sábado, 28 de noviembre de 2020

EL GRAN SIGNO ES LLEGAR


Volver al río por varios días: plan perfecto, aventuras misioneras en perspectiva, que empiezo a disfrutar días antes de partir, como dice el Principito (“Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres”). Esta vez toca la parte alta de Manatí, “Manití” como la llama la gente, la región más remota de nuestra parroquia. De nuevo lejos… por fin.
 
Ya la paso chévere preparando el equipo, el de siempre: mochila, colchoneta, carpa, linterna, sábanas, zapatillas, sombrero… Cosas que me recuerdan a quienes me las regalaron, mi familia y mis amigos, las personas de las que jamás me separo aunque me adentre en lo profundo de la selva y no haya señal de ningún tipo, ni teléfono ni internet.
 
Y eso que esta vez casi me quedo en tierra por urgencias vicariales en la oficina de Iquitos, me dieron ganas de llorar cuando comprendí que el viaje peligraba. De hecho me perdí los dos primeros días de travesía. Por eso aún me relamía más cuando esperaba la movilidad que me llevaría desde Indiana hasta Santa Cecilia, en el corazón de la quebrada: “El Chino”. Un bote de carga y pasajeros de unos veinticinco metros y dos pisos donde nos apretamos ochenta personas alrededor de cualquier clase de mercadería: abarrotes, calaminas, cemento, bolsas de pan, fierros, hasta un saco de hielo. Toda una experiencia.
 
Al día siguiente me llevan desde Santa Cecilia hasta un pueblo llamado 11 de Diciembre, donde hemos acordado que me reuniré con mis compañeros. Es una surcada de cuatro horas en una canoa de tres plazas y sin techo, de modo que, cuando nos agarra el aguacero, la sombrilla se transforma en paraguas y sirve de poco, me empapo casi de pies a cabeza con todo y mochila. Al fin veo nuestro bote, el San Martín, mando encostar y allí están las religiosas y Toño. Me cuentan que un rato antes, al arribar, preguntaron a los niños si “ya ha llegado el gringo”. Les dijeron que sí, que “se ha ido con una tía*” (…). A fecha de hoy seguimos sin saber de quién se trataba…
 
Hace años que los misioneros no visitan esta zona, hemos colocado avisos en la radio (en algunos casos han resultado) y la gente nos recibe con expectación salpicada de sorpresa. Todo fluye, la acogida es la mejor que pueden ofrecer, nos facilitan la preparación de los alimentos, dormimos en las escuelitas, que a veces tienen luz con panel solar, un tanque de agua o incluso baño (aunque nunca todo a la vez). En varias casas nos invitan a masato, signo inequívoco de simpatía y hospitalidad. Incluso una pareja de una comunidad por donde no hemos programado pasar se acerca a donde estamos para pedirnos que por favor sí vayamos.
 
Las bromas, el buen humor y las risas van generando con naturalidad un buen ambiente, una linda conexión que se repite en cada lugar
. Wilmer nos dice que “cuando era joven pescaba arawanas con lanza”; “¿cuántos años tienes? – le pregunto; “treinta y uno”: carcajada general. En otro sitio comentan que hay varios solteros, y al decirles “yo también soy soltero” se escachurran. Dayana, que tendrá unos dos años, duda en si darme la mano o no; se quiere acercar, me sonríe, me compromete, pero a la vez no se decide... Al final me pregunta con un hilo de voz: “¿vacunas?” Jeje, nooooo (ojalá llegue pronto la vacuna contra el coronavirus, y que sea para todos por igual). Al toque amigos para siempre.
 
Porque realmente hay críos por todas partes, no deja de impresionarme. Nada más poner pie en tierra nos vemos envueltos en una nube de niños, miradas curiosas cargadas de estupor y terror en los más yuyitos. La vida incontenible es un rasgo amazónico tan característico como el silencio, que recobro durante estos días y que gozo de manera íntima en las tonalidades del cielo al caer la tarde: “Aquí está mi Dios” (Is 25, 9).
 
De modo que el recorrido incluyó todos los ingredientes: lejanía, lluvia, barro, resbalones, caminar, madrugar, reuniones (sin mascarilla, nadies la lleva), arroz, pies mojados, galletas… Se da también la posibilidad de apoyar a una comunidad con su agua potable, y haremos lo que podamos. Pero una vez más constato que el gran signo es simplemente llegar, ir hasta allí a verlos, eso es lo que a la gente le impacta y lo que me hace feliz a mí, la quintaesencia de mi vocación.
 
