sábado, 26 de octubre de 2024

MULTIMEZCLA


Recordarán que me quedé varado una semana completa de agosto en Soplín Vargas, en el alto Putumayo. Aquel contratiempo floreció en descubrimientos, encuentros y experiencias que me enriquecieron y enseñaron. Por ejemplo, el día en que preparamos “multimezcla”.

Qué palabro, ¿no? Se trata de un complemento alimenticio para bebés, adultos mayores y enfermos elaborado artesanalmente a base de harinas, leches de vaca y soja en polvo, cáscaras de huevo y algún ingrediente más del que no me acuerdo. Es una de las acciones a través de las cuales Misión Putumayo trabaja el empoderamiento de la mujer, su participación social, su independencia económica y emocional, y también su incorporación activa a la vida de la comunidad cristiana.

Coincidió aquellos días la primera ocasión en que se armaba la multimezcla en Soplín. Y ahí estuvimos los viajeros atorados, colaborando y aprendiendo. Para tostar las harinas de plátano, trigo y maíz, las mujeres rapidito apañaron dos candelas de leña - si hubiera tenido que prenderlas yo, todavía estaríamos allá. Hay que remover constantemente, igual que se hace con la fariña, para que no se queme. El calor nos asediaba por todas partes bajo la calamina ardiente.

Una vez listas las harinas, toca extenderlas en una mesa grande sobre papel y menear para enfriarlas. A eso me dediqué, intentando que no se llenara todo de polvo. A esa hora ya se había iniciado el proceso del almuerzo, una parrillada de carne de res al estilo colombiano, completada con delicioso tacacho y ensalada de palta.

Cuando están los componentes fríos, se revuelve todo bien y se recoge en un gran timbo de plástico. Dentro de dos domingos, después de la Eucaristía, se explicará qué es, se entregará y se invitará a las mujeres a otro taller de capacitación. Para ayudar a una correcta nutrición y cuidado de los hijos, al manejo de la economía familiar, mejora en autoestima, prevención de la violencia en el hogar


Un par de días después, ahora estamos sentados en “la sala de usos múltiples”: unos toscos pero eficaces bancos de madera que Jimmy ha construido y colocado bajo la sombra de los árboles de la misión. Es el momento de la reunión semanal de los jóvenes, y la afluencia ha desbordado cualquier previsión. Hay chicos y chicas del pueblo y también del internado, que acoge a estudiantes de secundaria de toda la ribera. Las moscas nos machacan a piques, mis tobillos arden, pero estar acá es fabuloso.

Conversamos, intercalando algunas canciones, comemos canchitas y hay gaseosa también. Muchas risas, preguntas, espontaneidad, pero a la vez mucha docilidad. A estos muchachos no hay que llamarles la atención, ni menos levantarles la voz, obedecen al toque y escuchan con candor. La presencia de los visitantes extranjeros les sugiere que el mundo es grande, la conversación les abre la mente. La mayoría jamás ha salido del Putumayo.

Los días de atasco en Soplín, los adolescentes fueron nuestra compañía más habitual. Hubo una noche de peli con el proyector en la iglesia y una tarde de ir a bañarse a la playa; hubo partido de fútbol y presentación de los bailes que ensayan con un profesor del colegio; hubo juegos, dinámicas, ensayo de cantos, lecturas para ellos en la misa del domingo y hasta danza de despedida todos juntos.

Cualquier actividad que hubiéramos propuesto hubiera sido un éxito. De hecho, están planeando hacer una obra de teatro, una convivencia con gente de otras comunidades y no sé cuántas cosas más. Los niños y los jóvenes acá son como tierra reseca, deseosa de novedad, de estar juntos, de relaciones positivas, del alimento vigorizante que es el cariño expresado.

Mujeres, jóvenes, consejo de pastoral, el portero de la Muni, don Luciano, los niños que vienen a pedir agua, el amable tendero… hermosa multimezcla de rostros, necesidades, camino, procesos, sueños, lucha, dureza, futuro, sonrisas. El lado sagradamente humano de la vida”, con palabras de Eduardo Meana, en este confín de la Amazonía. Gracias por esos impactos.



sábado, 19 de octubre de 2024

ITINERANTES


La misión te permite conocer a personas fabulosas, gente excepcional que anda por esos ríos, gigantes del amor por la Amazonía y portentos de radicalidad. Todo eso, pero con un quintal de originalidad y de bravura, son los miembros del Equipo Itinerante.

