martes, 29 de abril de 2014

CIERRA EL POZO, SÍ


Eugenio escribe: Es Pascua.Más que nunca, "post tenebras spero lucem", tras las tinieblas de la muerte, esperamos la luz de la Vida Nueva, transformada. El 7 de abril es el aniversario de bodas de mis padres. Este año, vuelven a celebrarlo juntos, tras dos años de separación. El recuerdo de mi padre llenó la tarde, en el patio, junto al pozo blanco, el árbol verde (un cerezo que sembré con mi madre hace unos años) y los pájaros cantando... Juan Ramón Jiménez tiene una poesía hermosísima que alude a estos objetos y seres para describir la eternidad del adiós. Pueden ser señal de la eternidad del amor, pues al fin y al cabo, "el amor es más fuerte que la muerte" (Cantar de los Cantares: frase de los recordatorios de mis padres). Aquí va el poema de Eugenio. La hermosísima imagen del pozo es de Lolo Matos.

Más  que nunca,
hermoso el árbol que sembramos.
Más que nunca,
proclamando la primavera
nueva,
que anticipa la primavera
de la carne que vive
para siempre.
Zumban las abejas,
sembrando vida en juegos,
y es el cerezo
una mágica colmena
de verdes,
blancos florecidos,
diminuta galaxia de olores frescos.
Podríamos sentarnos,
como aquellas mañanas
(tú ya no te acuerdas)
en que retomabas la vida
y hablábamos con dulzura.
Tú, asombradizo y niño.
Yo, como a un niño asombradizo.
Contaríamos sus vuelos sin descanso:
“van mil, cien mil”.
Se paran un momento,
dan vida y vida toman.
¡Hermoso intercambio multiplicado!
“Mira, éste eras tú”
“ ¡Ah! ¿sí? ¿Cuándo?”
“En otro tiempo…”
Nos podríamos pasar la mañana,
o una tarde larga y lenta como ésta,
oyendo los vuelos dulces,
los vuelos que siembran
primavera
y harán estallar
la vida en las miradas.
Luego,
dejaríamos que la llamada
fresca y honda
nos invitara
a abrir el pozo.
Cubo a cubo,
para las plantas
que ella sembró
y ahora, a veces,
se secan sin remedio.
Tu irías una a una,
como quien recuerda
los versos primeros
que a la amada se envían
para hallar la llave del corazón.
En silencio a cada una
darías un consejo,
una cita,
un lugar para el encuentro,
por si hay allá
macetas que hacen más asequible
la eternidad.
Te cansarías luego:
cansa pensar y vivir
y no saber cuándo
emprende uno el camino.
Te sentarías de nuevo
a mi lado.
Yo miraría el túnel oscuro
de aguas frías.
Se va acercando la noche.
“¿Cierro ya el pozo?”
“ Ciérralo, sí”.
“Me voy a entrar,
que tengo frío”.
Y en el silencio sin riberas
la primavera aguarda,
más hermosa que nunca,
para que tú la sientas.

martes, 22 de abril de 2014

SER LUZ Y DAR VIDA


Una Semana Santa muy especial para mí, coloreada por el agradecimiento y la emoción. Con momentos muy hermosos, saboreando con Diosito el cariño a mis pueblos, a su gente, a mis parroquias. Me siento muy orgulloso y feliz.

Este video hecho por Gabriel Corbacho para el comienzo de la Vigilia es una buena pincelada de cómo se manifiesta en Santa Ana la fuerza de la Resurrección. Es la Vida que se abre paso discreta, humilde pero imparable. Los pies se están lavando diariamente, de mucha gente a mucha gente, en silencio y de verdad. Es la personalidad de este pueblo; es el amor que conquista y salva, y que ha ganado mi cariño para siempre.


Aceptando el dolor, sabiendo coger las cruces; el trigo ha de romperse y triturarse para ser pan, y nosotros nos quemamos para dar vida e iluminar.
Gracias Padre por encender en mí esta luz. Gracias por estos años de camino. Que el fuego que arde en el corazón del Señor Jesús prenda para siempre en nuestro corazón.

jueves, 17 de abril de 2014

VIA CRUCIS DE MI PUEBLO

Fue un momento muy especial. El silencio... el estupor ante Jesús clavado en la cruz... el anochecer... una luna tan hermosa... la oración... El silencio.



Ambientación
El camino de la cruz lo recorremos cada día en el pueblo. Es el camino de Jesús, que acontece todos los días, que se hace vida nuestra en cada rincón, en cada casa.
Jesús sigue muriendo hoy a nuestro lado y nos pide humildemente, como a la samaritana: “Dame de beber”.
En esta noche lo contemplamos por las calles de nuestro pueblo.
Y lo hacemos en silencio, con toda la fe y todo el amor.
 
