Por supuesto que he vivido otros reencuentros, pero nunca antes había sentido lo que estos días. No puedo guardar todas las sonrisas, los besos, las expresiones de sorpresa (¡¡¡pero ¿qué haces tú aquí?!!!), las llamadas... Son efímeras como una hermosa puesta de sol, pero creo que su huella en mí va a permanecer. Este reencuentro es diferente y especial.
Otras veces también llegué de lejos, pero después de estancias concebidas ya cortas, y por tanto eran retornos naturales y programados. O bien hube de volver inesperadamente, roto y fracasado, en regresos atropellados, traumáticos, que infectaban a los míos de desazón. De hecho, alguna sospecha ha habido: "Padrecito, capaz no te acostumbras; tú no vuelves más" - escuché un par de veces antes de volar; o en su versión española: "¿Ya te vienes? ¿Qué ha pasado, ha ido mal?".
Es la primera vez que vuelvo a España contento de venir, pero al mismo tiempo con fecha y ganas de regresar a Perú, porque vivo allí y, hoy por hoy, mi sitio está en Mendoza. Qué alegría tan grande ver a mis padres y a mi hermana Berta en el aeropuerto; y cómo temblaba anteayer cuando subía de celebrar misa en Santa María hacia mi casa sabiendo que ya estaban mis sobrinos y me esperaban... Esos besos, esos dibujos de bienvenida, esa ilusión por los regalos del tito...
Paco Sayago, Loren, Mª Luisa, Carmen y Reme... y el sábado en Santa Ana, a la comunión de La Bicha: la cara que puso cuando me vio hace que valga la pena el jet-lag. ¡Cómo disfruté! Grabiel lo describió muy bien: "Es como si no te hubieras ido". Madre mía, qué privilegio volver a abrazar a los amigos después de meses y encontrarse inmediatamente como siempre. Esa magia del cariño que aviva nuestra felicidad porque sentimos que hay gente a quien importamos de verdad. Es el patrimonio de nuestro corazón, lo más preciado de la vida.
Mi carro, el bacalao, que sea de día a las 10 de la noche, los helados y la tortilla de patatas, pasear por la plaza mayor de Salamanca, el chocolate, los compañeros de la Escuela de Ejercicios, una cervecita y el aperitivo... reencuentros con pequeños detalles sencillos, de los que prescindiré tranquilamente cuando llegue el día y que ahorita disfruto a tope. Pero a mis cariños no puedo renunciar, porque me ayudan a crecer, me hacen libre, me nutren de vigor e iluminan cada día el significado de mi camino.
Estamos estos días estudiando la Cuarta Semana, los encuentros de Jesús resucitado con sus amigos. Escucho, leo, comparto y recuerdo mi experiencia de esos ejercicios de contemplación, y la coloco en paralelo con los reencuentros de estos días con la gente; esa alegría tan singular, ese gozo único.
El amor que recibo y que regalo a mi familia y a mis amigos, la ternura, el aprecio incondicional, que resiste a la distancia y madura con el tiempo, es como una cicatriz pero al revés, es un tatuaje interior que me recuerda quién soy y lo bonita que es la vida. ¡Y ya tengo varios trazos peruanos en la piel de mi alma!
Gracias a todos por recibirme así. Quizá necesitaba este rápido viaje para estar bien preparado. Mi compañera Nieves, que no ha venido a Salamanca por una enfermedad, me lo escribió preciosamente:
Cierto que ahora que estás ya haciéndote, y los de allí se
están haciendo a ti, tienes que venirte. Los problemas se daban por descontado.
Solo adaptarse a una cultura e idiosincrasias y modos de hacer y trabajar tan
distintos, supone un esfuerzo y conlleva sus dificultades. De todas formas ¿qué
hay en nuestra vida que no suponga riesgo, dificultad, conflictos, ...etc? Cada
día que pasa, voy acogiendo con más normalidad y, como parte de la vida, todo
los que conlleva nuestro vivir aquí, seamos religiosos, sacerdotes o laicos. Al
final, supone entregarnos por entero a lo que el Señor nos pone en el camino,
sean personas, acontecimientos, la enfermedad... y, lo que sale en una película
que vi sin buscarla: ¿Dónde estás? AQUÍ ¿Qué hora es? AHORA ¿Quién eres? ESTE
MOMENTO. Sí, porque cuando vuelvas del todo, César, ya serás otro César. Mejor
dicho ¡Ya lo eres!