Sabíamos que este día tenía que llegar. Lo comentábamos muchas veces, y él también. Pero… cuando llega, cómo duele. Cuánto sentimos que la vida del abuelo, el padre, se haya apagado. Una vida larga, muy llena, muy bien vivida, una vida que sin duda ha merecido la pena.
Me gustaba mucho echar un rato con Frasco. Me lo encontraba sentado en
su puerta, bajo la sombrilla, o junto al bar. Cuando me veía, abría sus ojillos
y decía: “¡hombre!”. Hablábamos de
muchos temas, de las cosas de antes pero también de la actualidad, del paro, de
hay que ver lo mal que están las cosas… Hacía sus pausas antes de hablar, y siempre
comentaba desde la perspectiva de quien ha pasado por todo, ha sufrido y
llorado, ha asistido a cambios asombrosos, ha despedido a muchos familiares y
amigos, y por tanto posee la seguridad de la experiencia. Frasco no tenía miedo
a nada y recibía cada día como un premio inesperado.
“¿Qué pinto yo aquí ya?”, me
preguntaba a veces. Delgado, de apariencia frágil pero recia, con su boina, el
rostro y las manos como troncones de vides viejas, tostados, venerables. “Pues qué va a ser, tú estás aquí para que
tu familia te cuide”. Y así ha sido. Pocas personas he conocido que se hayan puesto en
manos de los demás con tanta generosidad, sin dar ruido, con calma. "Ya nos
gustaría llegar a su edad con su salud" –decimos siempre-, pero yo preferiría,
cuando sea viejo y dependiente, saber abandonarme en los demás como él, con
buen humor y discreción. Tu padre se dejó cuidar con mucha elegancia y nos enseñó,
desde la cátedra de su bastón, que hay que saber estar y ser agradecido hasta
el último día. Eso es ser limpio de corazón. Eso es ver a Dios.
Eso es estar sano. ¡Y vaya si lo estuvo! Y repartió salud a sus
vecinos, a su familia, a los terremotos de sus bisnietos. Y lo sigues estando, Frasco,
amigo, ahora ya sin gafas de respirar ni nada, en el cielo. La próxima cerveza
nos la tomamos allí, y hasta voy a probar un peazo tocino de esos que tú te trincas antes del almuerzo.
Duele mucho y os acompaño en el sentimiento. Pero, al mismo tiempo,
enhorabuena. Él me recordaba mucho a mi abuelo; no se parecían en nada, pero yo
siento por mi abuelo lo mismo que vosotros sentís por él. Seguro que allí
arriba se han conocido ya los dos. Descansa en paz.