jueves, 17 de octubre de 2019

EL SÍNODO A PIE DE RÍO: RECONOCER Y DESARROLLAR COMUNIDADES EUCARÍSTICAS


“La Iglesia vive de la Eucaristía” y la Eucaristía edifica la Iglesia, lo recoge el número 126 del Instrumentum Laboris y es una verdad que está en el sentir de la Iglesia universal. En la Amazonía, habida cuenta de las inmensas distancias y el escaso número de sacerdotes (en nuestro vicariato somos 13 para un territorio similar a Extremadura, Andalucía y Galicia juntas), se constata la imposibilidad real de que muchas comunidades puedan celebrar la Eucaristía. ¿Cómo hacer?

En primer lugar es procedente una puntualización: ni mucho menos desde todas partes claman por la Eucaristía. En muchos contextos la evangelización es tan inicial o superficial que la Eucaristía es una rareza; recuerdo que la primera vez con los ticunas, celebrando la misa, al llegar a las peticiones le pregunté bajito al animador: “Nadie va a recibir la comunión, ¿verdad?”. Me contestó con cara de asombro: “¿La comunión…?”. Ni sabía a qué me estaba refiriendo. Varios compañeros han narrado episodios semejantes: misas en las que nadie contesta, todos contemplan en silencio al cura comulgar solito… Para mucha gente, la Eucaristía, más que una demanda, es algo extraño, con ese pancito tan chiquito y exótico.

Con todo, para no dejar a las comunidades sin Eucaristía, en el número 129 se propone que: 1) “se cambien los criterios para seleccionar y preparar los ministros autorizados para celebrarla” y 2) “se estudie la posibilidad de la ordenación sacerdotal para personas ancianas”, cosa que es una concreción de lo anterior y ya fue comentado como positivo aunque colindante con el clericalismo. Por otro lado, en el 126 se pidió “que las Conferencias Episcopales adapten el ritual eucarístico a sus culturas”. Todas estas sugerencias son concebidas como acciones “de arriba a abajo”, prerrogativas de la autoridad, lejos de la aspiración del Papa de que los pueblos originarios moldeen las iglesias locales amazónicas “haciéndose uno” con sus pastores y misioneros.

Puesto que se trata de “asegurar los Sacramentos que acompañen y sostengan la vida cristiana” (129),
volvamos al número 127: ¿Podrían pensarse modalidades de jurisdicción en el ámbito sacramental no mediadas por el sacramento del orden? ¿Es posible que las diferentes culturas generen “de abajo arriba” sus propios modos de celebrar y vivir los sacramentos, incluida la Eucaristía? Quizás se me permite soñar en voz alta…

“Adaptar” el rito eucarístico sería como podar un bonsái que recibes ya crecido: le das unos retoques, traduces por acá, pones un símbolo allá, le colocas al cura las plumas y ya, liturgia inculturada. Es cierto que “moldear” alude a dar forma a algo a partir de un material, como hace el escultor con la arcilla, pero la materia prima es únicamente la experiencia original de Jesús. El primer paso debería ser detectar en la espiritualidad de esa cultura concreta los reflejos, las señales, las semillas que Dios “había esparcido en las antiguas culturas antes de la proclamación del Evangelio” (AG 11. 18), la presencia del Espíritu que ya da frutos de buen vivir para esas gentes.

Las culturas amazónicas tienen una clara raíz eucarística. Han sido forjadas durante siglos en el sentido de comunidad, la posesión común de la tierra; el compartir la comida, custodiar y repartir las semillas, convivir de manera respetuosa y sostenible con la naturaleza; la reciprocidad, la solidaridad y la fiesta; el cuidado de la vida y la protección de los más débiles… Es capital reconocer que estas comunidades son eucarísticas, que Dios ya está en ellas aunque “yo no lo sabía” (Gn 28, 16) y, a partir de esta certeza, se podrían arrancar procesos de búqueda y/o creación de las expresiones, los ministros, los símbolos y ritos… que en cada cosmovisión cultural sean significativos porque ayuden a vivir hoy la experiencia de Jesús y su invitación: “hagan esto en memoria mía”.

Desde la base de las raíces culturales podrían crecer y desarrollarse modos propios de celebrar la Eucaristía. Más que unos retoques ceremoniales se necesitaría una verdadera fertilización litúrgica que permitiera desarrollar desde dentro rituales eucarísticos que ya no serían romanos pero sí católicos; serían “suyos” de los indígenas, a su manera y a su estilo, y por tanto elocuentes y característicos; y al mismo tiempo serían patrimonio y riqueza de la Iglesia universal, puesto que “cada cultura y cada cosmovisión que recibe el Evangelio enriquece a la Iglesia con la visión de una nueva faceta del rostro de Cristo” , como dijo el Papa en Puerto Maldonado.

Para asegurar la fidelidad creativa, este modelado de la Eucaristía tendría que ser un proceso de marcado carácter intercultural. Francisco afirmó que la tarea les corresponde a los pueblos originarios como protagonistas, pero “haciéndose uno” con obispos, misioneros y misioneras, “dialogando entre todos”. Ese es el camino: el discernimiento en común, un trayecto sinodal de convergencia de sensibilidades, conocimientos, expectativas, una conversación entre actores que creen en el mismo Dios de Jesús con diferentes visiones culturales, un trabajo en el que varias manos moldean juntas de forma coral sumando destrezas. Una senda comunitaria y espiritual.

Quien se ponga a ello con honestidad deberá renunciar a conocer y controlar los resultados de antemano, abandonándose confiadamente a la acción del Espíritu, a quien no podemos manejar, y por tanto a las sorpresas de Dios. Ello supone amplitud de miras, generosidad y amor a las culturas amazónicas y a la Iglesia, que es como el río que fluye, siempre la misma y siempre nueva.

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