1. Jesús en el huerto de Getsemaní
En nuestro pueblo sudamos sangre a diario. Nos cuesta sudores encajar los golpes de la vida, que son a veces irremediables. Vivimos haciéndonos planes, que a menudo se rompen en mil pedazos, y nos sentimos como barcas zarandeadas por la tempestad. Qué cáliz más amargo. ¡Cuánto cuesta aceptar que las cosas no son como nos gustarían! Lo saben bien los mayores, los viejos de Los Clementes, los nuevos de El Pomar.

2. Jesús, traicionado por Judas, es arrestado
Duele cuando descubrimos que hablan de nosotros, que nos ponen verdes a nuestras espaldas. Duele cuando alguien en quien confiabas te traiciona, miente y se te enfrenta. Nos ocurre a todos, a veces con quienes creíamos amigos, con quienes paseamos por el camino de San Gregorio o con quienes charlamos el día de la Pura. Pasa en nuestro pueblo, con nuestros vecinos. Amarga y deprime que te vendan. Aunque sea con un beso.

3. Jesús es condenado a muerte por el Sanedrín
“En el pueblo nos conocemos todos”, decimos. Y por eso nos creemos con derecho a juzgar a los demás… de los Avariegos a El Cabezo. Decidimos en nuestro interior quién es bueno y quién malo. Nos basamos en lo que vemos, pero también en la familia del otro, en sus ideas políticas, en viejas rencillas o en comportamientos que nos sorprenden porque son diferentes o nos molestan. Juzgamos y condenamos como nos da la gana.

4. Jesús es negado por Pedro
Dar la cara es difícil. Decir a veces la verdad, denunciar algo que ocurre cada día y es injusto, cuesta. Y más en nuestro propio pueblo. Vivimos rodeados de embustes, trampas y disimulos; vemos a diario a niños descuidados y ancianos abandonados; sabemos dónde se pasa la droga y quién defrauda y engaña. Pero nos escaqueamos. También cuando se ríen de los cristianos. Miramos para otro lado, como si anduviéramos por los escombros de la Concepción o los Puertos Marcos.

5. Jesús ante Pilatos
Pilatos teme una revuelta en Jerusalén, teme que sus jefes pierdan confianza en él, teme perder su puesto. Es la cobardía que nos aplasta, lo de “virgencita que me quede como estoy”. Que La Peña y El Palancar no se muevan de donde están. Que todo siga igual, aunque la gente esté muriendo de desigualdad, aunque el mundo se esté hundiendo, pero que a mí no me toquen mis garbanzos.

6. Jesús azotado y coronado de espinas
Este es el hombre. El padre torturado por el paro, la mujer a la que no salen las cuentas, el viejo que se siente arrumbado, el joven que no vislumbra futuro.
Este es el hombre. Estos somos nosotros, en nuestro pueblo, con los sufrimientos que cada día se nos clavan en las sienes; con la rutina, el aburrimiento, el sinsentido y la depresión.
Este es el hombre. Coronado de absurdo tantos días, arrastrando sus llagas por el Abanico, el Pontón o la calle el Cuerno.

7. Jesús carga con la cruz hacia el Calvario
Pesan las piernas calle Constitución arriba. Pesan los años, pero también los odios mantenidos, que se vuelven letales para el corazón.
Pesa la vida, tan trabajosa y tan difícil, tan cuesta arriba. Cuánto queda hasta los Valladares.
Pesa el madero de la enfermedad, de la soledad, del daño que nos hacemos y que Jesús soporta sobre sus hombros deshechos.
Pesa saber que al final del sendero aguarda más dolor.
Pesa caminar solo.

8. Jesús cae llevando la cruz
Nos faltan las fuerzas y, peor aún, nos falta el ánimo. Son muchas las tareas, son excesivos los problemas, el mundo está demasiado mal, “en el pueblo somos mu malos”, decimos.
Le pesan al Señor nuestras vidas. Le pesan tantos millones de seres humanos desvalidos, hambrientos, expoliados, abandonados a su suerte y a nuestro sistema de explotación. Le pesan nuestro pesimismo, nuestro derrotismo, nuestra falta de voluntad para atrevernos a hacer algo.
Caemos y nos damos de bruces con la dureza de la realidad. Tropezamos y nos derrumbamos, y las calles del pueblo son testigos de nuestros fracasos: Coronel Jiménez, Díaz y Ponce, Antonio Machado, Virgen de los Dolores…

9. Jesús se encuentra con su madre
Muy temprano cada día, las madres echan a rodar la vida en nuestro pueblo. Espabilan a los niños, los llevan al cole, arreglan la casa, preparan la comida, trabajan también fuera de casa, son las educadoras y cuidadoras de los pequeños y de los mayores…
Gracias a las madres el mundo gira. Siempre están ahí, fieles, pase lo que pase, aun en los momentos más difíciles.
Como María siguiendo a su hijo por la calle de la amargura. O por El Avellano o la calle Luis Chamizo. Como María al pie de la cruz.
Es María de los Dolores, nuestra madre.

