No me lo podía creer… Un paseo con los ojos abiertos te
planta una bofetada de injusticia. Las evidencias del abandono de esta
población por parte del estado son abrumadoras. Me duele que también nosotros
estemos aparentemente retirándonos, ojalá que sea solo un piome*, como
dicen en mi pueblo.
Ingresamos la señora Emérita y yo a la posta y se te cae el
alma a los pies. Paredes llenas de humedad, mobiliario desportillado, huecos
literalmente llenos de basura, madera atacada de comején, un tensiómetro que no
funciona, historias clínicas acumulando humedad mordidas por la rata, camillas
rotas, armarios oxidados… Pero lo más grave es que no tienen médico. Eso
sí, el edificio bien pintadito y bonito por fuera, un auténtico sepulcro
blanqueado.
Seguimos caminando, la vereda de Yanashi sigue la quebrada y
es larga. Veo los restos de la “casa de fuerza”, dejada a medio construir; con
la alcaldesa nueva tienen tres horas de luz al día, de 6 a 9 pm, pero los años
anteriores los han soportado prácticamente sin electricidad. Tampoco tienen
agua y desagüe; pero sí está la instalación de Water Mission, o lo que queda de
ella, otra ruina que muestra el vergonzante desamparo de este pueblo, a
merced de los depredadores de turno.
Y hay más “elefantes blancos”: un nuevo local comunal que es
un vestigio de ladrillos que se caen, veredas rotas, la plaza impresentable… La fealdad de la iniquidad. ¡La
Iglesia tiene chamba! Solamente denunciar las graves carencias y las
violaciones recurrentes de los derechos fundamentales ya bastaría para llenar
kilómetros de programaciones. Me aturden por igual la capacidad de aguante
de la gente, su pasividad y la impunidad rampante.
Hay que organizar la economía de la misión, espinoso asunto
que siempre ha sido cosa de los misioneros. “Ustedes están sobradamente
preparados” - trato de contrarrestar esas caras de perplejidad con una
andanada de motivación. Lógico, porque están acostumbrados desde hace
décadas a que los canadienses (y los que llegaron después) lo resuelven todo,
lo dan todo y lo manejan todo. Los laicos nunca han tenido arte ni parte y,
como recibían, ni se les pasaba por la cabeza que hay que aportar.
Pero ahora… ay. Sin misionero alguno, a ellos les toca quebrarse
la cabeza para sostener económicamente su parroquia. De modo que se eligen
los responsables de contar la colecta, decidir los gastos del día a día e
informar a la comunidad. Estoy convencido de que, justo por su pobreza, este
pueblo es muy capaz de compartir. De hecho, hablamos de la vieja aspiración
de hacer bancas nuevas para la iglesia; si ellos solitos lo consiguieran,
movilizando a unos y a otros, sería un gol de media cancha.
Veo a rukus** formados por la madre María de las
Nieves, brava misionera, curtidos en mil batallas: Pepe, César, don Mauro, don
Isaac… Necesitaríamos a doña Leovina con 30 años menos, pero ahí la
tienes, cumplidos los 75 y encuentra tiempo y fuerzas para hacer su chacra,
adornar su casa bonita con flores, tener sus gallinas e irse a la parroquia,
toma ya. No son JASP, pero lo harán muy bien, estoy seguro.
La responsabilidad final pasa así de los sacerdotes y
religiosas a los laicos. Ante la ausencia de misioneros ellos no han dado un
paso atrás, sino un paso adelante; no han dicho “yo me voy”, sino “nos
vamos a comprometer más”. Lástima que sea por fuerza mayor y no por
convicción, pero ya estamos acostumbrados a eso.
El Papa Francisco dijo el 18 de febrero en la clausura del
congreso promovido por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida con
los responsables del laicado de las Conferencia Episcopales que “los
fieles laicos no son ‘invitados’ en la Iglesia, están en su casa, por lo
que están llamados a cuidar de su propia casa. Son auténticos protagonistas
de la misión”. Y me late que es algo que ya no es posible revertir: el
espacio ocupado por los laicos en los organismos de coordinación no puede ser de
quita y pon.
“Pero padre, tú vas a estar viniendo, ¿verdad?”. ¡Por
supuesto! Aunque me saque el ancho,
les pienso acompañar con todo cariño y lo mejor que pueda. Para asistir de
cerca al milagro de una Iglesia amazónica, levantada por ellos y a su manera.
* En Valencia del Ventoso: una pausa, un momento, un lapsus,
un comentario que se entromete en una conversación para regresar enseguida al
tema que se trataba.
** “Abuelos” o “sabios” en kichwa.