viernes, 27 de abril de 2018
ABYA YALA - TIERRA MADURA
No tenía muchas ganas de ir al encuentro panamazónico de la vida religiosa, esa es la verdad. Pensaba que me encontraría un poco fuera de lugar, pero más bien era por pereza de manejarme de golpe entre mucha gente desconocida y trabajar durante cinco días. Pues menos mal que fui, ahora me siento sereno y agradecido.
Mi compañero Luis Miguel Modino ya publicó en Religión Digital una magnífica crónica de este evento, como dicen los colombianos: La Vida Religiosa se compromete a hacer realidad una nueva eclesialidad panamazónica http://www.periodistadigital.com/religion/america/2018/04/25/la-vida-religiosa-se-compromete-a-hacer-realidad-una-nueva-eclesialidad-panamazonica.shtml. Lo recomiendo. Yo aporto nomás cuatro cosillas que me salen de corazonar lo que he vivido.
Sumar fragilidades. Un árbol sozinho no resiste el socave del barranco o la voracidad de la motosierra, finalmente se tambalea y cae por muy frondoso que sea. Pero muchos árboles juntos, además de anclarse a la tierra por las raíces, se sostienen unos a otros con sus ramas, y con ellos no puede la tormenta o el desborde del río. La iglesia en la Amazonía tiene que ser una red, muchas pequeñeces que, unidas, son capaces de hacer frente a muros de deshumanización. Modestas gotas con un insospechado potencial de vida sí forman un caudal.
Agarrar el ritmo. Ya sabemos que bailo fatal, pero me he dado cuenta de que, si estoy jalando los brazos de dos compañeros en una gran cadena danzante, se me da mejor. Al principio cada uno da los pasos por su lado, pero apenas pasan un par de minutos, acontece mágicamente una sorprendente sincronización. Es una experiencia de syn-odos, caminar juntos y con el mismo ritmo, de manera que el aliento de uno es la fuerza de todos, una iglesia inter, donde tudo está interligado.
Lo nuevo-nuevo. ¿Se puede soñar con una iglesia auténticamente amazónica? No con un lo-mismo-de-siempre pero con cosméticos a base de huito o plumas; no discutiendo si hay que cambiar el vino de la misa por masato, y ya. La espiritualidad de muchos pueblos indígenas es profundamente eucarística: el esfuerzo de la familia, la comida, la unión, el gozo de compartir, el cuidado mutuo… Podemos comenzar por esas fuentes para ir moldeando una iglesia con corazón inequívocamente amazónico, las culturas originarias están preñadas de carismas, y será un gustazo participar en su descubrimiento y su despliegue, en procesos de expresión, celebración y transmisión de la fe a su manera, dando a luz nuevas facetas del rostro de Cristo. ¡Uau!
Salir más. Encontrar el equilibrio misionero entre institución, inserción e itinerancia, como nos explicó Fernando López. Hay que ir, pero también hay que regresar, de lo contrario no habrá lazos ni cariño, no habrá procesos. Y yo deseo ver cómo crecen comunidades cristianas de pura cepa amazónica. Necesito salir, ir más, y más tiempo; no como una anécdota, ir y permanecer de alguna manera, comprometerme, ser suyo. Para que esta tierra madure de Evangelio, y yo con ella sea más abya yala.
Sostener la mirada. Una de las cosas geniales que nos propusieron hacer fue una rueda de miradas, cada cual ofrecía sus ojos al compañero y le transmitía así nomás, con la intensidad de la contemplación y la elocuencia del silencio. Porque las palabras a veces son solo relleno, no alcanzan a entregar nuestra verdad… Y qué tal cuando lo que nos une es tan poderoso que nos sentimos parte unos de otros… Y qué increíble emoción cuando miras a alguien a quien reconoces como tuyo desde siempre, y sabes que lo amas antes de verlo por primera vez. ¿Será posible?
¡Qué bestia! – dicen en Ecuador. Gracias por la debilidad, el río danzante, la belleza del rostro indígena, el sueño de llegar y las miradas-regalo. Todo es compartido. Gracias por las nuevas cuencas vivas de mi mente y por la maravilla de corazonar. Sí, corazonar, entender con el corazón, hallar luces interiores amando, dejarme llevar… Pouco a pouco, paso a paso, un caminho se faz.
lunes, 23 de abril de 2018
EXPECTATIVAS VS. REALIDAD
Pasó el segundo encuentro de animadores del puesto de misión y, aunque la valoración es positiva, no puedo evitar sentir un regusto amargo. Porque, mientras que en el primero, en octubre pasado, participaron once comunidades, en este solamente han acudido seis.