10. El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz
Hay muchos cirineos en nuestro pueblo. Personas sencillas, vecinos nuestros, que son capaces de ayudar a los demás. En Ruiseñores, Doctor Alcaraz o Las Casitas.
Gente modesta que trabaja por la justicia, sin hacer ruido ni darse importancia.
Cirineos que están ahí en los momentos más duros para poner una pizca de amor, para regalar un momento de solidaridad.
Sin heroísmos; sabiendo escuchar, recogiendo las lágrimas y dando sencillamente un poco de vida.

11. Jesús es despojado de sus vestidos
Leo en el periódico que un inmigrante saltó la valla de la frontera, los guardias lo persiguieron y se subió a un árbol; y estaba desnudo, mientras los policías lo esperaban abajo. Sin ropa, para que así los guardias no tuvieran dónde agarrarlo y poder escapar con más facilidad.
Paso la página y me entero de lo que podrían costar los atuendos normales que lleva un cardenal, de esos que eligen al Papa: pectoral, anillo, sotana de hilo… alrededor de seis mil euros.
Y me da vergüenza ver a Jesús despojado, que está en aquellos que no tienen con qué cubrir sus cuerpos, a merced del frío, del abandono, de la injusticia. Y recuerdo nuestra ropa sobrante, la que damos a los que vienen a recogerla porque no sabemos qué hacer con ella… y me da más apuro por Jesús moribundo y ultrajado.

12. Jesús es crucificado
Cada día, si prestamos atención, pueden oírse en nuestro pueblo los golpes de los clavos que crucifican a Jesús. En la avenida de Extremadura, en el Pocito, en la Plaza, en Las Cruces…
Golpes certeros y crueles. Golpes de desamor, de ambición.
Golpes de discriminación, de insolidaridad.
Martillazos en los corazones, con saña, con maldad.
El pueblo cada día se desangra de pecado.
Sin compasión, sin reconocer en el otro al Señor, al que lava los pies, al que multiplica el pan y sana las heridas.

13. Jesús muere
Por la calle La Parra, el Mirador o por Los Salgueros, la muerte ha golpeado de forma repentina e implacable, dejándonos postrados y sin voz, sin palabras.
El cáncer, el mal repentino, el accidente, nos tiene devastado el corazón por el dolor de la pérdida, perdido de oscuridad.
No comprendemos, gritamos y se nos acaban las lágrimas…
“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Pero Dios no puede hacer nada, solo sujetar los brazos de su hijo clavados en el madero.
Dios llora con nosotros.
Por nuestro mal, por nuestra muerte, Dios llora.

14. El cuerpo de Jesús es colocado en el sepulcro
La muerte nos ciega, nos hace perder la esperanza. Pero es al mismo tiempo la avenida de la Libertad. Porque a su lado sale lo mejor de nosotros, nuestra solidaridad, nuestra capacidad de dar cariño, de comprender, de escuchar, de acompañar.
Por eso la vida no es un via crucis que termina en el sepulcro. Hay más camino, más oportunidad de seguir viendo a Jesús en los hermanos, por las calles del pueblo, en los que sufren, en los que nos necesitan... Sólo creeremos de verdad en la resurrección si la construimos, si nos empeñamos en hacer posible la vida de todos.
“Yo doy mi vida; haced esto, haced lo mismo que yo, en memoria mía”. Hay razón para la esperanza. Hacen falta brazos.

jueves, 10 de abril de 2014

EL VALLE ES UNA MONTAÑA Y SANTA ANA ES UN VALLE


La niebla satura el amanecer de este domingo de primeros de abril. Se cuela por las rendijas, lame las paredes del baño y resbala lentamente hasta sustanciarse en el suelo, que parece manar agua.

Conduzco a las 11 de la mañana por el caminito de San Gregorio, hacia el Valle, dentro de la nube de niebla. Pero mi Valle es una montaña, está tendido sobre la ladera de la sierra y flanqueado hermosamente por los castañares. El carreteril pica hacia arriba y, cuando alzo los ojos, la tonalidad va pasando de blanco a gris y de gris a azul, como si la atmósfera se fuese quitando perezosa las legañas de la noche. Detrás, Santa Ana, que es un auténtico valle, se desfigura hundida en la mancha blanquecina que le da un aire misterioso y melancólico.

