En un bote de madera de 9 metros, cerrados los laterales con plásticos como se puede, si dice de llover, te mojas o te mojas. Esto es lo que nos ha pasado en el último recorrido, aventuras pasadas por agua o también misión anfibia por el Yavarí.
De hecho nos adentramos sin saberlo en un
bucle meteorológico implacable: lluvia
fuerte y persistente por la mañana, cielo cubierto y algún rato de sol por la
tarde, y de nuevo diluvio durante la noche. La surcada hasta Limonero la
hicimos en dos jornadas de auténtica galerna amazónica: viento racheado,
relámpagos en el horizonte y agua por todas partes; hasta el punto de que el
motorista tenía que ir achicando y nosotros embutidos en casacas y cortavientos
con gorro incluido.
Pero era inútil, navegábamos empapados
hasta los calzoncillos, las zapatillas chorreando, un paraguas vertical como
frágil parapeto, las mochilas mojadas, el proyector se salvó de milagro. No es
que estuviéramos bajo el chubasco, es que fueron ocho días dentro del agua, con los ríos aéreos de la selva rodeándonos
bien bravos y los dedos como garbanzos todo el rato.
Hemos visitado un montón de casas invitando
a los niños y a los mayores a las actividades y hallábamos a todos, que no
habían ido a trabajar a la chacra a causa del aguacero cotidiano. Y justo a las
horas de juegos, pintura de láminas o reunión con los adultos, la verdad es que
tuvimos suerte y el cielo nos dio una tregua. Han sido en total 11 comunidades (que se dice pronto) con la ayuda
de dos jóvenes estudiantes jesuitas, Beto y Gonzalo.
La
lucha por mantenerte seco era tan encarnizada como
la batalla por secar la ropa, ni siquiera valía el aire acondicionado del bote en marcha, porque el ambiente estaba
sobresaturado de humedad. Y había que mirar los agujeros en los techos de hoja
de irapay o de calamina para no
colgar la hamaca o armar la carpa debajo de una potencial gotera, puesto que
los chaparrones nocturnos eran impepinables.
Pero hemos comido muy bien. En Remanso la
señora Mª Elena nos ofreció un caldo de gallina que no olvidaremos fácilmente; en Santa Teresa II zona nos pusieron
lagarto frito, y en otros lugares varios pescados acompañando los
habituales arroces y fideos. Hubo chicha, refrescos, café, botellas de agua… y
siempre se puede recurrir a las galletas, fieles amigas que sacan de más de un
apuro.
Además
de disfrutar que la gente nos va conociendo, registramos decepciones y experimentamos
avances. Algún animador que estaba mustio parece
haber vuelto a la vida, pero al día siguiente en otro sitio el responsable dice
que deja la tarea porque se va a vivir a Benjamin. Aparecen mamás que piden el
Bautismo para sus bebes en comunidades supuestamente de otra religión, pero al
día siguiente en el caserío vecino la reunión es cancelada por borrachera de
los posibles participantes. E incluso encontramos un par de nuevos catequistas
de primera comunión dispuestos a preparar a los niños de sus pueblos. Y en
Santa Rita, hay de pronto un señor que siguió cursos de formación para animadores
hace años en Iquitos, y será el animador de esa comunidad con el tiempo, aunque
él aún no lo sabe.
En fin. Que siempre, después de la
tormenta, llega la calma. Que todos los días sale el sol, camarón. Y que si te
mojas, pues te secas y ya.
Feliz 2019.
Feliz 2019.