Me cuentan que no van a poder venir a la reunión del grupo porque “estamos trabajando”. “¿¿¿¿En domingo???? ¿En qué cosa?” – pregunto. En una tienda de bisutería y plásticos situada, como otras muchas, en la calle 9 de Diciembre, en pleno corazón comercial de la ciudad de Iquitos. No voy a poner el nombre, pero ojalá con gritos como este en redes sociales, los dueños de establecimientos de esta calaña se lo piensen mejor antes de seguir explotando a gente joven.
Son chicos y chicas en situación de gran vulnerabilidad,
muchos llegados del mundo rural (como es el caso de estas dos huambras)
con 17 o 18 años, para estudiar o simplemente para rastrear un futuro laboral
en la urbe. Una de estas jóvenes tiene un bebé que cuida su mamá en la chacra,
y la otra va a un instituto tecnológico donde cursa administración. La primera
está desesperada por encontrar lo que sea para su hijo, que ya asiste al
jardín, y la segunda obligada a trabajar para poder costearse sus estudios, con
todos los gastos aparejados, porque su mamá viuda no puede enviarle casi nada.
De modo que llegan a este negocio, donde los dueños les
prometen pagarles 23 soles diarios durante 15 días (345 soles, unos 90 €), en
una jornada de 12 horas (de 8 de la mañana a 8 de la noche), con pausa para
almorzar. Por supuesto, no firman ningún contrato; no pueden moverse de allí, no
les dan nada -ni agua siquiera- y no les permiten tener prendido el celular.
Si hacemos cuentas y descontamos lo que les cuesta el desplazamiento y la
comida, que deben comprar en la calle, ganan 13 soles (unos 3,5 €) al día o
menos.
Por si fuera poco, hay un implacable sistema de descuentos: si
alguien rompe un artículo, o hace algo mal, o tarde, o no cumple con los
encargos que dan los jefes (a veces de hasta 5 cosas a la vez en un tiempo
determinado), le van recortando (15 soles, 20 soles…) de su sueldo final.
Los jóvenes viven bajo esa presión, en un ambiente cruel de forzoso silencio y
sonrisas postizas para tratar de vender más y acceder a quiméricos aumentos.
“¿Qué haces ahí, hija? Vete y no regreses”- le espeté
furioso por teléfono a las 10 de la noche, cuando recién había llegado a su
cuarto después del “trabajo”. Aunque sabía la respuesta: necesita el dinero
para sobrevivir. Para pagar su alquiler, su alimentación, su movilidad, sus
útiles, su conexión a internet… De eso se aprovechan esos desalmados, de la
fragilidad, la indefensión y la ignorancia de los muchachos.
“El martes termino mi quincena, me pagan y me voy, te
lo prometo padre”. Pero claro, lo han adivinado, no les pagaron. El
jefe les reclamó, en el colmo del cinismo, que ellas no le habían recordado de
que era día de cobro, las tuvo hasta las 11 de la noche y les aseguró que “mañana”.
Pero al día siguiente le dio a una 20 soles, y a la otra, nada. “¿Qué hago?”.
“No regreses, por favor” – le supliqué; “no puedes ir a clase, no puedes
estudiar, te agotas, comes mal, pierdes un montón de tiempo y no sacas nada”.
Dice que la señora todavía las llamó riñéndolas porque no se habían presentado,
hace falta ser sinvergüenza.
La Organización Internacional del Trabajo, en 2006, ofreció 11
indicadores de trabajo forzoso y explotación laboral, para ayudar a
identificar este delito en actividades como la economía ilegal del oro, la
trata de personas o el narcotráfico, pero también en los empleos domésticos y
comerciales. Los enumero y subrayo aquellos que se dan en esta historia: engaños,
abuso de vulnerabilidad, servidumbre por deuda, condiciones abusivas
de trabajo y vida, horas extras excesivas, adicción a drogas, restricción
de movimiento, aislamiento, violencia física y sexual, intimidación
y amenazas, retención de documentos de identidad, retención de salario.
De los 11, 8 indicadores se verifican acá. Increíble y
devastador que, en el mero centro de Iquitos, en 2023 y a la vista de todo el
mundo se produzcan abusos de tal magnitud, situaciones de verdadera esclavitud
de jóvenes, explotación con todas las letras por parte de delincuentes
despiadados con RUC, que se anuncian plácidamente en rótulos y campean sin
rebozo en la más natural impunidad.
Además de indignarnos y escribir este artículo, ¿qué más
podríamos hacer?