lunes, 31 de agosto de 2020

"¿CÓMO ESTÁS?"


Comienza el día en casa de los franciscanos de Santa Clotilde. Aprovecharon las semanas iniciales de la cuarentena para reformar un poco los ambientes, de hecho nos juntamos en la pequeña capilla recién preparada. El Santísimo está expuesto en un sencillo ostensorio, y cuentan que lo tienen así desde el principio de la crisis, porque han orado mucho. Uno de los frailes viste hábito. Es un gusto celebrar la Eucaristía con tanto silencio, calma e intimidad.

Cuando la invasión del virus se generalizó, los franciscanos ya no tuvieron tiempo para nada, porque se fueron a colaborar con las brigadas organizadas por el centro de salud. Salían a los barrios del pueblo y a las comunidades de la zona visitando a cada familia informando, midiendo temperatura y saturación, haciendo pruebas rápidas, recopilando datos. En la reunión Pancho, Pedro y Miguel cuentan su experiencia, entre la emoción y la tristeza. Jaime continúa de recorrido estos días.

Las Siervas de Jesús Sacramentado, que viven un poco más arriba en la loma, también trabajaron lo suyo. Les llegaban tomos de impresos que había que cumplimentar rápidamente para enviar a la Dirección Regional de Salud, y que les jalaron horas de sueño extras, porque estos meses la tarea del colegio les ha sacado el ancho. La pandemia ha sometido a los profesores a un sobreesfuerzo, inventando modos de proseguir la enseñanza por teléfono, WhatsApp, mediante fotocopias de ida y vuelta, o señales de humo si era preciso.

En mi paseo he visto a los alumnos, cada día un grado, haciendo cola (respetando la distancia, claro), para recibir las fichas; las hermanas me explican que los maestros se reúnen con grupitos de seis para explicarles los trabajos correspondientes a cada materia. Ana Laura y Vianey, gestoras del centro, siguen craneando cómo adaptarse a la situación y seguir brindando una educación de calidad; la hermana Sonia es la responsable del internado; Socorro, la más mayorcita, no salió a la calle y se dedicó a la cocina, jugando un papel clave. También comparten el relato de este tiempo cuando me reúno con ellas. Detecto una pudorosa satisfacción, más cansancio y mucho cariño.

Con ellas vive Gabriela, misionera laica polaca, con 10 años de experiencia en el Vicariato de Iquitos y desde hace año y medio gerente de la micro-red de salud del Napo. Ha sido la persona clave en el éxito del combate contra el coronavirus por su temple, su liderazgo, su inteligencia y su capacidad de trabajo. Charlamos y me confía las dificultades que encuentra, la fatiga de quien ha llegado al límite de sus fuerzas y la incertidumbre ante el futuro. Sé que estoy con alguien muy valiente y me pregunto cómo podemos impulsar este tan precioso servicio a la vida del pueblo, como ayudar a que permanezca y mejore… Si algún médico o enfermero-a lee esto y se anima, acá todos los brazos son pocos.

La visita se dinamizó a través de los encuentros con cada grupo (religiosos, religiosas y laica), que desembocaron en la reunión con el equipo completo. En ella se hizo patente el valor de trabajar juntos, de articular el equipo sintiendo que “todo es de todos”, de sumar esfuerzos y cualidades de manera solidaria, como se logró en las semanas de más intensa lucha. No es “mi” colegio, “mi” hospital o “mi” parroquia, sino que todo está conectado mediante un “nosotros” que lleva adelante toda la acción misionera de la Iglesia en Santa Clotilde.

Fue casi lo único que me atreví a sugerirles, además de ofrecerles varias informaciones de “nuestro” Vicariato. Al final de la reunión les pedí algún consejo como vicario general novato. Me dijeron que valoran la visita y la conversación con los misioneros, que se esté pendiente de ellos; piden que se les acompañe con rostro cercano y fraterno; y sobre todo, me recomendaron escuchar mucho. Hago tesoro y tomo nota; un programa simple y certero, para que no me pierda en otros laberintos.