Regresamos a Santa Cecilia para la fiesta patronal con la velada. Pero ese es el siguiente capítulo.
 
* “Tía” y “tío” en Perú designan a personas adultas, mayorcitos. “Estás tío”, se dice: “estás mayor”.

domingo, 22 de noviembre de 2020

AGUA PARA UNIÓN FAMILIAR


Unión Familiar es una comunidad pequeñita situada al comienzo del tramo medio del Yavarí, apenas un grupo de casas que reúnen a unas 25 familias bastante pobres, en su mayoría kokamas emigrados de otras partes de Loreto. Desde la primera visita nos llamó la atención cómo sufren para acceder al agua en la época de vaciante del río.
 
La mujer líder, la señora Emérita, explicó que hay un “ojo de agua” a unos 500 metros de la loma en dirección contraria al río, pero a la gente se hace difícil acarrear por la distancia y el desnivel. Prefieren la caminata por el cauce del Yavarí hasta media pierna, donde se pueda llenar un balde de agua no demasiado embarrada. ¿Cómo se podría subir el agua hasta el pueblo para que al menos tuvieran para beber sin depender del ciclo fluvial?
 
Hace dos años, en diciembre de 2018, estábamos por allí con los dos teólogos jesuitas, Beto y Gonzalo, que es ingeniero.  Pedimos a Emérita y al teniente gobernador Quitín que nos mostrasen el lugar del manantial. Nos llevaron a través de un sembrío de coca (ver Zona Roja – 25 de enero de 2019) sin decir ni pío, hasta que llegamos. Después de darle algunas vueltas, Gonzalo explicó que una simple motobomba podría jalar el agua potable hacia arriba hasta un par de tanques colocados en el centro de la población. Así de sencillo.
 
Recordé que, en las vacaciones de ese año, un grupo de personas de Monesterio había hecho una colecta rápida y me habían entregado un dinero “para lo que veas que se necesite”. De modo que fuimos a la Municipalidad y les hicimos esta propuesta: nosotros aportaríamos la motobomba y los tanques y ellos se encargarían de diseñar la acometida, montaje, canalización y distribución, y ejecutar la obra. Estuvieron de acuerdo.
 
Poco tiempo después el arquitecto municipal me hizo ver el proyecto. Pensé que la cosa iba en serio, pero transcurrió un año y no pasó nada. Normalmente no quiero tener en mi poder una ayuda tanto tiempo sin ultilizarla e informar a los donantes de en qué se ha empleado, de modo que le dije al alcalde que, o eso avanzaba, o yo iba a destinar los fondos a otros menesteres; no quería hacerlo, porque me ilusionaba que los de Unión Familiar tuvieran su agua, pero debía presionar de alguna manera.
 
Llegó la hora de despedirme de Islandia, sin aparentes progresos. Y se echó encima la pandemia, que lo paralizó todo. Pero en junio los de la Muni me contactaron preguntándome si seguía en pie la oferta. Les dije que sí y ellos compraron la bomba y la caja (al final solo una), me enviaron las facturas y yo les transferí el importe. Para que alcanzase le añadí una buena parte de algo que me brindaron en la parroquia de Salvatierra en el verano de 2019, un año después de lo de Monesterio.
 
En agosto se concluyó el trabajo y se inauguró la nueva instalación de agua de Unión Familiar, con la presencia de las religiosas misioneras de Islandia. La electrobomba funciona con panel solar y hace remontar el agua desde la quebrada hasta un depósito de 2000 litros situado sobre columnas de concreto. De ahí pasa al caño de la imagen, emplazado en la parte baja del pueblo, donde la gente puede juntar cómodamente su agua y llevarla a la casa.
 
Por tanto gracias al talento de Gonzalo, a la generosidad de Salvatierra de los Barros, su hermandad y su párroco Manolo Cintas, y al cariño y la capacidad de compartir de la gente de Monesterio (Ascensión Mestre, Isabel de los Santos, M. Antonia Camacho, Tere Lancharro, Basi Torres, Manoli Bautista, Carmen Llimona, Evaristo Moreno y Manoli la maestra), esta remota y diminuta comunidad indígena del Yavarí puede tener agua limpia y saludable para tomar todo el año. Qué hermoso, ¿no?
 
