“La Iglesia vive de la Eucaristía” y la
Eucaristía edifica la Iglesia, lo recoge el número 126 del Instrumentum Laboris y es una verdad que está en el sentir de la Iglesia universal. En la Amazonía, habida cuenta de las
inmensas distancias y el escaso número de sacerdotes (en nuestro vicariato
somos 13 para un territorio similar a Extremadura, Andalucía y Galicia juntas),
se constata la imposibilidad real de que muchas comunidades puedan celebrar la
Eucaristía. ¿Cómo hacer?
En primer lugar es procedente una
puntualización: ni mucho menos desde
todas partes claman por la Eucaristía. En muchos contextos la evangelización es
tan inicial o superficial que la Eucaristía es una rareza; recuerdo que la
primera vez con los ticunas, celebrando la misa, al llegar a las peticiones le
pregunté bajito al animador: “Nadie
va a recibir la comunión, ¿verdad?”. Me contestó con cara de asombro: “¿La
comunión…?”. Ni sabía a qué me estaba refiriendo. Varios compañeros han narrado
episodios semejantes: misas en las que nadie contesta, todos contemplan en
silencio al cura comulgar solito… Para mucha gente, la Eucaristía, más que una
demanda, es algo extraño, con ese pancito
tan chiquito y exótico.
Con todo, para no dejar a las comunidades
sin Eucaristía, en el número 129 se propone que: 1) “se cambien los criterios para seleccionar y preparar los ministros autorizados para
celebrarla” y 2) “se estudie la posibilidad de la ordenación sacerdotal para
personas ancianas”, cosa que es una concreción de lo anterior y ya fue
comentado como positivo aunque colindante con el clericalismo. Por otro lado,
en el 126 se pidió “que las Conferencias Episcopales adapten el ritual
eucarístico a sus culturas”. Todas estas
sugerencias son concebidas como acciones “de arriba a abajo”, prerrogativas de la
autoridad, lejos de la aspiración del Papa de que los pueblos originarios
moldeen las iglesias locales amazónicas “haciéndose uno” con sus pastores y
misioneros.
Puesto que se trata de “asegurar los
Sacramentos que acompañen y sostengan la vida cristiana” (129),
volvamos al número 127: ¿Podrían pensarse
modalidades de jurisdicción en el ámbito
sacramental no mediadas por el sacramento del orden? ¿Es posible que las diferentes culturas generen “de abajo arriba” sus
propios modos de celebrar y vivir los sacramentos, incluida la Eucaristía?
Quizás se me permite soñar en voz alta…
“Adaptar” el rito eucarístico sería como podar
un bonsái que recibes ya crecido: le das unos retoques, traduces por acá, pones
un símbolo allá, le colocas al cura las plumas y ya, liturgia inculturada. Es
cierto que “moldear” alude a dar forma a algo a partir de
un material, como hace el escultor con la arcilla, pero la materia prima es únicamente
la experiencia original de Jesús. El primer paso debería ser detectar en la espiritualidad de esa
cultura concreta los reflejos, las señales, las semillas que Dios “había esparcido en las antiguas culturas antes de la
proclamación del Evangelio” (AG 11. 18),
la presencia del Espíritu que ya da frutos de buen vivir para esas gentes.
Las
culturas amazónicas tienen una clara raíz eucarística. Han sido forjadas durante siglos en el sentido de comunidad, la posesión
común de la tierra; el compartir la comida, custodiar y repartir las semillas,
convivir de manera respetuosa y sostenible con la naturaleza; la reciprocidad,
la solidaridad y la fiesta; el cuidado de la vida y la protección de los más
débiles… Es capital reconocer que estas
comunidades son eucarísticas, que Dios ya está en ellas aunque “yo no lo
sabía” (Gn 28, 16) y, a partir de esta certeza, se podrían arrancar procesos de
búqueda y/o creación de las expresiones, los ministros, los símbolos y ritos…
que en cada cosmovisión cultural sean significativos porque ayuden a vivir hoy
la experiencia de Jesús y su invitación: “hagan esto en memoria mía”.
Desde la base de las raíces culturales podrían
crecer y desarrollarse modos propios de celebrar la Eucaristía. Más que unos
retoques ceremoniales se necesitaría una verdadera fertilización litúrgica que
permitiera desarrollar desde dentro rituales
eucarísticos que ya no serían romanos pero sí católicos; serían “suyos” de los
indígenas, a su manera y a su estilo, y por tanto elocuentes y característicos;
y al mismo tiempo serían patrimonio y riqueza de la Iglesia universal,
puesto que “cada cultura y cada cosmovisión que recibe el
Evangelio enriquece a la Iglesia con la visión de una nueva faceta del rostro
de Cristo” , como dijo el Papa en Puerto Maldonado.
Para asegurar la fidelidad creativa, este
modelado de la Eucaristía tendría que ser un proceso de marcado carácter
intercultural. Francisco afirmó que la
tarea les corresponde a los pueblos originarios
como protagonistas, pero “haciéndose uno” con obispos, misioneros y
misioneras, “dialogando entre
todos”. Ese es el camino: el discernimiento en común, un trayecto sinodal
de convergencia de sensibilidades, conocimientos, expectativas, una conversación
entre actores que creen en el mismo Dios de Jesús con diferentes visiones
culturales, un trabajo en el que varias manos moldean juntas de forma coral
sumando destrezas. Una senda comunitaria y espiritual.
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