Ocurre que después de un año recorriendo el distrito, río arriba y abajo, después de visitar prácticamente todas las comunidades y de invitar a muchas personas a estos días de formación y convivencia, realmente esperábamos más respuesta. Mi compañera Zélia dijo algo muy verdadero: “Nuestras expectativas no nos dejan ver la realidad”. Sí, pues.
Un año de trabajo, con mucho entusiasmo, y lo cierto es que estamos empezando. De los treinta y dos caseríos que hemos visitado, en trece o catorce podemos decir que hay animador y por lo tanto posibilidad de que haya comunidad cristiana; de esos catorce, en nueve o diez habrá tal vez intento de reunir a la comunidad los domingos, pero en la mayoría de esos casos el grupo se reduce a la familia del propio animador, como en Remanso, Santa Rita, Dos de Mayo, Buen Suceso o Puerto Alegría, por citar ejemplos. Decir que tenemos comunidades cristianas es un alarde de optimismo.
La Iglesia de Jesús por estos sitios es de una debilidad extrema. Son lugares, a veces muy lejanos, a donde hemos ido e iremos, en un trabajo lentísimo de tratar de formar comunidades cristianas vivas, que re reúnen, celebran su fe, engendran nuevos cristianos y se comprometen en la construcción del Reino. Estamos a años luz de eso. Lista de nombres colocados en una programación y poco más. Pensar otra cosa es engañarse.
“¿Y de qué te extrañas, acaso no es una misión de frontera y primera evangelización?” Es verdad, pero continúo con mi esquema europeo que desea que las acciones planteadas “salgan bien”, es decir, “den resultados numéricos”. Debería valorar que hayan acudido de seis comunidades dejando trabajo y familia (había también una familia entera) para dedicar dos bonitos días a estudiar el discurso del Papa en Puerto Maldonado, los lineamientos vicariales 2018, el Bautismo y cómo preparar a papás y padrinos, la catequesis…
El diálogo y la participación fueron excelentes. Hubo un taller para armar la celebración del domingo a su manera y lo hicieron de maravilla. La comida resultó sabrosa, el alojamiento no planteó problemas al ser poca gente, Kalin pudo comprar un chip para su celular y en la noche del domingo vimos una peli de mosqueteros que nos encantó. Todos trajeron cosas de su chacra para la olla común (plátano, granadilla, fariña…) y las galletas que había en el refrigerio estaban riquísimas.
Pudimos dar las fechas para las visitas de este año, y todos reconocieron la voluntad de los misioneros por llegar a sus comunidades, valoraron el encuentro del fin de semana como muy bueno - en el que han aprendido muchas cosas -, agradecieron reiteradamente todas las atenciones y esfuerzos que hacemos en su favor y nos despedimos hasta que nos volvamos a ver.
Si seguimos así, creo que dentro de 10 años podremos ver algún fruto en forma de vida cristiana con cierta raíz y consistencia. Intentando que no se apague la llamita vacilante y que no se quiebre del todo la caña cascada. De momento, hemos de manejarnos con las semillas y los cinco panes más los dos peces. Al comienzo de la multiplicación, supongo que habría unos ocho panes y tres peces, o algo así, y luego fueron creciendo progresivamente en manos de los apóstoles. Unos pocos panes y peces, eso es lo que tenemos nomás, pero por ahí empieza todo. Una enorme chamba, un tremendo desafío, un proceso gigante que acompañar, con fe y valentía.
miércoles, 18 de abril de 2018
MAMÁ ELSA
La primera vez que fuimos a Santa Rita, a unas cinco horas
de surcada Yavarí arriba, como no conocíamos a nadie acostamos donde nos
pareció, y preguntamos en la primera casa que vimos al bajar del bote. Doña
Elsa estaba sentada en su puerta, y amablemente nos indicó dónde vivían las
autoridades. Al rato pasamos de nuevo por allí: “Cómo les fue?” – preguntó ella. “Muy bien, nos han dado permiso para dormir en el salón comunal” –
contestamos cargando las mochilas. “¿En el salón? Nooo. Ustedes van a
hospedarse en mi casita”.
