El otro día un animador del Yavarí le dijo
a una de mis compañeras: “Voy a armar mi
velada al Señor de los Milagros, en mi comunidad. ¿Puedes conseguirme una
lámina?”. Bingo – pensé yo: les machacamos la oreja para que hagan los
domingos la celebración de la Palabra, y nada; en cambio, la velada con danza ante el santo sale de ellos, con naturalidad, y
a nosotros ni se nos ocurre.
Porque
es algo suyo, de su cultura, y por tanto aporta en la configuración de su
identidad comunitaria y creyente. En cambio “nuestras” ceremonias y sacramentos
oficiales son algo en cierto modo foráneo
y adosado. Varias veces por la calle alguien me ha preguntado: “Padre, ¿a qué hora es tu misa?”. “No es mía, es
de todos”- suelo contestar, pero capto lo que hay detrás de la expresión.
La misa es “mía” y las imágenes, las velas, las procesiones y las novenas son “del
pueblo”.
El padre Regan habla de “la dialéctica
entre la religión oficial y la popular”[1],
que ha originado siempre un batiburrillo
de elementos yuxtapuestos[2]
que se iluminan y reinterpretan mutuamente cuando se incluyen con la armonía y
la pausa de los procesos de inculturación sabiamente llevados. Si se queman
etapas, los sacramentos son vistos como algo extraño y ocasional, desconectado
de la cosmovisión y los usos de la gente.
Los mismos ticunas que ni saben a qué me
estoy refiriendo cuando pronuncio la palabra “comunión” son capaces de organizar ellos
solitos un via crucis el Viernes Santo. Les ofrecimos a los animadores unas breves
indicaciones sobre cómo celebrar en la comunidad el triduo pascual… y lo que salió fue el via crucis “a su manera”,
con sus cantos, un chico que hacía de Jesús y cargaba la cruz, etc. No
estaba allí para verlo, pero ¡excelente! Y esclarecedor.
Nosotros
nos empeñamos en dar forma “eclesiástica” (o sea, occidental) a su religiosidad, y redactamos un esquema exhaustivo de la celebración del domingo,
se lo explicamos y se lo entregamos para que lo sigan toditos iguales, y es un
error que ahora me hace sonreír. Algo así como fabricar misales-fotocopia
selváticos que se les caen encima a los animadores y no saben bien qué hacer
con ellos… Es al revés: tienen que hacerlo a su estilo, “como les salga” en el sentido más positivo, con su sensibilidad, con espontaneidad e introduciendo todo lo que sientan
sigificativo.
Y
así estará bien hecho. Aparecida dice que “No podemos devaluar la espiritualidad
popular, o considerarla un modo secundario de la vida cristiana, porque sería
olvidar el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor
de Dios” (DA 263). Y el Instrumentum Laboris del Sínodo: “Las comunidades piden un mayor aprecio,
acompañamiento y promoción de la piedad con la que el pueblo pobre y sencillo
expresa su fe a través de imágenes, símbolos, tradiciones, ritos” (IL 126.e).
De esta forma, más adelante “procurarán
un contacto más directo con la Biblia y una mayor participación en los
sacramentos, llegarán a disfrutar de la celebración dominical de la Eucaristía,
y vivirán mejor todavía el servicio del amor solidario” (DA 262).
Esta imagen es de ayer, de la procesión del
Señor de los Milagros, patrono de Islandia. Si no hubiera misioneros, ¿habría procesión? Por supuesto; de hecho durante muchos años no hubo acá sacerdote ni
religiosas ni nadies, pero el Cristo
moreno siempre salió en su fiesta; es cierto que acompañaba alguno de los
capuchinos de Benjamin Constant, pero todo lo lideraban los laicos del pueblo, es
algo “suyo”. Esa es la potencia de las devociones populares, que no podemos
desconocer. Don Santiago García Aracil decía siempre: “¿Los curas quieren dejar la presidencia de las procesiones de Semana Santa? Está bien,
pero que sepan que otros vendrán inmediatamente a reemplazarlos”.
[1] REGAN, J. “Hacia la Tierra Sin Mal. La religión del pueblo en la
Amazonía”, CAAP-CETA 20113, p. 304
[2] Cfr. Ibíd. p. 337
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