Nos hemos perdido en directo la despedida del Sínodo porque hemos estado en un par de comunidades pasando el fin de semana, pero apenas de vuelta a Islandia el whatsapp y el correo bullían de comentarios, envíos del documento conclusivo, valoraciones… De modo que ayer lunes fue un día de leer, anotar, sentir y gustar la impresión que el Sínodo, y en concreto el texto final, me dejan.
El documento no es una decepción. Creo que
se ha llegado a lo máximo que se podía llegar en los temas más controvertidos,
y se ha expresado, en líneas generales,
el deseo de un cambio profundo en el modo de ser Iglesia en la Amazonía; en
el concepto, los contenidos y las estrategias de la misión, en la organización
de las comunidades cristianas, en la implementación de una auténtica
sensibilidad ambiental, en la propia estructura eclesial. De hecho es una
batería de propuestas para recorrer juntos nuevos caminos de conversión: pastoral, cultural, ecológica
y sinodal. Y conversión es cambio.
Veo como un acierto la continuidad con
Laudato Si, que se cita expresamente (nº 66), porque el argumento principal del Sínodo es ofrecer a la Iglesia universal y
al mundo entero inspiraciones acerca de la necesidad urgente de una
transformación en nuestra manera de vivir para no acabar nuestro planeta.
La Iglesia es una institución mundial que, en este punto, no reacciona con
decenios de retraso, sino que va marcando la ruta a movilizaciones globales
como las que hemos visto en los últimos meses. El Papa Francisco y Laudato Si
suponen un liderazgo moral medioambiental, una punta de lanza, y eso es espléndido.
La
espiritualidad de la ecología integral (nº 81) impregna todo el texto. Aparece en los temas de la educación, la salud, la comunicación… Se
habla de crear “ministerios para el cuidado de la casa común” (nº 79),
conectando con otros nuevos servicios (acogida, etc.) que es necesario crear, diversificar y promover en línea de
una ministerialidad cada vez más decididamente laical, y de manera
equitativa entre varones y mujeres (nº 95). En este sentido, el número 96
plantea el ministerio de “la cura
pastoral”, o sea de “responsable de
la comunidad”, con carácter “oficial”
y “rotativo”, que el Obispo puede conferir
a “una persona” (se entiende pues que
varón o mujer) en un “acto ritual” y
que gozará de reconocimiento civil. Me alegro mucho, creo que es posible
llevarlo a cabo y dará muchos frutos. Lástima que el párrafo acabe apuntillando
que “queda siempre el sacerdote, con la
potestad y facultad del párroco, como responsable de la comunidad”… Ojalá
que la repetición de la palabra “responsable” no recorte ni matice el liderazgo
de los laicos, ni eche el freno de mano a una real interpretación de la
corresponsabilidad y la subsidiariedad.
Me alivia que la inculturación no solo no está finiquitada, sino que al parecer goza
de buena salud. La saludable articulación entre inculturación e
interculturalidad que recogía el Instrumentum
Laboris se manifiesta acá nítidamente. El término “inculturación” y sus
derivados aparece 14 veces en el documento, que incluso se esfuerza en
definirlo con precisión: “La
inculturación es la encarnación del Evangelio en las culturas autóctonas (“lo
que no se asume no se redime”, San Ireneo, cf. Puebla 400) y al mismo tiempo la
introducción de estas culturas en la vida de la Iglesia. En este proceso los
pueblos son protagonistas y acompañados por sus agentes y pastores” (nº 51).
Los números 54 al 58, dedicados a los procesos de interculturalidad (que aparece
un total de 8 veces a lo largo del texto), amplían los alcances sobre la
inculturación y no tienen desperdicio, recomiendo su estudio y meditación. La interculturalidad evita cualquier
reflejo colonialista o proselitista en la misión, la coloca en sus coordenadas
correctas. Magnífico.
Dos de los asuntos más polémicos fueron el
de las diaconisas y el rito
litúrgico para los pueblos originarios. Después de que parece que queda claro
que el tipo de ministerio oficial que puede ser otorgado a la mujer es,
simplemente, el mismo que al varón, la asamblea tan solo pide con moderación poder
compartir “experiencias y reflexiones” (nº 103) con la Comisión de estudio
creada en 2016, y que a día de hoy no aporta resultados; era de esperar. Lo del
rito amazónico parece que concitó
bastantes dudas (fue la tercera sugerencia con más votos en contra, 29, un
15%), y a mí también me las crea. Pienso que requiere más profundización
teológica y probablemente un sínodo no es el mejor ámbito para eso.
Pero la proposición que menos votos a favor
recibió (128, la única que bajó del 70% de aprobación), fue la recogida en el
número 111: “establecer criterios y
disposiciones (…) de ordenar sacerdotes
a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad, que tengan un diaconado
permanente fecundo y reciban una formación adecuada para el presbiterado,
pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable, para sostener la
vida de la comunidad cristiana mediante la predicación de la Palabra y la
celebración de los Sacramentos en las zonas más remotas de la región amazónica”.
Da la impresión de que todo aquel ruido mediático presinodal hizo soslayar el tema del diaconado permanente, que es
un camino nuevo en muchas zonas de
la Amazonía. La asamblea, con sabiduría, se detiene a darle relevancia (nn.
104-106), porque de hecho es un paso previo a la ordenación de viri probati, que se propone con
prudencia pero con claridad.