Así fue como conocimos a Mamá Elsa (que se declaró
evangélica!!) y a toda su familia: su esposo Jaime, sus hijas Angelita y Luz
Marina, su yerno Alex y sus nietos Lisbet y su hermanito cuyo nombre no
recuerdo. En una casa amazónica es sorprendente la cantidad de personas que
viven respecto al poco espacio y la pobreza que se aprecian, pero allí nos
ubicaron a cuatro más, cuatro gringos totalmente desconocidos y recién
llegados. Debería decir que la
generosidad da sabor a la vida, pero acá los aderezos más bellos fueron la
naturalidad y la modestia.
Entre el baño junto a los bufeos, el lavado de ropa y el
transcurrir suave de la tarde, fuimos charlando. Doña Elsita es yawa, pero
apenas conoce unas pocas palabras de su lengua, ha olvidado casi todo. Cuando era niña recuerda bien cómo le
enseñaron a disimular su identidad indígena, a dejar atrás todas esas “supersticiones
y cosas propias de gente atrasada” y aprendió español para ser una
“auténtica peruana”, una “ciudadana de pleno derecho”. Aquellas políticas de
aculturación salvaje de los años 60 hicieron mucho daño.
Al menos conserva habilidades para hacer artesanías:
coronas, adornos, aretes y esos cordelitos para recoger el cabello que terminan
en una pluma de colores, que les gustaron a mis hermanas y a mi sobrina Pilar
cuando se los llevé. Incluso, con las
nuevas políticas de revalorización de lo indígena, ella fue declarada por el
Ministerio de Cultura como “Mamá Elsa”, madre indígena del Yavarí. Un honor que, como tantas iniciativas de los
últimos gobiernos, se quedan en algo meramente cosmético y no sirven para
mucho.
Aquella noche en casa
de Elsa y Jaime hubo un exquisito chilcano de pescado para todos, motorista
incluido. Y las visitas siguientes, las mismas atenciones y unos buenos
ratos de conversación que nos permiten entender un poquito más cómo es la vida
real de nuestra gente. Con el paso de los meses Alex, el yerno de Doña Elsa, se
ha convertido en el animador cristiano de Santa Rita. La última reunión,
presidida por el teniente gobernador, fue muy positiva, nos abrió perspectivas
para acompañar a esta comunidad tocando asuntos delicados: la educación, los
abusos contra la mujer, la trata de personas…
La semana pasada Elsita llegó a nuestra casa en Islandia. Tenía
su rostro totalmente abrasado tras cinco horas de navegación bajo un sol
implacable. En la tarde la vi recorrer las casas vendiendo coconas a un real la
redecilla, una miseria. Por la mañana
temprano, regresó con nosotros a tomar desayuno porque decía que con la venta
apenas había logrado reunir 8 reales, casi lo justo para la cena, y ya no tenía
nada. Alau, la invitamos con todo gusto.
Después del café se fue a la oficina municipal del banco a
recoger la plata del programa “Juntos”, porque quería de frente comprar los
útiles para su hija pequeña, que va a empezar la secundaria. Al poco rato
apareció de nuevo: “Ya no dan plata, el
plazo acabó el día 6; la próxima fecha el 28. ¿Qué voy a hacer?” – se lamentó.
“No te preocupes, nosotros te prestamos”.
Y así fue con Luz Marina a buscar doce
cuadernos, tres lapiceros, corrector y una mochila. Yo tuve que salir y al
regreso ya no las encontré, ni almorzaron con nosotros porque su bote surcó
rapidito. Pobrecillas.
En Santa Rita hay una lupuna gigante. Un árbol tan hermoso
que los tour-operadores de Leticia han colocado ese lugar en sus recorridos
turísticos, a cambio de… 600 soles mensuales para la comunidad (no llega a 180
euros). Mientras que los políticos se hacen
fotos vestidos con unku, encargan documentales
y se les llena la boca con supuestas acciones de apoyo y puesta en valor
de los pueblos originarios, la gente en las comunidades indígenas tiene que
pelear cada día por sobrevivir, son tratados a menudo como piezas vivientes de
museos etnográficos trasnochados o como ignorantes a quienes se pretende
canjear oro por bisutería, y ni siquiera se cumple con ellos la ley de consulta
previa antes de concesionar sus territorios.
