- Vamos a avisar a la gente de que ustedes han llegado, para poder empezar – dijo don Rodolfo. Y se dirigió al manguaré que estaba en la entrada de la maloka… ¡y se puso a tocarlo! He visto otras veces estos instrumentos indígenas tradicionales (en Indiana tenemos uno), pero siempre como mera decoración o en museos etnográficos. La llamada se me quedó en la retina, como otras muchas imágenes, sonidos y sabores de estos días de visita al Estrecho, capital del Putumayo.
Tutaina tuturumaina…
El mantel con las vacas y la estola-fular (porque se me olvidó...), dignos de verse |
En El Estrecho también hubo novena, y por supuesto
chocolate y juegos, por barrios, para
evitar aglomeraciones. Es uno de los puestos de misión más antiguos del
Vicariato, que ya conocí cuando llegué, hace algo menos de cuatro años (ver “En el corazón de la selva” – 2 de marzo de 2017). Mi compañero de aquel viaje,
Reinaldo Nann, fue enviado poco después a trabajar acá, y yo a Islandia; los del Estrecho estaban contentísimos
porque por fin tenían párroco después de bastantes años, pero la alegría apenas
les duró tres meses, porque a Reinaldo lo nombraron obispo y tuvo que
marcharse. Vaya piña*.
La ausencia prolongada
del sacerdote ha tenido en este lugar un efecto benéfico, ha propiciado que los
laicos den un paso adelante para asumir tareas y responsabilidades. Durante décadas les
han estimulado y acompañado las Misioneras Parroquiales, fundadoras de la misión,
convencidas de que la Iglesia con rostro amazónico es decididamente laical. De
hecho, las celebraciones del domingo las presiden por turno tres ministros seglares
locales, y uno de ellos, el señor Félix Sosa, es el responsable de la parroquia
desde hace dos años, nombrado por el obispo.
No está solo. Tiene a un equipo de gente encantadora, con quien he
compartido estos días muy buenos ratos: Jorge, Lesly, Florentina, Javier, Rosita
(¿se puede cantar y animar el canto con tu hija de tres años dormida en brazos?
Se puede), Judith, Yaris, Shirley… además de las hermanas MP Roxana e Isabel, y
de Bea, misionera laica polaca que es un puntal en el Putumayo desde hace
varios años. Laicos con cualidades,
entusiasmo y potencial, muy capaces de sacar adelante su parroquia. En la reunión estuvimos evaluando este año que
termina, tan extraño y doloroso, y pensando líneas de trabajo cara al 2021, y
salieron cosas muy interesantes: mayor coordinación en el equipo, trabajo con
los animadores, visitas más seguidas a las comunidades… De todo el territorio
vicarial quizá sea este el puesto misionero más extenso, una enormidad río
arriba y río abajo, y por eso tienen el Titanic, un barco donde hay camas,
baño, cocina, sala de reunión… todo equipado para recorridos de un mes.
Como es habitual, reclamaron cuándo van a tener un cura. “Ustedes no tanto lo necesitan, según he visto”- les dije para
fastidiarles, medio en broma medio en serio. Y añadí: “haremos todo lo posible para enviárselo”; y es cierto, pero
siempre teniendo en cuenta que la
parroquia tiene un proceso, y que quien venga (le agradecemos con el alma su
generosidad) está invitado con cariño a formar parte de él, aportando su propio
carisma y estimulando la corresponsabilidad y el compromiso cada vez mayores de
los laicos.
Un paseo por el mercado dominical Murui de Maraidikay donde probamos la
kawana y el kasabe, y la celebración del cumpleaños de Chana pusieron el broche
de oro a unos días ajetreados (misas, bautismo,
reuniones, conversas, encuentros…), enjundiosos y a la vez serenos gracias al
silencio del celular, amordazado sin señal 2G ni internet. El soplado de velas
de la torta se me antojó el penúltimo festejo de este maldito 2020, que a las
horas que publico esto, ya de regreso en Indiana, debe estar acabando por fin. ¡Feliz año nuevo!
* “Piña” en lenguaje coloquial significa “mala suerte”.
Rosita cantando con su hija Dana en brazos, desmadejá |
El equipo parroquial |
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