Casi sin tiempo ni para rascarme la oreja, el domingo y ayer me zampé en Mariscal Benavides para su fiesta patronal. Bautizos, mucha gente, caballos bailarines, cohetes, cuy... y una mijita de aturdimiento, ¿eh? Volver no es como pasar de pantalla.
Un poco solo y algo silencioso colocaba mis cosas. Con el paladar del corazón impregnado de mi familia y mis amigos, mi mente rimando con las cosas de allí y el cuerpo desconcertado. No solo el cuerpo. Resulta que hay nombres que me cuesta recordar, doy dos besos en vez de uno, las palabras me salen a tirones y con un asombroso acento gringo-castúo...
Ha sido nomás un mes larguito, pero me he metido tan intensamente en "mi mundo" de allá que ahora me cuesta desentumecerme, superar el jet-lag de la cabeza y de los afectos, volver a centrarme y a "entrar en harina".
Me ayuda que la gente se alegre de verme. "Le hemos estado extrañando, padrecito". Me ayuda que la familia de Augusto se empeñe en invitarme a almorzar y pueda disfrutar de la compañía y la conversación de sus dos bellas e inteligentes hijas, Lis y Nilma. Me ayudó ir con los muchachos de la JEC a ver el partido Chile-Perú en Elenita y ahogar juntos el disgusto en mate de coca. Y como no, tomar un cafesito en casa de Wilder y Giny, que así me dan la bienvenida sin palabras.
"Hablo contigo y ya no sé si estás aquí, allí o dónde", me dijeron ayer desde España por teléfono. Pues imagínate yo. Y Glafira me ha escrito: "Viajar es bonito pero el pre y el post son complicadísimos. Ánimo. Tardarás otro mes en igualarte... ja, ja, ja....". Y sí, me noto extraño, como un náufrago deambulando por ninguna parte, un poco fuera de lugar y muerto de sueño a partir de las 5 de la tarde. Con una laceración en mi meollo: echo de menos a los míos. Y cuando me dicen: "Entonces usted ya va a permanecer, ¿diga?", se me conjura una nube de tristeza que me aturde.
Ya llueve menos en Mendoza. Ya estuve con los chicos de Confirmación en las "Buenas tardes", ya atendí a Milagros, contesté a mil llamadas, puse reuniones, cambié de fecha otras, abracé a la hermana Panchita, me metí con Helí, recogí mi maleta, di al profe Echegaray sus latas de mejillones en escabeche, saludé por la calle y salí a tomar una cerveza con Nico. Fui incluso hasta Chontapampa esta mañana y nos reímos con los niños de la escuela. Poco a poco tendré menos sueño y la resaca de cariño paisano irá pasando.
Pero el mordisco de la separación y la melancolía de la ausencia, ¿cómo se superan?