Acabo de llegar de un
viaje por cuatro puestos de misión en seis días, un periplo que me ha dejado
satisfecho y cansadito a partes iguales. Se trataba de
administrar la Confirmación a algunas personas que quedaron pendientes del año
pasado (puesto que este pandémico 2020 no hubo catequesis) y también de acompañar
a dos nuevos párrocos en el comienzo de su servicio. Una experiencia
verdaderamente espléndida.
Primero, Yanashi. Allí siempre está todo preparado con esmero. Llegué a las
2 de la tarde y a las 4 tenía cita para la confesión de los confirmandos. Como
otras muchas veces, escuchar a los
jóvenes fue como sentarme debajo de una catarata de lecciones vitales.
Asistir al despegue de vidas palpitantes de expectativas, de fuerza y de
futuro. El Espíritu viene como a colmar esa potencialidad, a iluminar esa
promesa. Y yo me encuentro en medio de esa donación. Es una sensación única.
De ahí, un viaje de dos horas en canoa sin techo con un motor fuera borda
de 15 bajo la warmi lluvia* del Amazonas hasta Pevas. Se trataba de compartir un día
de retiro con las religiosas, y como es algo que me encanta, disfruté y me maravillé de lo que Dios es y hace en mis
compañeros, los misioneros del Vicariato, y en este caso en ellas. En la
madrugada, sin pausa, agarramos la hermana Rosalba y yo el ponguero “Haydee”
rumbo a San Pablo; una travesía de miércoles
torturados por una atronadora música de kumbia y luces deslumbrantes que no me
dejaron pegar ojo.
No me había detenido en San Pablo en la gira
del mes pasado, de modo que llegué un día antes de la presentación del nuevo
párroco y así pude convivir un poco con la comunidad EMJ y ayudarlas en algunos
asuntos de terrenos, que siempre son desabridos. Recibimos con pancarta y guitarra al amanecer del día siguiente al p.
Romel García, de la diócesis de Chimbote, que ha venido por dos años para
ayudarnos. Pasamos la jornada juntos, conversamos, nos reunimos con el
consejo de pastoral… Un hombre humilde y servidor, quechuahablante, cura en la
sierra durante seis años; una buena madera para que la misión te modele y
Diosito saque lo mejor de ti en forma de don a la gente.
Comienza la misa y se lee el nombramiento, como hicieron conmigo tantas veces.
Me siento un poco extraño en el papel
contrario, ahora soy yo el que, en nombre del obispo, presenta y entrega al nuevo pastor a la comunidad,
que “toma posesión” de él desde ese momento. Les digo que Diosito les ha
querido mucho y les ha bendecido con este gran regalo; qué lindo es dar buenas
noticias, la autoridad es un símbolo eficaz para insuflar ánimos, para avalar,
para unificar. Hoy me toca a mí y mañana le tocará a otro, lo importante es que
la Iglesia acredita que Dios llama y envía, que desea y dispone la misión a su
manera, en sus tiempos y con quienes Él prefiere.
Un rato más tarde, esa misma noche, esperamos el ferry, que va surcando con
apreciable retraso. Unas quince horas después arribo en Indiana, apenas una
escala fugaz camino de Orellana, en la boca del Napo. El p. Cristian Terán es misionero claretiano, natural de Bolivia,
joven sacerdote que ha aceptado el reto de ese puesto de misión, durante los ocho
últimos años sin misioneros. La iglesia
está repleta, no sé si las mascarillas sirven de mucho, el coro se supera, el
ambiente es vibrante, hay entusiasmo y palmas.
Pido a la comunidad que cuide a su nuevo párroco, que le acompañe, que le
ayude a acostumbrarse a esta realidad, “es
chibolo, no conoce el suri, el aguaje o la carachupa”, resuenan las carcajadas.
“No
piensen que ahora que hay el cura podrán tirarse a la hamaca, es momento de
comprometerse más, porque la
misión es una tarea que el Señor nos da a todos por igual, y la realizamos juntos,
como un cuerpo”.
Me encanta que este grupo de mujeres bravas y chamberas, capitaneadas por Mariana, han logrado invitar a toditos
los asistentes a arroz con pollo. A esas alturas de la noche pienso que ya casi
he aprendido a manejar este tipo de ceremonias. Es una parte de mi servicio bien agradable y preveo que me quedan
dos o tres más este año. Jamás me imaginé algo semejante.
* Warmi es mujer. En kichua. La
lluvia puede ser hombre (violenta, ruidosa y breve) o mujer: fina, silenciosa y
persistente, no para hasta que te empapa, y aún sigue…