El Valle planea suspendido sobre la niebla, y por encima de él se adivina un cielo claro. Me tropiezo, al bajar la calle Rufino, con varios rayos intrusos, avanzadillas del sol, que se abren paso entre la humedad pertinaz. Todo está mojado, pero, durante la misa, la ventana alta de la iglesia se ilumina y un pedazo de sol me envuelve. Y todos sentimos que ha llegado la primavera.

El regreso es un silbar en una avalancha de luz. Mi Santa Ana ahora perfilada en la vibración del mediodía, la vieja torre tocada por el arrullo de las cigüeñas, digna y parda.

Son los Valles, mis pueblos. Para mí una lotería o una licenciatura en felicidad. Una fina estratagema de Dios para enseñarme y bendecirme. Un orgullo, una condecoración preciosa y no merecida. Y la devoción y el amor verdaderos. Para siempre.

domingo, 6 de abril de 2014

EL PELIGRO DE REPETIR Y EL ENCANTO DE LO YA CONOCIDO

Como yo nunca había estado más de dos años en ningún sitio y aquí en los Valles voy ya para cinco, hay un mundo de sensaciones y experiencias nuevas para mí y que vivo como un bonito don.

Pisar terreno ya pisado es algo encantador. Conocer de antemano las casas en las que entras, el lenguaje de las personas, sus historias, los avatares de mi pueblo, el  color de las circunstancias, la “letra pequeña” del día a día, de las relaciones de unos y otros es, desde luego, una ventaja para el pastor, un terreno ganado. Saber cómo funcionan las cosas, descifrar el tejido de las situaciones que atraviesan lo cotidiano te permite adaptarte, adelantarte, responder con más cuidado y con más calma. En general, cuando la gente entra en la parroquia, yo ya sé a qué vienen y por qué.

También tiene su lado áspero. Ser “de casa” pone más difícil decir que “no” con asertividad, conservar la distancia necesaria para tratar los asuntos delicados, conducirte con ecuanimidad y objetividad, si es que ésta es posible. Y también está el riesgo de repetir, hacerlo “como ya se hizo”, dejarte llevar por esa especie de carrusel que arrambla con la creatividad y anestesia la necesidad de evolucionar.

Por otro lado, como “en el pueblo nos conocemos todos”, lo ya hecho o dicho te obliga a innovar, a variar, a proponer algo diferente. Tras los tres primeros años ya te han escuchado un ciclo completo de homilías, así que cuando abro el correspondiente archivo leo lo que dije hace un trienio y noto el natural impulso de cambiar. Porque estos días son distintos, porque quien me escucha es mi parroquia pero transformada por el tiempo y porque yo mismo, aunque soy el mismo, “no soy igual” y siento, contemplo, expreso y comparto mi fe de forma nueva.

Pero igual que lo ya trillado erosiona y estimula a la vez, repetir es una trampa y al mismo tiempo un mecanismo ineludible. Todo en la vida lo aprendemos por repetición, por ensayo-error. Solo repitiendo adquirimos destrezas e incorporamos de veras lo que nos impacta y nos importa. Es un placer ir allí donde sabemos que encontraremos alegría y paz, y algo muy sagaz y práctico volver a proponer lo que ya comprobamos que funciona.

Así  que esta entrada paradójica y especular podría haberse titulado El encanto de repetir y el peligro de lo ya conocido.

miércoles, 2 de abril de 2014

POESÍA PARA EUGENIO


A las 8 de la mañana, tu lamento silencioso asomó por el móvil. Yo tenía aún el sabor de Jn 4, 43-54, el episodio en el que Jesús cura "a distancia". Y desde la distancia me atenazó tu angustia, Eugenio, hasta mí llegó el amargor de tu corazón hipersensible hecho pedazos, roto de confusión y sobresalto, sobrepasado por el dolor.

Estar a tu lado hoy, amigo Eugenio, ha sido un don áspero que a la vez me ha llenado de orgullo. Tu conmoción estaba más decantada, podías ya ofrecerla para compartirla, y yo tocarla, abrazar tu aturdimiento para implorar juntos salvación.

Tú siempre regalas a esta página la belleza de tus palabras. Como no tengo tu talento, recurro a Antonio Machado y a su profundidad:

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

Ya pasaron el lunes y el martes; ya es miércoles. Hoy vuelve a amanecer y no estás solo. Estamos tus compañeros, tus amigos. Relee y siente tu último mensaje de anoche: "cada abrazo es un consuelo y un anuncio de la vida nueva". Incluso en este trance, tu poesía. Gracias, Eugenio.