Gracias por cumplir Mt 25, 35: “Tuve sed y ustedes me dieron de beber”. Además, recuerden que “Quien, como discípulo mío, dé un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, les aseguro que no se quedará sin recompensa” (Mt 10, 26). Él les pagará con cataratas de salud y vida, ahora y en la eternidad.

domingo, 15 de noviembre de 2020

ES URGENTE RECTIFICAR


Amanece este domingo con la noticia, según RPP, de dos muertos, 94 heridos y 63 hospitalizados anoche en Lima durante la segunda gran marcha nacional en contra de la encargatura de Manuel Merino de Lama y las acciones del Congreso de la República y el recién nombrado gobierno de transición. Se imponen decisiones apremiantes.

No puedo salir a la plaza de San Martín con mi cacerola, pero puedo unirme a todos los peruanos que hoy exigen que esta situación termine cuanto antes. No se puede ignorar el clamor del pueblo, que con su sentido común comprende perfectamente que dos de los tres poderes del Estado han sido usurpados y aglutinados en una maniobra ilegal por parte de un grupo que aúna intereses económicos y empresariales con ambiciones de poder.

Hago mías las palabras de Mons. Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, que ayer dijo ayer 14 de noviembre en entrevista concedida a RPP: “No es ético decir que la gente es ignorante o es utilizada. Debe encontrarse una salida escuchando la visión y preocupación de un pueblo en estas manifestaciones; un pueblo que lo que quiere es resucitar”.

Desde Indiana, en el corazón de la Amazonía peruana, hago oír mi voz cibernética y pido que se rectifique. Que acabe inmediatamente la represión y cese la violencia. Que no haya más disparos desde ninguno de los frentes. La vida de nuestro pueblo debe ser defendida por encima de toda idea política o pretensión personal o partidista. Los derechos humanos son inalienables en toda situación, y espacialmente en momentos de crisis como éste.

Pido a las instituciones del Estado que rectifiquen el error que ha llevado a esta explosión de indignación popular. Pido al señor Manuel Merino que renuncie, y lo mismo al gobierno interino con su primer ministro a la cabeza. Pido que la destitución del presidente Martín Vizcarra sea revocada y él, junto con su gobierno, restituidos en sus cargos al menos cautelarmente.

Pido que el Tribunal Constitucional se pronuncie inmediata e inequívocamente sobre el carácter, constitucional o no, de las dos mociones de vacancia realizadas contra el presidente Martín Vizcarra y, en consecuencia, sobre la validez legal o no de las consecuencias de la segunda. Asimismo, que emita un dictamen legal claro y transparente sobre la figura de “incapacidad moral permanente”. Luego de lo ocurrido es inexcusable precisar su contenido y/o, eventualmente, proponer eliminarla de la Constitución a fin de evitar futuros abusos y arbitrariedades.

Pido también que se active una reforma constitucional a fin de asegurar que en todo momento, y especialmente en situaciones de crisis y debilitamiento de las instituciones como la que vive el país, se respete la separación de poderes, que es pilar fundamental de la democracia y el estado de derecho. Se han de evitar en el futuro circunstancias marcadas por una concentración de poderes como la actual.

Pido también que las instituciones del Estado aseguren que el calendario electoral se mantiene y que, por tanto, se celebrarán elecciones presidenciales y legislativas el próximo 11 de abril, como marca la Ley.

Como afirman los Obispos del Perú en su reciente comunicado, “Es urgente también, continuar y promover la lucha contra todos los rostros de la corrupción que ha revelado un cáncer social que definitivamente hay que curar; por ello, no debemos detenernos. El compromiso y la responsabilidad de las autoridades debe reafirmar esta lucha para lograr un Perú más transparente y más justo; porque “para hacer posible el desarrollo de una comunidad, … hace falta la mejor política al servicio del bien común””. (Fratelli Tutti 154)

Logremos una salida entre todos, como pide Mons. Castillo. “Si el edificio está mal construido se debe comenzar desde la base. Necesitamos una ancha base” para recrear la democracia, y para ello busquemos “a las mejores personas para asumir responsabilidades”. El Espíritu de Jesús vibra en nosotros, se expresa en el sentir del pueblo y en su deseo de hacer un nuevo camino a través del diálogo. Rectificar es de sabios.

domingo, 8 de noviembre de 2020

FIESTA DE LOS DIFUNTOS EN PEVAS


¿A quién se le ocurre ir a visitar Pevas en el fin de semana de los Tosantos y Difuntos? Si se trata de relajarte y descansar, al que asó la manteca. Pero si es para sentirte cura de pueblo, a mí. Porque Pevas es lo más parecido a Valencia o a Santa Ana que he encontrado por estos selváticos andurriales.
 