Pero lo que más me conmovió es que todos me agradecieron mucho el haber pasado estos días con ellos. No hice nada del otro mundo, nomás acepté indicaciones y seguí mi intuición. Eso sí, la mayoría de diálogos comenzaron con “¿cómo estás?”. Presté atención, aprendí y me enriquecí. 

martes, 25 de agosto de 2020

SANTA CLOTILDE ES UN IMPERIO


Tal vez sea el puesto de misión más completo del Vicariato: dos comunidades religiosas, una misionera laica, un centro de salud con trece pequeñas postas en el territorio, un colegio con más de mil alumnos, una parroquia que comprende ciento y pico de comunidades con cinco etnias indígenas… Santa Clotilde, en el profundo río Napo, es un imperio.

Es el segundo lugar que visito como vicario general, pero es el primero donde hay misioneros. El motivo inmediato del viaje es la ubicación del nuevo hospital que el gobierno regional pretende construir (un edificio que no sabemos todavía si sustituirá al nuestro o estará en un emplazamiento diferente; la arquitecta y el ingeniero iban a evaluar el terreno de la misión y se trataba de estar presente), pero la razón auténtica es salir a conocer la misión, acompañar a los misioneros, acercarme a ellos, dejarme impactar, aprender…

Para entrar en el centro de salud hay que descalzarse. Sus paredes están impregnadas de historia, de entrega generosa de las religiosas de Nuestra Señora de los Ángeles primero, y de los padres Jack y Mauricio (norbertino y oblato, médicos) después. Ellos crearon una auténtica cultura del buen trato y el cuidado del paciente que distingue la atención a la salud en el Napo. Y también de la solvencia; de hecho, desde el comienzo de la cuarentena, la micro-red registra un solo fallecimiento por covid. Eso es gracias a la buena estrategia de sensibilización de la población, las brigadas preventivas en busca del virus y el impulso a la medicina tradicional.

Recorrer las instalaciones resulta fascinante, es como adentrarse en una película de aventuras en la selva, todo es precario pero muy digno. El laboratorio, con los autoclaves, la centrifugadora malograda y el microscopio para detectar la malaria. La zona de hospitalización, las camas metálicas, los baños y duchas comunes. Los consultorios donde trabajan los cinco médicos que ahora hay. Cuando entro en el quirófano me quedo boquiabierto: ¡sala de operaciones y unidad de neonatología en un pueblo donde no hay luz eléctrica! Solo Jack se atrevía a operar acá… No resisto la tentación de hacer una foto.


Encuentro las botellas de oxígeno marcadas con mi letra y enviadas por mí desde Punchana, en los peores momentos de la batalla contra el virus, en plena vorágine de cajas, prisas y agotamiento. Es una satisfacción contemplar el fruto del esfuerzo, saber que sirvió de algo. En la reunión con todo el personal sanitario les agradezco en nombre del Vicariato su buen hacer, su generosidad y profesionalidad. Por el contrario, no escucho agradecimientos por todos los epps, medicinas y equipos que han recibido de nosotros… Sí reivindicaciones y quejas; es un colectivo muy quemado, a quien el gobierno regional paga mal, tarde o nunca, y sometido durante meses a una gran presión con escasos medios. Lo comprendo.

Observo el día a día del centro, la gente que ingresa, el triaje, el ir y venir de técnicos y licenciados en enfermería, los pacientes encamados. Si esta obra de inversión pública se realiza en otro sitio, me temo que podría ser el principio del fin del servicio del Vicariato a la salud de la población del Napo, después de cincuenta años. Haremos todo lo que podamos por evitarlo.

Cae la noche y los zancudos nos acechan, aunque no hace mucho calor. Me alojo en casa de los franciscanos, responsables de la parroquia y de la coordinación del conjunto. Después de cenar nos sentamos en la sala mientras dura la electricidad; la conversación fluye con naturalidad, me doy cuenta de que ellos están deseosos de noticias del Vicariato, de los demás puestos de misión, qué tal están los compañeros, cómo van las cosas. Así, espontáneamente, comienza una reunión que continuará al día siguiente con más formalidad.