Para San José del Amazonas son amigos de años, porque nuestro vicariato es una especie de hub entre países, regiones e iglesias en frontera, que es su hábitat. Y también porque, en el momento más difícil, allá por los años 2011-2013, ellos ayudaron a procesar el trauma catalizando el diálogo entre los misioneros, posibilitando la catarsis y gestando así la curación de la herida.

Con varios de ellos sufrimos el confinamiento, esa experiencia tan límite que nos marcó a todos. Les habíamos pedido que nos facilitasen el corazonar los documentos del Sínodo de la Amazonía, recién salidos del horno vaticano, y su presencia fue una bondad de Diosito: sin ellos jamás hubiéramos podido gestionar, recibir y enviar la cantidad de solidaridad en forma de insumos sanitarios con que logramos ayudar a todas las postas de salud de nuestro territorio.

Así que, cuando vienen acá, llegan a su casa. En el reciente encuentro de la Red Itinerante Amazónica saboreamos su estilo directo, ameno y casi artístico de trabajar sus temas; pero la clave, más allá de la puesta en escena o los contenidos, que son excelentes, son sus propias personas, lo que sus figuras transmiten y contagian (por lo menos a mí).

Cuando Fernando López, jesuita, expresa con todo su cuerpo los principios estructurantes del universo (unidad – diversidad – relación) o las dimensiones necesarias de la misión en conjunto (inserción – itinerancia – institucionalidad), es su pasión lo que se muestra a borbotones, y él mismo y sus compañeros son el testimonio viviente desde hace 26 años de lo que él dice.

Porque ellos, siguiendo una intuición genial, navegan por toda la panamazonía de un lugar a otro. Conviven con la gente, se van a la chacra, escuchan, comparten y registran lo que descubren en cada comunidad. No se quedan mucho tiempo, pero su bagaje de conocimiento práctico de los pueblos indígenas y ribereños es inmenso. Esta dinámica exige una entereza, una valentía y una libertad evangélicas que me siempre me han asombrado.

El equipo está conformado por religiosos, laicos y sacerdotes, varones y mujeres, es decir, es una vida comunitaria totalmente “inter”. Y no es sencillo: requiere mucha honestidad, trabajarse uno mismo en sus vulnerabilidades, optimizar la comunicación, pedirse muchas veces perdón. Pero es un fogonazo de profecía. Los itinerantes hace años que ya experimentan, con todas las limitaciones, lo que todos estamos llamados a vivir: sumarnos en diversidad de carismas, instituciones, nacionalidades y pelajes.

Ya casi ninguna tribu eclesial puede disponer de un grupo de tres para hacerse cargo de un puesto misionero. Lo sabemos y en las solicitudes pedimos una hermana, un presbítero o laicos para formar parte de un equipo inter. Rai, Joaninha, Fernando, Arizete, Geni, Marita, Óscar… estos fenómenos han demostrado que es posible y son estrellas que nos marcan la ruta.

Como los grandes de verdad, los itinerantes son humildes. No hay en ellos aparato ni vedetismo, se respira naturalidad. Su conversación es abierta, a veces en portiñol; se mueven con medios modestos, duermen en hamaca, se las apañan para comer, padecen diarreas y malarias como el resto de los mortales y se manchan los pies con el barro del pueblo menudo y lindo; son sin duda dignos de él.

Tejen relaciones entre iglesias fronterizas, conectan cuencas, acompañan a nuevos misioneros, levantan datos geográficos, ubican a indígenas no contactados, activan proyectos, propician sinergias… El equipo itinerante es una fuerza de la sinodalidad amazónica, una potente inspiración en estos tiempos tan decisivos para esta misión. Los admiro y los quiero. Y me da roche salir con ellos en la foto; y más que me estimen y me valoren, porque no les llego ni a la suela de las sandalias marca hawaianas.

Feliz día del DOMUND.

sábado, 12 de octubre de 2024

EL OMBLIGO DE LA LUNA

 
Hay algo fuertemente inspirador en este lugar; único, especial, magnético, envuelto en energía y a la vez pletórico de quietud por una presencia conmovedora. Apenas llevaba en México 24 horas y sentía que en la Basílica de Guadalupe ya había visto todo lo que tenía que ver. Era una certeza a medias.