La misión de Pevas es antigua, data del año 1735 nada menos. Igual que Caballo Cocha, fue “heredada” por el Vicariato cuando se creó, desgajado del de Iquitos, en 1945. Es pues una iglesia con tradición de siglos y eso se nota en muchos detalles, algunos más intangibles que otros. Uno de ellos es lo arraigada que está la celebración del día de los Difuntos y el estilo popular de celebrarla.
 
No es uno, sino dos días: el primero dedicado a los niños y bebés difuntos (lo que da idea del habitual altísimo índice de mortalidad infantil en la selva), y el segundo a los adultos. La gente se va al cementerio a partir de mediodía, aunque este año se retrasaron un poco a causa del fuerte calor. Las hermanas Erika Santiago, Dolores Gómez y Rosalba Soto, religiosas Esclavas Misioneras de Jesús, y yo comenzamos el recorrido orando en la tumba del jesuita Adam Whitman, justamente el fundador del puesto de misión en el siglo XVIII. Sepultura que por cierto está pidiendo a gritos (en sentido figurado, claro, si no qué susto...) adecentamiento y mejora.
 
Cada familia va llegando donde reposan sus seres queridos. Como acá se conserva la costumbre de sepultar en la tierra, se ven machetes para arreglar y limpiar de hierba los lugares. Nos van llamando para que vayamos a orar por sus muertitos, y desde el principio observo bastante comida: melón, gaseosa, caramelos, chicha, pan, gusanitos, bocaditos… Parece que el hábito de comer junto a los difuntos, que ya tenían los romanos, es bastante universal.
 
Vamos armando una pequeña celebración con un cantito, evangelio, peticiones, padrenuestro, oraciones de despedida, bendición y canto final. De pie bajo el implacable sol de las dos de la tarde hemos de cubrirnos con la sombrilla además de echarnos bloqueador. A la quinta o sexta parada voy comprendiendo el porqué de las diferencias de tarifas en los antiguos responsos: cuanto más largos y profusos, más caros los cobraban. Nosotros vamos haciéndoles liftings a medida que nos vamos cansando, porque esto es una chamba completa.

Menos mal que en cada estación invitan a tomar alguito a todo el que se acerque. A menudo los refrigerios se colocan justito encima de las tumbas, y cuando voy con el agua para bendecirlas me encuentro con rajas de sandía o jarras de refresco que he de esquivar. Hay niños por todas partes a ver qué pillan, y ahí hallamos algunos ayudantes eficaces como Luis Alfredi y Ángeles, y otros terribles como Alexia y Mateo que nos aturden y nos hacen reír a partes iguales.
 
Estando en plena faena responsorial resulta que acontece un entierro, traen el féretro con un señor que había fallecido repentinamente el día anterior. Me vienen a buscar, “¿padre, por favor, pueden hacer unas oraciones?”. Nos acercamos al hueco recién cavado, rodeado de una muchedumbre con cara de circunstancias. Tras el ritual, los llantos rasgan el silencio, una hija pierde los nervios y grita, y muchas manos agarran terrones de tierra húmeda y los lanzan sobre la caja mientras la van bajando con sogas. Y yo agarro a Mateo que ya se va a botar al hoyo también.
 
Me impresiona toda la escena. Me hace bien el contacto con la fe sencilla de este pueblo, heredada de sus antepasados y transmitida con naturalidad, a su manera. En ratos libres voy con la hermana Erika a visitar a varios abuelitos y enfermitos,  cristianos viejos. Doy la comunión y revivo tantas otras veces en el Valle, Atalaya, Valverde o La Lapa, esa piedad humilde pero profunda que queda en mi corazón sosegándolo e instruyéndolo.
 