Antes de cerrar los ojos pienso que tal vez la tarea más delicada y crucial que me ha tocado es acercarme a los misioneros, escucharles, interesarme por sus cosas y preguntarles simplemente: “¿cómo estás?”.

(continúa en la siguiente entrada) 

jueves, 20 de agosto de 2020

MISIÓN EN RUINAS


Miramos a través de las ventanas desportilladas, con sus mallas rotas. Hay algunos muebles en aparente buen estado, que seguramente dejaron al marcharse los últimos misioneros que estuvieron acá. Pero la casa amenaza con derrumbarse en cualquier momento. Unos metros más arriba, en la loma, la bonita iglesia de Santa María se mantiene con algo más de dignidad, enmudecida por un clamoroso abandono. Estoy en Tacsha Curaray, en la primera visita a un puesto de misión en mi nuevo servicio al Vicariato.

Me sorprende ver vacas que pastan cerca de la vereda que comunica las tres poblaciones: Santa María, Santa Teresa y San Luis, esta última no tan pequeña, de hecho un centro poblado de casi mil habitantes con colegio secundario y todo. “Pero no sabemos manejarlas”, cuenta don Ormaeche. Ajá, el hombre amazónico no es ganadero, es más bien cazador y recolector. Mientras nos ofrece un aguardiente con jengibre y miel de abejas (“medicina contra el virus”), conversamos sobre la vida de la comunidad, las posibilidades de proyectos productivos, el camu-camu, los mañaneos (trabajos comunales), la cosecha de caña, el trapiche a motor… y siempre la nostalgia de los misioneros que se marcharon.

Porque hace diez años que el Vicariato no tiene misioneros para enviar a este lugar. Un puesto de misión netamente indígena kichwa, rural y muy pobre, en el corazón del río Napo. En Tacsha se necesita un par de personas que deseen compartir la vida con esta gente sencilla, que apuesten por lo pequeño, por la presencia, por acompañar en su fe y en sus luchas a estos pueblos amazónicos. Fotografío la capilla de Santa Teresa, pizpireta, de forma originalmente redonda, pero sin tejado, a punto de caerse a pedazos, y me da rabia. Recuerdo a San Francisco Javier, que se indignaba escribiendo a los universitarios de París*, y me pregunto: “¿es que no habrá nadie dispuesto?


Duermo en la posta de salud, en la sala de hospitalización, junto con los tres miembros del equipo itinerante que llevan acá tres semanas apoyando las brigadas de despistaje del covid. Con ellos paseo y recorro, entro en casas, escucho, converso. Quedan animadores, alguno joven y con empuje, como Pancho. Las pocas actividades habituales están interrumpidas por la pandemia, aunque la celebración del domingo la mantienen. Piden ayuda para calaminas, pero sobre todo reclaman que están solos. El hijo de don Arturo nos cuenta cosas sobre la empresa maderera que trabaja a unos 5,5 km al fondo. Cómo les engañaron cuando recibieron la concesión y no respetan los acuerdos de contrataciones, de salida al río… “Ya no podemos ingresar a nuestro propio territorio para el mitayo”.

Sí, están solos. Tienen vacas pero necesitan misioneros. Recuerdan con mucho afecto a los que estuvieron, que eran laicos en su mayoría. Extrañan alguien que les apoye, les oriente, les anime y aconseje. Alguien que esté de su lado, que elija vivir entre ellos y como ellos, para compartir-se, para aprender y caminar, para descubrir nuevos destellos del rostro de Dios en esta humildad indígena. A quienes lean este mensaje en una botella, les invito a venir como misioneros a Tacsha Curaray. Encontrarán los corazones abiertos y serán como lluvia otoñal para tierra cuarteada y reseca.

En San Luis vive María, ya nonagenaria, campanera de siempre de la capilla. La encontramos sentada en el piso, ya dura de oído y vista, en su casa vacía, bajo el sol declinante sobre las hojas de irapay del techo. Sonríe y canta cuando se le da pie, contenta de recibir esta visita. “No les ofrezco nada porque no tengo nada”. Me digo que es la pura verdad… y que yo podría decir lo mismo a la gente de Tacsha.