Impresiona encontrar allá a tanta gente. No importa la hora, si hay misa o no… siempre una multitud a los pies de la Morenita del Tepeyac*. Bajo el altar mayor hay una cinta mecánica como la de los aeropuertos, pero cortita, de manera que las personas pueden pararse y contemplar el cuadro de la Virgen, y es un continuo río humano que se desliza, la veneración endulzando la vista alzada.

La celebración por los 75 años de los Misioneros de Guadalupe reúne a muchos sacerdotes y varios obispos, y es muy solemne, litúrgicamente impecable, ágil, bien preparada y conducida. Después de la comunión mencionan a los invitados llegados del extranjero para la ocasión, y nos vamos poniendo de pie: no creo haber recibido jamás un aplauso tan numeroso. A la salida, algunos curas no podemos resistir la tentación de hacernos unas fotos piratas (nos habían prohibido antes de comenzar) con la Madre de las Américas a la espalda. Reíamos, o yo cerraba los ojos, por la regañina del sacristán...

Desde que pisé la iglesia, todo el rato pensaba en mi mamá. Ese espacio me conectaba intensamente con ella, el recuerdo de sus últimos días, el consuelo doloroso de poder acompañarla, el amor que te brota a borbotones. Resultaba extraño y emocionante, porque ella nunca en su vida estuvo en México, pero justo allí la encontraba de forma genuina.

Un rato más tarde, durante la cena, a una cuadra, en la sede de Obras Misionales, nos anunciaron que algunos de los participantes íbamos a tener el gran privilegio de subir al camarín y ver a Tonantzin** muy de cerca. Igual que en nuestra tierra extremeña, la Virgen se voltea, y por detrás del altar se la puede contemplar ahicito, a centímetros. Solo permiten dos veces al mes, en grupos reducidos y previa solicitud al cardenal. Ninguno de los misioneros de Guadalupe, todos ellos mexicanos, había tenido esa oportunidad jamás, y yo, en mi primer día en este país, iba a disfrutarla. No lo podía creer.

Los canónigos, guardianes de Nuestra Señora, cuidan con esmero este momento. A los que estábamos en la selecta lista nos fueron nombrando para hacernos pasar a una sala contigua. Allí nos dieron unas instrucciones: serían tres minutos en grupos de 8; se puede tocar pues hay una mica protectora, pero con delicadeza; se permiten fotos, pero con el compromiso de no subirlas a las redes. A continuación, el p. Víctor Torres nos ofreció una breve charla acerca de la simbología de la Guadalupana que nos preparó a vivir el instante y me ayudó muchísimo. Gracias.

La imagen está impresa en el ayate o tilma, una especie de capa habitual en los indígenas que usaba Juan Diego, hecha de fibra de maguey (cactus). Cuando estuve ante Ella, un poderoso silencio me embargó, sus ojos se posaban sobre mí. No tenía casi nada que decir, porque Ella conocía lo que hay en mi vida. Apoyé mi frente en su manto, toqué su rodilla caminante con mi anillo, y la mano fue a mi corazón. Todo lo vivido estaba ahí, pero supe que la Madre estará atenta al futuro. Como mi mamá en sus últimos días. Sentí una ternura honda y confiada.

Esos tres minutos abarcaron mis 10 años como misionero en Perú, en América; también comenzó ahí la celebración de mis 25 años de ordenación; y arrancó este tiempo de pausa, de paréntesis. Estaba ante María entero, pero cansado; no estoy quemado, no estoy extenuado o al límite, pero necesito un reposo apacible, lento, sereno. Un descanso profundo, consciente, que me permita pacificar cosas, reubicar otras, rearmarme con la templanza, bucear en las vetas de mi entusiasmo, disponerme para remar hacia aguas más profundas. Todo esto Ella lo veía, y sonreía.

La Virgen está de pie sobre la luna. En su túnica está grabada la flor de cuatro pétalos Nahui Ollin, máximo símbolo náhuatl que representa el sol que va a nacer, la presencia de Dios, la plenitud, el centro del mundo. La palabra “México” se traduce como “el ombligo de la luna”; este país, este lugar es el centro del mundo, y la Guadalupana es el ombligo de ese centro. El ombligo me mantuvo unido a mi mamá, y ahora la conexión vital es a través de Ella. Nahui Ollin estaba también bordada en mi estola, y es signo de “siempre en movimiento”, de cambio, hacia adelante.

