Increíble pero así es: el 29 de septiembre de 2014 aterricé
en Lima, comenzaba mi gran viaje. Desde hace días vivo impresionado por la
rotundidad y la contundencia de esta fecha. El tiempo ha transcurrido veloz,
y a la vez me parece que ha pasado un siglo en lugar de una década.
“Una vida dentro de la vida”, escribí una madrugada como esta, rodeado de maletas justo antes de embarcar. No sabía bien hasta qué punto
esas palabras iban a ser verdaderas. Han ocurrido tantas cosas, tantísimas…
este silencio es pletórico de recuerdos y experiencias, habitado por un mosaico
inmenso de rostros, el escozor de algunas cicatrices y la resonancia de muchas
sonrisas.
Sin embargo, casi nada se ha realizado de la manera en
que lo imaginé. Fui enviado a la diócesis de Chachapoyas pero pronto conocí
la Amazonía y, en un seísmo interior de sorpresa y convicción, supe que este
era mi destino, lo que Dios realmente quería para mí. Estoy donde debo y elijo,
y eso me otorga alegría.
Nunca he estado solo, como también intuía en aquel momento. Mi
familia, mis amigos, las personas que quiero, me han acompañado siempre.
Incluso mi mamá ahora es parte de las presencias benéficas de la selva, y late
acá como inspiración y como fuerza, dentro de mí.
He intentado amar y ser amado, a veces torpemente, pero he
recibido muchas satisfacciones. Creo que en los lugares donde he servido
(Mendoza, Islandia, Indiana) me han apreciado, y he encontrado amigos del
alma con quienes compartir, llorar y festejar. Con algunos de ellos celebraré
este aniversario.
Vine “a ofrecer mi corazón”, como dice la canción de Fito Páez. No a trabajar, no a estar, no a pasar de refilón; sino a entregarlo
todo, sin guardarme ninguna carta, “sin diseños ni intentos”, toditos los
nombres escritos en la frente, y esta realidad completa, transida de
injusticia, miseria, lucha y esperanza dentro de mis ojos. Una navegación a
puro remo.
Por eso la felicidad está entretejida con el cansancio.
Doy las gracias por tanto, y me siento agotado. Las dos cosas. Necesito una
pausa, alejarme un poco, tomar perspectiva, sosegarme. Cuidarme y también
cuidar a mi papá; por eso los próximos tres meses los pasaré en España con los
míos.
Es hora de balances, de reconocer desaciertos y de
agradecer, pero también de mirar adelante. Porque el Señor es el Dios del
futuro. Pronto terminará este servicio que me encomendaron, realmente no sé
qué será después, dónde estaré, qué haré… no lo visualizo.
Como hace diez años, la neblina del río da un poco de miedo.
Pero la invitación es inequívoca: seguir remando hacia aguas más profundas
(Lc 5, 4). Diosito que te pide más y te da más. Intentaré ser lo que Él quiere
que yo sea, y para ello mi plegaria, como entonces: dame una buena ración de
amor y de gracia, "que eso me basta" (EE 234).