* "Muchos cristianos se dejan de hacer en estas partes, por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueve pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas: ¡cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!” (San Francisco Javier. Carta a los universitarios de París).

sábado, 15 de agosto de 2020

SAUDADE

Varias personas me han preguntado en los últimos días si voy a ir de vacaciones a España, como suelo en estas fechas de mediados de agosto. Confieso que al leer o al escuchar, cada vez he sentido punzadas de tristeza envuelta en una aplacada resignación. No, este año no va a poder ser.

Lamentablemente, las fronteras están cerradas y no hay vuelos internacionales desde y hacia Lima. Es lógico, porque el peor día desde que comenzó la emergencia fue el 4 de agosto: esa jornada arrojó las cifras más altas de contagiados y fallecidos, por encima de los momentos más críticos de abril y mayo. Hay mucha incertidumbre acá. El gobierno recién fue censurado por el parlamento, y el presidente se vio obligado a reemplazar al primer ministro (ya llevamos tres en menos de un año) y a buena parte del gabinete. Parece que sería aconsejable volver a la cuarentena total, pero simplemente la economía nacional no lo resistiría.

Nadie sabe lo que puede ocurrir en los próximos meses. Es probable que el aeropuerto continúe cerrado todo el resto del año, de modo que me voy haciendo a la idea de que en diciembre tampoco podré viajar y que ojalá sea posible en 2021, año del bicentenario. El calendario reclama que debería estar preparando la maleta, ultimando los regalos que siempre llevo y ansiando el momento de abrazar a mis padres, mis hermanas y mis sobrinos. Pero nada de eso ocurrirá.

Saudade es una palabra portuguesa sin traducción literal a otros idiomas, puesto que se trata de un concepto muy complejo y ambiguo. La RAE la define como “soledad, nostalgia, añoranza”, pero lo cierto es que su significado es mucho más elaborado y específico. Expresa es un profundo sentimiento de anhelo de una persona, de algo o de un lugar que se encuentra lejos, que recordamos con cariño y amor, pero a la vez con tristeza por su ausencia. Una emoción afectiva próxima a la melancolía, estimulada por esa distancia temporal o espacial que se desea resolver*. 

No habrá paseos por la playa de Isla Cristina, ni pescao fresco, ni conversaciones al atardecer, ni juegos con mis sobrinos, ni helados de chocoavellana, ni momentos de silenciosa complicidad con el mar. Necesito ese género de descanso total que solo hallo junto a los míos, saborear la raíz de quién soy para hallar calma y seguridad. Llevo varios meses deambulando entre la adaptación a una nueva realidad, la provisionalidad de vivir en Iquitos, la avalancha implacable de tareas y responsabilidades, el peligro, la aflicción y el desamparo que la pandemia acarrea. Y lo que queda.

El portugués Manuel de Melo, escritor y político destacado del siglo XVII, describió el concepto de saudade como “bien que se padece y mal que se disfruta”. Es un sentimiento agridulce de vacío causado por la ausencia de esa persona u objeto, similar a la melancolía, que conlleva la idea de querer volver a experimentarlo o el deseo de recuperarlo, pero a su vez sabiendo que no será posible. Debería haber celebrado la boda de Dulcinea y Fernando la semana pasada; y también el bautizo de Marta, en septiembre. Este año no podré ir a la fiesta de la Virgen del Valle, en mi pueblo.

En mí esta saudade rima con un cansancio sólido y fiero. Me doy cuenta de que desde mayo de 2019 casi no ha habido ocasión de reposo profundo. Extraño mucho el encuentro con mis amigos, el sencillo milagro de que las personas que más amo estén en mis cosas y yo en las suyas. Hay momentos en que me siento como en un lejano planeta, desconectado y errante. Murió Manolo Calvino y no tenía a quién llorarle, porque quienes me rodean ni siquiera le conocieron. El whatsapp es un torpe paliativo para esa soledad.

Pues… así es como me siento. Disculpen por no transmitir más optimismo. Tampoco es que esté hundido en la miseria. Solo es la saudade, que asalta mi corazón de forma inevitable. La amarga poción con la cual el médico que se oculta en mí cura a mi Yo doliente, en palabras de Gibrán.