Es una nueva oleada de aculturación envuelta en papel de
celofán y con fines económicos, como casi todo hoy día. La “Madre del Yavarí”
casi mendigando, pero eso sí, con su título, ¿eh? Muy seria nos dijo que “Yo no miento, yo voy a devolver lo que me
han prestado”. A mí no me cabe duda, porque en Doña Elsa nada es fachada y todo es sin trampa ni cartón:
acogida, sopa, quemaduras, coconas y honestidad.
jueves, 12 de abril de 2018
COMITÉ DE DEFENSA DE LA VIDA
No, no es un grupo antiabortista, aunque probablemente suena a eso. Y no porque no haya por acá “solución para el retraso menstrual”, que es el eufemismo habitual; es que las agresiones contra la vida y los derechos humanos son aún menos sofisticadas, más flagrantes, cotidianas, campantes e impunes. No podíamos quedarnos de brazos cruzados, así que de momento hemos empezado creando un grupo de acción.
La primera reunión tuvo un apartado de descripción de la realidad. Sobre la mesa, los datos elocuentes del trabajador municipal nos revelaron como más espeluznante lo que ya sabíamos: esta triple frontera en la que vivimos es una especie de barra libre para múltiples modalidades de violaciones de los derechos humanos. Se estima que el 10% de los menores sufre abusos, en su mayoría en el ámbito del hogar con la consiguiente capa de silencio y secreto; el porcentaje sube al 20% cuando hablamos de embarazos adolescentes, causados por profesores, funcionarios o trabajadores ocasionales en una comunidad.
Las víctimas preferidas son niños, niñas y adolescentes, los más indefensos. La explotación sexual de menores (de 12 a 16 años) está a la orden del día. A veces son los mismos vecinos quienes te cuentan que en esa casa, las noches que la mamá sale, llega un hombre, fulanito, cuando la niña está sola… Esa mamá (si es que merece ese nombre ya) proxeneta ganará una buena suma. Iquitos se ha convertido en un punto clave de captación de chicas para la trata; Natalia, la trabajadora social que nos acompaña, dice que las niñas son llevadas allí desde la frontera para después derivarlas a otras regiones del Perú y hacerlas desaparecer.
Son vidas truncadas cruelmente. A las muchachas les quitan sus documentos, las encierran, les impiden todo contacto con el exterior y las obligan a prostituirse con la excusa de pagar la deuda que han contraído. Son esclavizadas y a menudo sus familias nunca más saben de ellas. Varias veces he oído a Gustavo Gutiérrez definir al pobre como el que muere prematuramente… A estas chicas les destrozan la vida bien tiernas.
El Papa Francisco, cuando en Puerto Maldonado habló sobre la trata de personas, dijo: Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: "¿Dónde está tu hermano?" (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? [...] No nos hagamos los distraídos. Hay mucha complicidad. ¡La pregunta es para todos! Es cierto que los primeros que están enfangados son las autoridades (como si el encargado de cuidar a los ratones fuera el gato), pero también es verdad que tanto atropello a plena luz el día es posible porque hay muchas “miradas para otro lado”, balones botados afuera y manos lavadas porque no es cosa mía.
Especialmente repugnante me pareció el tema del matrimonio servil. Mediante la oferta de falso padrinazgo, hay hombres que se llevan a una chica de algún lugar remoto del río: “Si dejas que tu hija se venga conmigo, no le va a faltar de nada, va a ir al colegio, etc.”. Y los papás, que son pobres y tal vez tienen ocho o nueve hijos, cobran y se dejan engañar… ¿o habrá gente tan ignorante como para creer esas patrañas? Recuerdo que cuando estábamos en Iquitos preparándonos para ir a la visita del Papa, le pregunté a un indígena: “¿Tienes familia en Iquitos?” “Sí – me dijo- una hermana”. “Ah ya. ¿Y vas a visitarla?” “Es que no sé dónde vive”. “Pues llámala por teléfono”. “No tengo su número; no la podemos ubicar en Iquitos”. Su hermana tenía 16 años cuando se marchó, con permiso de su familia, con un trabajador que había estado construyendo la escuela de su pueblo para ser su esposa. Hace dos años que no saben nada de ella. Se me paran los pocos pelos que me quedan.
Es algo gigante. ¿Qué podemos hacer frente al poder destructivo de la codicia humana? No mucho, pero al menos conversar, preocuparnos, informarnos y, en lo posible, prevenir, formar a otros, denunciar cuando se pueda e incluso acompañar casos si se nos presenta la oportunidad. Con esta modestia nació el comité para la defensa de la vida y los derechos humanos, personas que aspiramos a dormir mejor sabiendo que intentamos no ser cómplices con el silencio, haciéndonos los desentendidos o disimulados dando rodeos al pasar junto a alguien “ante quien se vuelve el rostro” (Is 53, 3).
viernes, 6 de abril de 2018
COMO LA VEZ PRIMERA
Esos colores, las semillas, el pan, la canoa, las sandalias…
me bastó mirar el altar amazónico del
Jueves Santo para que me sintiera
conectado con lugares, rostros, sonidos, imágenes, emociones de otras Pascuas,
en Puebla, en Valencia, en Sanlúcar, en Calamonte, en Santa Ana… todas
experiencias especiales y únicas, reediciones siempre nuevas del momento
fundacional de mi fe y mi vocación.