Es doloroso que Pevas no tenga sacerdote. Si existiera la lámpara de Aladino, pediría al genio ser el párroco de todo el Vicariato para poder estar en todos los sitios a la vez. De momento me debo conformar con visitar y agradecer el cariño de los pevanos. Cuando acabe esta historia de vicario general, me apunto para ser allí cura de pueblo, que es lo que soy.

martes, 3 de noviembre de 2020

EL DESEO DE LO YA VIVIDO


Qué agradable volver a Islandia, a la frontera, siete meses después
. Todo me es sumamente familiar, como si siguiera viviendo acá, y al mismo tiempo han pasado tantas cosas pandemia por medio que parece que ha transcurrido una eternidad.

Escribo en mi cuarto de misionero recién llegado a la selva, ahora vacío porque nadie me ha reemplazado, y es el mismo donde oré, descansé, reflexioné y escribí, pero a la vez es otro. Puedo sopesar con algo de perspectiva las experiencias vividas en este confín amazónico, observar cómo se han constituido en decisivas para el tramo del camino que ahora toca y que el tipo que durmió entre estas paredes de madera jamás sospechó; su tunchi todavía merodea por acá.

De madrugada mi gata entra, como tantas veces, a reclamar su desayuno, y tengo que atenderla inmediatamente, claro. Hemos jugado al juego de la pata bajo la puerta, exclusivo entre ella y yo, y eso me dice que me ha reconocido. A pesar de la mascarilla, igual que la gente que me ha saludado con cariño al cruzarse por esos puentes; un par de personas incluso me han preguntado que si ya me reincorporo después de la pandemia.

El caso es que el virus no ha terminado, y de hecho las actividades habituales de la fiesta patronal están reducidas a la mínima expresión: celebración comunitaria de la reconciliación, misa y recorrido de la imagen del Señor de los Milagros por el pueblo con un grupito de seguidores. Nos vamos deteniendo en distintas casas, donde noto que se ora con reverencia, en silencio. Todo el mundo es más consciente que otros años de que necesitamos mucho la bendición y la protección de Dios, y ahí no hay religiones que valgan, “el Señor de los Milagros une diferencias”.

Con el mismo gusto que recibo agradecimientos por haber venido, verifico que realmente mi presencia no es tan necesaria: todas las tareas que yo realizaba han pasado con naturalidad a las hermanas, que han asumido las responsabilidades con decisión y a su manera. Todos sumamos, pero nadie es imprescindible, y cuando toca mudanza los pájaros siguen cantando a la vida que sigue, sin dramas ni miedo.

Guardo un día para saludar a diferentes misioneros en Leticia y Tabatinga: los jesuitas (solo estaba Valerio), el obispo Adolfo Zon, Verónica, Marta, los hermanos de la Salle… Sentados a la mesa o con un helado en el sitio que nos gusta, compartimos lo vivido este último tiempo, conversamos de mil cosas, el corazón se solaza, nos sentimos en casa. Son auténticos compañeros y amigos forjados por la misión en la frontera.

Verónica me lleva en su moto a Umariaçú, el pueblo tikuna con el que hace un tiempito que trabaja y que dentro de poco pasará de ser su tarea a ser su familia, porque se va a ir a vivir con ellos. Me quedo impactado de cómo todo fluye entre ella y estos indígenas a los que yo también conozco de las comunidades del Bajo Amazonas que visitábamos (Yahuma, Barranco…). Confieso que me da envidia sana; la posibilidad de dedicarse a ellos, como una vecina más, tratando de hacer carne y huesos las tan cacareadas inserción e inculturación… La misión pura y sosegada, sin más cargos ni obligaciones administrativas. Qué diferente es mi vida ahora mismo, qué ajetreo, qué montón de cosas (“con lo bien que estaba, para qué me tendré que haber metido en estos berenjenales”, me susurra el tunchi).

Admiro y extraño a estos misioneros y misioneras. Soy un privilegiado por haber podido navegar hombro con hombro con ellos. Emilia está próxima a regresar a Brasil después de cuatro años en Islandia; cuando llegó el momento de decirnos adiós, se me hizo un nudo en la garganta. Soy un perfecto inútil para las despedidas, querida Emilia, discúlpame. Guardo como un tesoro todo lo que me has enseñado y te deseo felicidad en tu próxima misión. Cuenta siempre conmigo.

Y así, con una mijita de nostalgia por lo que quedó atrás, me subo al deslizador que me llevará a Caballo Cocha. Ojalá sea verdad esta cita de Teresa de Lisieux que Verónica me ha refrescado: “Dios pone en tu corazón el deseo de lo que te quiere dar”. Estoy en ello.