* Tomado de estilonext y de wikipedia. 

domingo, 9 de agosto de 2020

EJERCICIOS ESPIRITUALES ON LINE


Llevo algunos años colaborando con el portal de los jesuitas espiritualidadignaciana.org, donde se ofrece la experiencia de los ejercicios virtuales en muchas modalidades. He de confesar que al principio detecté vestigios de escepticismo en mi interior, pero la vida me ha ido llevando a considerar esta tarea una auténtica misión.

Y eso que he registrado varios fracasos. Me explico. En la página se ofrecen los itinerarios, que son una concreción de lo que San Ignacio llama “ejercicios leves” (Ej 18): una serie de ejercicios introductorios o adaptados a personas con poco recorrido en estas lides. La etapa de iniciación a la experiencia de Dios se compone los itinerarios 1 y 2; la de profundización comprende los itinerarios 3 (ejercicios de primera semana) y 4 (una especie de ejercicios resumidos), para terminar con los ejercicios completos en el itinerario 5. Todos conservan los acentos ignacianos principales, como la oración personal, el silencio, el acompañamiento y el compromiso en la vida diaria.

Pues bien, he tenido varios ejercitantes de los itinerarios 1 y 2, todos sudamericanos por aquello de la compatibilidad de los horarios. El método está muy logrado: ellos se descargan materiales (fichas y algún vídeo) para su oración personal; los comentamos (“se los doy”) en una videollamada (whatsapp, Skype) y pasados unos días, según el ritmo que cada persona se marca, volvemos a conversar sobre “cómo le ha ido” (Ej 77). Si el facilitador lo ve conveniente, libera el ejercicio siguiente. Algunos empezaron bien, pero después de dos o tres sesiones desaparecieron; entre ellos había gente verdaderamente ocupada por familia, trabajos, etc. Otros, que se habían inscrito, nunca comenzaron, no llegaron a ponerse en contacto conmigo.

En cambio, con los acompañamientos a tandas on line de ocho días me ha ido mucho mejor. Ahí no tengo que explicar nada, los puntos “se los dan” los directores mediante vídeos y pdfs que se descargan. Los acompañantes tenemos acceso a ambos subsidios y así sabemos por dónde van los tiros a la hora de conversar con los ejercitantes; pero el ritmo de acompañamientos, como en la modalidad presencial, lo marcan ellos mismos según su preferencia o necesidad. Y está siendo una experiencia muy bonita.

Hay personas que solicitan conversar todos los días, incluso más de una vez, como en la pasada semana santa. Felizmente coincidió con una época en la que yo disponía de más tiempo y calma para el asunto. Otras veces bastan dos o tres conversaciones en total durante toda la tanda, como está sucediendo en julio y agosto, también justo cuando me veo muy ajetreado por las tareas de la campaña de lucha contra el COVID en el Vicariato. Todo un reto encontrar los momentos para el servicio artesano del acompañamiento, que es, si se realiza con fidelidad, una delicada obra de orfebrería espiritual ignaciana.

Requiere sobre todo escuchar con atención para poder captar los relieves del caminar del ejercitante, por dónde anda, cómo siente (sus “agitaciones y pensamientos” de Ej 17), qué necesita aunque no logre expresarlo con precisión. Es más nítido cara a cara, por supuesto, pero la imagen en la pantalla ayuda y mucho a registrar las tonalidades no verbales de la comunicación. Curiosamente, puede ser más sencillo abrirse a alguien desconocido que se te brinda puntualmente a pesar de estar en el otro lado del mundo, o precisamente por eso.

Te toca hacer de espejo, es decir, recibir y ofrecer algo consecuente: una aclaración, una sugerencia, un consejo. Noto que la práctica lo es todo, va desarrollando en ti un “olfato” para acoger y para elegir con eficacia y rapidez lo que al otro le conviene en ese momento. En ocasiones es suficiente con una ligera indicación; pero hubo quien debió salir del ritmo propuesto porque no conseguía “entrar”, y hasta quien requirió que yo le diera “algunos espirituales ejercicios convenientes y conformes a la necesidad” (Ej 17).

