la Peña, en el rumor lejano y dulce de la dehesa. Ves esa belleza santanera, sobre todo, por las calles de tu pueblo, en nuestra gente; sí, porque el tesoro de Santa Ana es su gente. Los mayores, que caminan despacito, con el peso del tiempo, y guardan en el corazón la historia y la experiencia. Los pequeños, que rebosan futuro. Los jóvenes, que luchan por salir adelante con esperanza. Los padres y las madres, los mostrenquitos que te hacen una bomba en la piscina, los hombres del campo que se toman el café a las siete de la mañana, las mujeres que van al mercadillo, cascan y no compran nada y luego salen en el teatro, los que se entrenan por las noches en el campo López Palacios, quienes estudian, quienes asean a un enfermo, los que trabajan, los que se sienten solos, las lágrimas que recorren los rostros en silencio y la sombra del pino en las tardes largas del verano… Todo, toda esa belleza, esa fuerza, esa serenidad y esa pobreza, todo lo nuestro, todo lo que somos, todo lo que tú ves siempre desde tu iglesia y hoy paseando entre nosotros, todo es flor que te ofrecemos.
Sabemos que tenemos muchos defectos, como todo el mundo. Pero para ti guardamos lo mejor nuestro, la flor más hermosa, que es nuestra solidaridad, nuestra capacidad de movilizarnos para ayudar a quien está en dificultades, para aunque sea vendar entre todos una herida o dar un abrazo. Es una flor que deseamos darnos unos a otros: salir de “lo mío”, preocuparme primero por mi hermano, por mi vecino y sus necesidades, que por mí mismo. Ayúdanos, Santa Ana, a buscar el bien común, a luchar por él, con tenacidad, aceptando los sacrificios y comprometiéndonos contigo, con tu pueblo.
Lo que nos enseñan las abuelas
nunca se nos olvida. Tú enseñaste a tu hija María a leer, y a tu nieto Jesús a
querernos. Y el Señor ama todo lo nuestro, ama el pueblo que se llama Santa
Ana, como su abuela. Y, también como tú, nos está queriendo y protegiendo
siempre, nos abraza y nos da su gracia. Y con esa seguridad hoy Santa Ana te
colmamos de flores y nos vamos de fiesta, hasta que los tambores de la banda
aporreen y la diana nos despierte.