No fue la primera vez que vi cómo más personas lavaban pies
además del sacerdote, pero sí fue la
primera vez que me lavaron los pies a mí. Cada cual lavaba al que tenía al
costado, puesto que en la comunidad todos
somos iguales, todo es de todos y todos somos necesarios, nadie puede
quedar excluido. La simetría radical en los seguidores de Jesús queda definida
por el servicio humilde y la reciprocidad; o al menos, así debería ser, y eso
lo festejamos en Islandia también partiendo un solo pan y tomando vino servido
en una gran jarra de cristal.
Unas horas antes, en Santa Rosa, el aviso fue sacar un pie, “el que tenga el juanete menos gordo”, y
besar el pie del hermano después de lavarlo. La celebración del Amor Fraterno
terminó en un compartir de galletas, gaseosa, pan, risas… nada mal en una comunidad con graves problemas, un pueblo en el que
parece que la fe está prácticamente liquidada. Ya ahí había desaparecido la
sensación de que “estás frío, es como si
no fuera Semana Santa…”; de eso nada. No me pude quedar mucho porque el
último rápido a Islandia sale a las 5:30 de la tarde, y yo logré llegar, tras
carrera de motocarro y chalupa, a las 5:27 a la balsa.
El Viernes Santo está siempre lleno de silencio. En el
centro de la iglesia, con los bancos colocados alrededor, la Cruz se dejó adorar de muchas maneras, y no solo con el tacto, sino
con la mirada y el silencio. Recordé tantos gestos de veneración de otras
Pascuas y muchas lágrimas, que forman, con estas manos amazónicas, un inmenso
grito ahogado por las existencias malogradas, por tanta naturaleza devastada,
por los abusos e injusticias, por la vida truncada de las víctimas “ante quien se vuelve el rostro”, por la
crudeza de la maldad humana, siempre y en todas partes. Los símbolos se dejan
rebasar por la elocuencia de la verdad que está detrás de cada historia en la
que muere “el autor de la vida”.
La Pasión la leemos caminando por los puentes, y los jóvenes
van representando las escenas. Carlos vuelve a hacer de Jesús y se va
ensangrentando más y más a medida que le van atizando los romanos. Las mujeres
lloran un poco bajito para mi gusto, y Pilato condena con el ceño fruncido, muy
metido en su papel de cobarde útil. Tengo
que esforzarme para no hacer demasiadas bromas, la gente marcha seria y solemne
y no es plan… Todo se ha superado respecto al año anterior empezando por el
sonido, porque ahora tenemos un parlante
que ya convirtió la procesión de los ramos en una especie de divertido
pasacalles musical con pancartas, muy al estilo de acá.
Clásicos problemas al comienzo de la Vigilia: no hay un
palito para encender “esa vela grande” (en palabras de Lía, de 11 años), el
viento apaga todito, amenaza lluvia… pero nada nos detiene, y cuando el cirio
pascual entra en la iglesia a oscuras iluminada por las velitas, y luego se
canta aleluya en el pregón, una sacudida
me recorre porque mi cuerpo reconoce el sabor de ese instante y lo que
significa en mi vida. No me sale expresarlo, solo buscar las palabras de
Tagore: “¡Qué plenitud la de tu alegría
en mí! (…) Tus alegrías están jugando sin parar en mi corazón”.
De hecho, mientras se iban leyendo las lecturas ya tenía
ganas de bailar, cosa que casi únicamente ocurre en esta celebración. Y claro
que bailamos. Y nos rebautizamos unos
a otros diciéndonos esta frase: “Da vida”. Y después todos comimos arroz chaufa
con pollo, y tomamos refresco de cocona, Inka-cola, empanadillas y guaraná… Pasan los años, para mí exactamente 33
pascuas ya (desde que era adolescente), y sigue siendo especial; hoy y acá con
esta gente, con el cariño que le da alma a la fiesta y la graba en el álbum de
las grandes ocasiones. Como la vez primera.
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