Es un privilegio porque resulto enriquecido por la luz que cada persona me comparte de sí, por el caudal de sabiduría que cada conexión me aporta

lunes, 3 de agosto de 2020

INSTANTÁNEA VERGONZANTE DE LA PENURIA

Me topé con esta imagen en la tele, en un reportaje sobre la situación límite que vive Arequipa a causa del COVID, que es una reedición de lo ya visto en Piura, en Iquitos o en Trujillo, pero esta vez el detalle de los autos convertidos en improvisadas camas de hospitalización me dejó helado y dolorido.

Por más intentos que ha hecho el gobierno, por más plata que se ha destinado a reforzar el raquítico sistema sanitario, la realidad golpea con crudeza: hay hospitales a medio construir, faltan camas, unidades de cuidados intensivos, el personal apenas alcanza el 40% de lo que sería necesario, y esto en las ciudades pobladas de la costa… En las alturas serranas, en las chacras remotas y en las profundidades de la Amazonía la situación todavía es más precaria.

Cuatro meses y medio después del comienzo de la cuarentena, y cuando ésta ya ha sido levantada en gran parte del país, la gente sigue muriendo en la cola de la puerta de emergencias, o en la espera angustiosa de un balón de oxígeno. Y parece que lo peor está por llegar, porque estos días deberíamos estar sufriendo el resultado de lo que ocurrió hace tres semanas cuando la gente de 17 regiones salió por fin a trabajar, a pasear, a cumpleañear, a visitar, a tomar, a fingir que la vida puede seguir tal y como era antes.

Junto a la puerta del hospital de Arequipa quedaron cuadrados varios carros con un balón de oxígeno de pie a su costado. Unas mantas o paños tratan de tapar pudorosamente al enfermo que uno imagina tumbado en su interior, tal vez en el asiento trasero, aguardando un lugar en el centro médico. Una persona con la saturación baja, el rostro semioculto tras la máscara con reservorio y la angustia en sus ojos. ¿Cuánto durará el oxígeno? ¿Le darán una cama antes de que se termine? ¿Su estado se mantendrá o empeorará…?

El cristal de la ventana con una mínima abertura para dejar pasar los tubos. El frío propio del mes de julio arreciando e invadiendo sin piedad el habitáculo, especialmente en la noche. Me figuro al hijo, a la esposa o al nieto arrebujándose en una frazada para entrar en calor en las horas nocturnas. La incertidumbre, el sobresalto y la incomodidad imponen el insomnio. Quizás también la indignación.

De hecho, cuando el presidente viajó a Arequipa al día siguiente de aquellos planos del telediario, una muchedumbre le increpó y ni siquiera pudo ingresar al hospital. La señora Celia Capira, al ver que Vizcarra se marchaba en el coche oficial, le persiguió corriendo por la calle, llamándole quebrando su voz por encima de los ruidos de los motores, exigiéndole que fuera a visitar las carpas donde los contagiados, uno de ellos su esposo, se amontonan y mueren a un ritmo de uno cada hora. A pesar de ser joven, treinta y pocos años, no pudo más y hubo de detenerse sin aliento. La expresión de sus ojos arrasados de lágrimas, el tono de su grito y los gestos de sus manos son la más expresiva imagen de la impotencia y la desesperación.

Un par de días después el marido de Celia murió. En la acostumbrada conferencia de prensa, el presidente le pidió públicamente disculpas “por no haberla escuchado”. Celia contestó a los periodistas: “Unas disculpas no me devolverán a mi esposo”. Así es este país maravilloso, donde se atiende a los reclamos con buenas formas y sonrisas mientras todo continúa igual, la injusticia predomina, los corruptos meten la mano en la caja y los pobres mueren prematuramente.

En estas circunstancias hemos celebrado el 199 aniversario de libertad y vida republicana. Rumbo al bicentenario contabilizando alrededor de 20.000 muertos por coronavirus (cifras oficiales), y subiendo. Con banderas nacionales engalanando dignamente todos los hogares y autos con oxígeno acoplado adornando la entrada del hospital.