Desde el lunes santo temprano, en la remota ribera de
Tacsha Curaray, me siento conmocionado, pensativo, desolado, huérfano e
inmensamente agradecido, como muchas personas. Todo lo que me gustaría escribir sobre Francisco lo han dicho mejor que yo Miguel Cadenas o Luis Miguel Modino,
y les invito a leerlo. He recordado que, cuando el Papa fue elegido hace doce
años, en mis queridos Valles, los pueblos donde era párroco, el impacto fue
tal, que escribí algunas impresiones recogidas de la gente. Es el mejor
homenaje que puedo ofrecerle al Papa, con todo mi cariño y admiración. Creo que
el Espíritu, de donde él bebió para inspirarnos tanto, guiará también a la
Iglesia en este momento decisivo.
Me encantan y me enseñan mucho los comentarios sencillos
de la gente a propósito de las cosas que pasan en esos vaticanos y
que conocemos por la tele, y en concreto acerca del cambio de Papa. Son perlas
del sentido común adornado con un puntito de humor de pueblo.
Primero el Papa “que se fue” (Benedicto XVI). “Pues
claro, es que estaba viejo el hombre”. “Cuando ha salido ahora con el otro,
¡qué bajón ha pegado, ¿eh?!”. “Ha visto que no podía y ya está, ha hecho bien”.
“Él veía todo lo que hay ahí metido y ha dicho: yo me voy; y lo mismo que yo
deberían hacer muchos de ustedes”.
Con esto pasamos al capítulo de los cardenales. “Qué
panzá de curas hay allí, ¿pa qué querrán tantos?”. “Se les ve que son muy
viejos, ¿no?”. “Yo los pondría a todos a arrancar hogarzos, iban a ver lo que
es trabajar”. “En ellos no se ve la vida de Jesús. Estuvo perseguido
desde antes de nacer, y lo mataron los poderosos por defender a los pobres”.
Y ahora, el “Papa nuevo”. Resulta increíble ver que
Francisco es una persona que le cae a todo el mundo espontáneamente muy bien. “Se
le ve un buen hombre”. “Qué buena gente”. “Cómo sonríe”. “¿Y cuando se
inclinó pidiendo la bendición?”. “Ahora tiene que meter aquello en vereda”.
“Hay que poner las cosas de la Iglesia a la conveniencia de hoy día”.
Me pasma cómo el Papa se metió a todo el orbe en el bolsillo
el ratillo que salió al balcón con el traje blanco. Estoy asombrado de la
necesidad que teníamos de una inyección de frescura y de esperanza. Lo vemos
lavar los pies a los chavales reclusos y alucinamos en colores. Nunca un Papa
me había implicado personalmente tanto, me había hecho sentir tanto orgullo por
ser uno de los suyos, quizá porque nunca había visto al Papa tan
"mío", tan “uno de los nuestros”… En él creo que sí que se
intuye la vida de Jesús.
El otro día un hombre por la calle: “El Papa da la
impresión de ser de pueblo, ¿verdad?”. Si en misa pedimos por el Papa, veo
al personal asintiendo con la cabeza. Pero lo que más me ha gustado ha sido lo
que me dijo una mujer mayor: “Me encanta el Papa. Yo creo que si lo invitas
a almorzar a tu casa un día cualquiera, viene y se sienta y se come lo que le
pongas sin hacerse problema por nada y dándote conversación, ¿no te
parece?”.
Claro que me parece. No lo podría expresar con más acierto. Y eso, sin saber todo lo que vendría después. Esta foto del Papa comiendo con los trabajadores del Vaticano lleva once años
en mi folder de imágenes favoritas. Como la de la cola para el café en el
sínodo de la Amazonía. ¡Gracias Francisco!