Eugenio escribe: Es Pascua.Más que nunca, "post tenebras spero lucem", tras las tinieblas de la muerte, esperamos la luz de la Vida Nueva, transformada. El 7 de abril es el aniversario de bodas de mis padres. Este año, vuelven a celebrarlo juntos, tras dos años de separación. El recuerdo de mi padre llenó la tarde, en el patio, junto al pozo blanco, el árbol verde (un cerezo que sembré con mi madre hace unos años) y los pájaros cantando... Juan Ramón Jiménez tiene una poesía hermosísima que alude a estos objetos y seres para describir la eternidad del adiós. Pueden ser señal de la eternidad del amor, pues al fin y al cabo, "el amor es más fuerte que la muerte" (Cantar de los Cantares: frase de los recordatorios de mis padres). Aquí va el poema de Eugenio. La hermosísima imagen del pozo es de Lolo Matos.
Más que nunca,
hermoso el árbol que sembramos.
Más que nunca,
proclamando la primavera
nueva,
que anticipa la primavera
de la carne que vive
para siempre.
Zumban las abejas,
sembrando vida en juegos,
y es el cerezo
una mágica colmena
de verdes,
blancos florecidos,
diminuta galaxia de olores frescos.
Podríamos sentarnos,
como aquellas mañanas
(tú ya no te acuerdas)
en que retomabas la vida
y hablábamos con dulzura.
Tú, asombradizo y niño.
Yo, como a un niño asombradizo.
Contaríamos sus vuelos sin descanso:
“van mil, cien mil”.
Se paran un momento,
dan vida y vida toman.
¡Hermoso intercambio multiplicado!
“Mira, éste eras tú”
“ ¡Ah! ¿sí? ¿Cuándo?”
“En otro tiempo…”
Nos podríamos pasar la mañana,
o una tarde larga y lenta como ésta,
oyendo los vuelos dulces,
los vuelos que siembran
primavera
y harán estallar
la vida en las miradas.
Luego,
dejaríamos que la llamada
fresca y honda
nos invitara
a abrir el pozo.
Cubo a cubo,
para las plantas
que ella sembró
y ahora, a veces,
se secan sin remedio.
Tu irías una a una,
como quien recuerda
los versos primeros
que a la amada se envían
para hallar la llave del corazón.
En silencio a cada una
darías un consejo,
una cita,
un lugar para el encuentro,
por si hay allá
macetas que hacen más asequible
la eternidad.
Te cansarías luego:
cansa pensar y vivir
y no saber cuándo
emprende uno el camino.
Te sentarías de nuevo
a mi lado.
Yo miraría el túnel oscuro
de aguas frías.
Se va acercando la noche.
“¿Cierro ya el pozo?”
“ Ciérralo, sí”.
“Me voy a entrar,
que tengo frío”.
Y en el silencio sin riberas
la primavera aguarda,
más hermosa que nunca,
para que tú la sientas.
sembrando vida en juegos,
y es el cerezo
una mágica colmena
de verdes,
blancos florecidos,
diminuta galaxia de olores frescos.
Podríamos sentarnos,
como aquellas mañanas
(tú ya no te acuerdas)
en que retomabas la vida
y hablábamos con dulzura.
Tú, asombradizo y niño.
Yo, como a un niño asombradizo.
Contaríamos sus vuelos sin descanso:
“van mil, cien mil”.
Se paran un momento,
dan vida y vida toman.
¡Hermoso intercambio multiplicado!
“Mira, éste eras tú”
“ ¡Ah! ¿sí? ¿Cuándo?”
“En otro tiempo…”
Nos podríamos pasar la mañana,
o una tarde larga y lenta como ésta,
oyendo los vuelos dulces,
los vuelos que siembran
primavera
y harán estallar
la vida en las miradas.
Luego,
dejaríamos que la llamada
fresca y honda
nos invitara
a abrir el pozo.
Cubo a cubo,
para las plantas
que ella sembró
y ahora, a veces,
se secan sin remedio.
Tu irías una a una,
como quien recuerda
los versos primeros
que a la amada se envían
para hallar la llave del corazón.
En silencio a cada una
darías un consejo,
una cita,
un lugar para el encuentro,
por si hay allá
macetas que hacen más asequible
la eternidad.
Te cansarías luego:
cansa pensar y vivir
y no saber cuándo
emprende uno el camino.
Te sentarías de nuevo
a mi lado.
Yo miraría el túnel oscuro
de aguas frías.
Se va acercando la noche.
“¿Cierro ya el pozo?”
“ Ciérralo, sí”.
“Me voy a entrar,
que tengo frío”.
Y en el silencio sin riberas
la primavera aguarda,
más hermosa que nunca,
para que tú la sientas.