Cuando se sale de Iquitos, del puerto de Productores, camino
de Indiana, se navega al principio por el río Itaya, de aguas azuladas oscuras;
pero a los pocos minutos el bote se acerca al Amazonas, y se ve perfectamente la línea en que el agua se torna parda y barrosa,
como una frontera cromática entre los dos ríos, o el lugar donde el
Amazonas prevalece. Es prodigioso.
Antes, el embarcadero es un enjambre de gente que viene y
va, jóvenes que transportan cargas de la orilla a la pista iquiteña, vendedoras
ambulantes, ruido y olor a humedad, puestos de verduras, naranjas, papayas,
chicha y pescado. Cuando se baja al nivel del río se camina por tablas que
flotan y se inundan, te mojas los pies, el agua que rodea los botes está
saturada de suciedad, pero en ella se bañan los niños en las horas de más
calor… La belleza natural de la selva
convive con la miseria de los seres humanos.
Indiana es la sede del Vicariato desde su creación en 1945,
pero solamente hace año y medio no había teléfono ni internet y nomás disponía de
tres horas de luz. Con la llegada del progreso
ahora la fábrica de luz corta a las
12 de la noche y engancha a las 6 de la mañana. Las horas nocturnas son un remanso de paz al compás de las chicharras y
la vigilancia del Amazonas, es delicioso. A las 6 regresa la electricidad y
de pronto todo empieza ahí, parece que el pueblo entero se conecta y vuelve a
la vida, el silencio es sustituido en cuestión de minutos por la cháchara
incansable del parlante de la municipalidad, que combina informaciones útiles y
verborrea de avisos ciudadanos con música de Andy y Lucas, el himno nacional,
Pimpinela o Perales. Como el almuédano de Níger pero en versión selvática,
jeje, ay mi Perú.
Aquí he plantado mi base provisional entre viaje y viaje,
porque quieren que haga algo con el archivo del Vicariato, que lleva algunos
años un poco abandonado. De momento, antes de visitar la misión de El Estrecho,
he dedicado los últimos días a abrir todos los folders, ordenarlos e investigar un poco lo que contienen. Aparentemente
una buena castaña, ¿no? Pues… como tantas otras veces, me he llevado una verdadera sorpresa y está siendo una
experiencia de lo más interesante.
Actas de reuniones, planificaciones pastorales, reseñas de
asambleas, informes de viajes a las comunidades, pastoral indígena, correspondencia,
talleres de inculturación, proyectos, encuentros, fotografías, cuentas… de
todo. Una auténtica inmersión documental
en el Vicariato, en este grupo de gente que lleva años acompañando a este
pueblo, trabajando y luchando, con toda su debilidad y el sueño del Reino como
estrella. Un archivo muerto… que da
vida, que alumbra y enriquece inesperadamente a este recién llegado.
Porque los antropólogos necesitamos alimentarnos de las
fuentes escritas tanto como salir a entrar en contacto directo con la realidad
(lo aprendí en la estupenda asignatura de Etnografía en la UNED). Y mientras
escribo esto se prepara un tremendo lluvión tropical, la nube negra llega casi
a tapar la orilla opuesta del río, pero deja
una franja de cielo por encima de la pared de árboles, es precioso. Así que
bajo al toque a hacer una foto y me encuentro con las hermanas Mª José y Mª
Mercedes que justo llegaban a la casa, y las inmortalizo en este instante de
hermosura amazónica.
Y al momento, la lluvia. Zambullida en la selva de todos los
estilos y por los cuatro costados… ¿O más bien la selva me abraza? Mmmmh, esto
no ha hecho más que empezar.