Reconozco que al escuchar este palabro fue como
cuando te cruzas con una cara y sientes que te suena levemente, crees que la
has visto en algún sitio, pero hace tiempo… ¿dónde? y ¿quién será?... hasta que
pasa un instante y ¡zas!, eso es, ya lo tengo, estoy seguro. Qué chévere es
formar parte de un presbiterio.
Porque ahora, con las últimas incorporaciones del IEME y
según la web, somos 17 sacerdotes en el Vicariato. Wow. Claro que alguno
está más bien jubilado y un par de ellos paran estudiando fuera, pero sin duda hemos
crecido en los últimos 6 años. Si sumamos los dos seminaristas mayores que
están realizando su tiempo de preparación al diaconado y otros dos candidatos a
las órdenes, resulta que en el encuentro de formación de misioneros nos
juntamos una linda mancha.
Se visualizó en la jornada que siempre tenemos por
vocaciones específicas, y ahí fue donde Jaume Benaloy, sacerdote misionero
español llegado desde Chimbote para acompañarnos, sacó ese término. Ser
co-presbítero, miembro de un presbiterio, de un grupo de iguales
junto con el obispo, que es el hermano mayor: “Ruego a los presbíteros que
están entre ustedes, yo, presbítero también con ellos…” (1 Pe 5, 1).
Nadie es presbítero individualmente y de forma aislada, y
eso siempre es cierto, pero resulta todo un reto vivirlo cuando el compañero
más próximo está a seis horas de navegación y una distancia equivalente a la
que hay entre Mérida y Sevilla. Eso me ocurría cuando estaba en Islandia, y
recuerdo cuánto necesitaba irme a Tabatinga a solearme con Adolfo el obispo o
con los jesuitas.
Sin querer te metes en lo tuyo, te desconectas de los otros
(literalmente y peor cuando no hay señal) y se va desdibujando tu carácter de
“co-“. Por eso, aunque se es siempre cuerpo ministerial, este cuerpo debe
hacerse visible de vez en cuando, con la evidencia del encuentro, el
abrazo, el diálogo directo, el afecto profesado y expresado.
Se trata de saborear la fraternidad profunda en la
identidad presbiteral, que es capaz de disolver todas las diferencias, y
entre nosotros las hay y bien notorias, empezando porque somos de 7 países
diferentes, de edades, formación, trayectorias y concepciones distintas de la
misión, la Iglesia, los equipos de fútbol y las clases de comida.
Eso sí, en la cerveza hubo unanimidad en este momento
pizzero que recoge la imagen, y que fue como un afortunado epílogo a las horas
de reflexión, debate y compartir. Conversaciones “de curas”, anécdotas y
demás peripecias, risas y chismorreos varios y casi obligatorios en ratos así…
Pequeñas costumbres de cuando estaba en mi tierra extremeña, que me ayudaron
tanto, y que tantísimo echo de menos en la misión.
Y, sí. De vez en cuando me sorprende la nostalgia de los
tiempos pasados, diez primorosos años en Mérida-Badajoz, mi querida
diócesis… Aquella forma de vivir menos vertiginosa, con más certezas, los tuyos
siempre a mano y las carreteras asfaltadas. Sacudo la cabeza y miro palante,
porque Diosito está siempre delante de nosotros y no detrás, recién lo he
escrito.
Todos somos co-. Me gusta sentirme uno más, ni
vicario general ni pamplinas: solo un presbítero, igual que todos, parte de un grupo,
viviendo esa hermandad paradójica, a la vez recia y delicada, con los
compañeros que Diosito te otorga. Necesaria como el aguacero nocturno, frágil
como un colibrí, laboriosa como una jornada en la chacra, y tan
escurridiza y exultante como el bufeo saltando sobre el río al atardecer.