Continúo bajo el impacto de ese instante. Sé que debo regresar a la Basílica, solo, antes de irme a España. Y… también tendré que volver a México, el ombligo de la luna, junto a ella.


* El cerro donde tuvo lugar la aparición de María a Juan Diego Cuauhtlatoatzin el 12 de diciembre de 1531. Significa "cima o nariz de la colina".

** “Nuestra madre” en náhuatl: diosa azteca de la fertilidad, la creación, el nacimiento y la maternidad; patrona de la vida y de la muerte.

sábado, 5 de octubre de 2024

CALORAZO

 
Escribo a las 2 de la madrugada porque no puedo dormir. Todo el día hizo un calor espantoso, y a esta hora el termómetro de mi cuarto marca unos aterradores 30 grados con un 70% de humedad, y mejor no mirar la tabla de sensación térmica para no agobiarse más y porque no hace falta: el ambiente es asfixiante y la noche muy larga.

Leo en Facebook que “hoy 2 de octubre se alcanzarán en Iquitos temperaturas entre 36 y 37 grados bajo sombra, con una sensación térmica de hasta 45 grados”, y doy fe: a las 6 de la mañana, con el sol apenas asomando, la impresión era amenazadoramente tórrida. Estás sudando al levantarte y así será durante toda la alegre jornada de verano amazónico.

Prendemos los ventiladores del techo (estamos de retiro para los misioneros del Vicariato, en la casa Kanatari) pero casi es por gusto. Las botellas de agua se empinan y las franelitas dan pasadas una y otra vez por las frentes sudorosas. El sol se eleva, implacable, y arrasa literalmente con todo, abrasando gente, motocarros, derritiendo el asfalto, burlándose de gorros o sombrillas. Es tremendo.

Noto cómo las gotas de sudor van resbalando por mis piernas, bajo mis pantalones. Es un bochorno pegajoso y persistente al que no te puedes enfrentar porque te rodea, te sancocha, se cuela por todas partes y te exprime lentamente. Hay que acordarse de beber, aunque no tengas sed, si no quieres deshidratarte. La ropa queda completamente embebida en sudor, hay que tenderla antes de meterla en la bolsa de ropa sucia.

Las horas de la siesta son particularmente sofocantes, aunque logré adormecerme un rato. Los techos de calamina crepitan y reverberan, multiplicando el ardor. Perseguiremos como yonquis una brizna de aire en movimiento, un rincón sombrío que nos alivie, el abanico momentáneamente paliativo. No hay cómo sobrellevar esta calorina.

Anochece y observo cómo la gente saca las sillas y butacas a la puerta de las casas buscando un poco de fresco, como en la mejor tradición de nuestros pueblos extremeños. Pero ni modo: el sofoco pertinaz anuncia una noche como la que estamos padeciendo. La cama quema, la almohada se empapa, el flujo del ventilador incomoda al chocar contra mi piel mojada… Al menos acá hay electricidad, ¿cómo deben estar los pobres de las comunidades?

Me levanto y casi puedo palpar en la oscuridad la atmósfera densa, tórrida y pesada. Bajo el flexo de la mesa, miro mis brazos perlados de sudor mientras tecleo, mis hombros están chorreantes, noto picores por el cuerpo, que protesta por este calorón impropio y desmesurado. Insoportable de veras.

Se me acaba la página y creo que iré a estirancarme a la mecedora, que es de tiras plásticas y deja correr un poco el aire por la espalda y los riñones, a ver si agarro un hilo de sueño antes de que amanezca. O tal vez me doy una ducha fresquita antes; ajá, eso mejor.


Nada. Ahora son las 4:45, casi la hora de levantarme. Sumando todas las mijinas de cabezada, no habré pegao la pestaña ni una hora, vaya nochecita. Pero yo tranquilo, sin renegar, aceptando la situación y descansando lo más posible. Voy a prepararme un café (no muy hirviente) y en marcha. O mucho me equivoco, o a este bruto calor seguirá un lluvión tropical más pronto que tarde. Qué bonita es la selva, con su clima peculiar, ¿no? Sí: la amo.