Hago un paréntesis de la narración de las peripecias de mi viaje por la selva para contar algo de lo que está pasando en el Perú, la experiencia que estamos viviendo y que, sorprendentemente, nos implica a todos, incluso a los que no estamos sufriendo la catástrofe en primera persona. Las imágenes han dado la vuelta al mundo y, si bien son terribles, concuerdan con la magnitud de la campaña que está poniendo en pie nuestro país y que se llama #UnaSolaFuerza.
Primero una mijita de ciencia. ¿Por qué semejantes lluviones? ¿Qué es eso de El Niño Costero? ¿Pero no era El Niño a secas (si se me permite el chiste malo)? Las lluvias se producen porque el mar se calienta anormalmente y muy rápido, en este caso unos diez grados, pasando de 21 a 30º C de temperatura superficial. ¿Por qué? En El Niño normal se debe a las ondas Kelvin, corrientes calientes que llegan desde Australia pero tardan de tres a cuatro meses, con lo que se pueden prevenir las lluvias y prepararse el personal; pero en El Niño Costero el agua del Pacífico se calienta debido a un fenómeno meteorológico local que tiene que ver con el debilitamiento de los vientos fríos que recorren las costas de Perú y Ecuador de sur a norte y un predominio del aire cálido ecuatorial.
En resumen, de golpe el calentamiento del mar norteño produce más humedad de la común en el cielo debido a la condensación. Dicha humedad no pasa al interior del continente porque no puede superar los tres ramales de los Andes, y por tanto se condensa y produce lluvias muy intensas en las regiones costeras del norte del Perú. Estas costas de Piura, Tumbes, Lambayeque, Trujillo, Ancash... son desiertos donde casi nunca llueve, debido a que los Andes son la barrera natural que impide pasar a la humedad de la selva hacia el mar. Por tanto las ciudades, incluida Lima, no están preparadas para asumir tal cantidad de agua en tan poco tiempo (normalmente tienen que regar sus parques para que no se sequen), y se producen inundaciones, riadas y huaycos (derrumbes, aludes de barro) con los consiguientes desastres y pérdidas humanas y materiales que estamos viendo*.
Lo que está ocurriendo hace visibles varias cosas. La primera es la gran cantidad de infraestructuras deficientes y viviendas precarias que hay en Perú, con muchísimas familias viviendo en condiciones indignas y en emplazamientos inseguros, y especialmente en la costa, donde están las principales concentraciones de población. Los anuncios pitucos de la tele nos hacen creer en un país medio elegante y semidesarrollado, pero de pronto despertamos y nos topamos con la realidad que siempre intuíamos: que Perú es mucho más pobre de lo que muchas veces se pretende aparentar.
El reverso es igualmente elocuente: los peruanos son líderes en capacidad de movilización para hacer concreta la solidaridad y acudir en ayuda de los damnificados. La acción del gobierno junto con la totalidad de la sociedad civil es impresionante, por su amplitud y su unanimidad. La campaña #UnaSolaFuerza la capitanea el presidente, que se pasa los días en helicópteros y aviones recorriendo las zonas dañadas; ha encargado a cada ministro una región en la que coordinar de la ayuda y la prevención, con el mandato de dejar otros asuntos y dar prioridad al apoyo a las poblaciones afectadas.
Todo está invadido por el impulso a la solidaridad: cientos de horas de de televisión, las páginas de internet, mensajes de texto de PPK en los celulares, los murales de las calles, cualquier acto público y hasta este blog Lima está repleta de centros de acopio donde se invita a la población a que lleve agua, alimentos, útiles de aseo, medicinas, mosquiteros, calaminas... La cantidad de sacos azules es increíble, hay varias ONGs comprometidas en la tarea, multitud de marcas comerciales, empresas, famosos, grupos políticos, canales de Youtube, asociaciones de todo pelaje, los equipos de fútbol... Incluso los bancos, en sus apps para móviles han introducido una opción para que dones al toque 20, 50 o 100 soles. Sencillamente extraordinario.
Pero lo mejor es que han conseguido generar una corriente de fraternidad y unión que a todos nos hace sentir parte de un mismo país, con un destino común y un presente doloroso que exige que cada uno responda. Es una corriente más fuerte que las aguas de las riadas y los lodos de los huaycos, sostenida por el tesón de este pueblo peruano y su mejor cualidad: reinventarse a sí mismo y alzar la cabeza sonriendo a la desgracia y tarareando una marinera norteña.