jueves, 24 de octubre de 2019

EL SÍNODO A PIE DE RÍO: ¿PARA QUÉ LA MISIÓN?


Me pasan por un par de grupos de whatsapp un llamativo titular de Víctor Codina: “Los misioneros siempre llegan tarde, el Espíritu ha llegado antes”. Está tomado de una excelente entrevista que le ha hecho Luis Miguel Modino en RD*, pero yo había leído anteriormente algo similar en un reciente artículo** de este gran perito sinodal y en otros escritos suyos. Me hace pensar en un debate que, como los bufeos, emerge de vez en cuando en reuniones y asambleas: si es indudable que antes de que llegasen los misioneros a la Amazonía, ya estaba acá el Espíritu de Dios… ¿para qué la misión?

Vaya por delante que estoy plenamente de acuerdo con el pensamiento del p. Codina, una de las mentes teológicas más brillantes de América Latina en los últimos decenios. Lo que nos cuestionamos en algunas conversaciones a pie de río es la necesidad de repensar y de reformular los objetivos, los contenidos y los métodos de la misión, ahora que parece que la interculturalidad ha sustituido como paradigma predominante de la misión a la inculturación, que hay quienes dan por liquidada como algo trasnochado.

En la interculturalidad no hay culturas superioras a otras, se relacionan sin perder sus rasgos diferenciales ni fusionarse; todas tienen mucho que dar y mucho que aprender. Las actitudes centrales son la escucha atenta, total respeto, diálogo simétrico y empatía; los valores de cada cultura se afirman y al mismo tiempo se le da mayor importancia a buscar puntos de encuentro que a subrayar las diferencias. Hasta aquí lo comparto; pero cuando al mismo tiempo se excluye la inculturación, entonces se llega a extremos como “a los indígenas deberíamos dejarlos tranquilos tal y como son; mejor que los misioneros no hubiésemos venido”. Lógica conclusión.

Entonces, ¿para qué la misión? Conviene recordar que la misión es un envío (missio viene del verbo mittere=enviar), un movimiento geográfico (pero no únicamente) de unas personas de una cultura hacia otras personas de otra cultura; unos van a donde están los otros, y no al contrario. Y este dinamismo de salida (EG 24), este desplazamiento… tiene un propósito. ¿Será únicamente el diálogo, el conocimiento mutuo, el encuentro sin más? Ya no más “colonizaciones religiosas” de otras épocas, imposiciones exteriores violentas de doctrinas o prácticas; y estoy de acuerdo. Pero eso puede desenfocar la intención de la misión, su razón última de ser… Los misioneros no nos jugamos la vida por un interés etnográfico, ni somos voluntarios de una ONG dedicada a preservar las civilizaciones originarias.

Dejamos a nuestras familias, cultura y país para anunciar el evangelio de Jesús, como afirma desde siempre y sin fisuras la enseñanza eclesial (por ejemplo Instrumentum laboris 115 y etc. etc.), ese es el empeño y no se puede perder de vista. Este anuncio tiene sus sinónimos: no queremos que las cosas se queden como están, venimos para construir el Reino, hacer que el mundo sea más habitable, luchar por la justicia y la vida abundante para todos. La misión persigue una transformación, y ese cambio se prende con la inculturación. No es una estrategia, en ocasiones meramente cosmética, para “adaptar” la fe cristiana a la cultura de los pueblos; no es tampoco un truco que aparentemente acepta “lo cultural” y desprecia sus religiones ancestrales empujando a abandonarlas… Es un proceso radical, una profundización de la interculturalidad. Se han de ver juntas, como dice con mucha precisión el Instrumentum laboris del Sínodo:

"Inculturación e interculturalidad no se oponen, sino que se complementan. Así como Jesús se encarnó en una cultura determinada (inculturación), sus discípulos misioneros siguen sus pasos. Por ello, los cristianos de una cultura salen al encuentro de personas de otras culturas (interculturalidad). Esto ocurrió desde los comienzos de la Iglesia cuando los apóstoles hebreos llevaron la Buena Noticia a culturas diferentes, como la griega, descubriendo allí “semillas del Verbo”. Desde ese encuentro y diálogo entre culturas surgieron nuevos caminos del Espíritu. Hoy día, en el encuentro y diálogo con las culturas amazónicas, la Iglesia escruta los nuevos caminos” (Nº 108).

No hay que desechar nada, hay que articular. El primero que cambia es el misionero. Cambia de continente, de clima, de costumbres; tiene que aprender un nuevo idioma (Víctor Codina lo reclama), acostumbrarse a otro ritmo, otra manera de comer, otra mentalidad… Hay muchos grados de inculturación, desde los misioneros míticos como Luis Bolla, Vicente Cañas o Juan Marcos Mercier que se convirtieron en unos indígenas más, hasta los pichiruchis que hacemos lo que podemos, pero todos tenemos que adaptarnos a una nueva cultura en alguna medida. Segundo (y central): la inculturación es un proceso que protagonizan los que reciben, “el sujeto activo de la inculturación son los mismos pueblos indígenas” (IL 115); ellos, “haciéndose uno” con los misioneros, descubren las “semillas del Verbo”, la presencia del Espíritu en su cultura desde siempre, y moldean la Iglesia local, encontrando nuevos caminos para vivir el seguimiento de Jesús y enriqueciendo a la Iglesia universal con la visión de nuevas facetas del rostro de Cristo, como dijo el Papa en Puerto Maldonado. Claro que hay una transformación.

Es cierto que no en todos los contextos  se puede proponer explícitamente a Jesús. Muchas situaciones exigen la presencia discreta, la paciencia y el silencio al caminar con el pueblo, sabiendo que Dios hace su tarea a su manera y en sus tiempos. En todo caso creo que cuando una cultura realiza este proceso, no solamente no es “colonizada”, sino que se afianza en su identidad y consolida sus valores; “es más ella misma” reconociendo el Evangelio  como algo que siempre ha sido suyo y encontrando maneras de vivirlo propias, nuevas, creativas y libres. Es un desarrollo de las semillas del Espíritu, que conduce a los pueblos a más plenitud de vida y de humanidad.

Todo en el ser humano es cultural. No hay experiencia de la fe que no esté mediada por la cultura. La interculturalidad es la ruta, el hallazgo de zonas de contacto donde el Espíritu espera para dar fruto; pero sin inculturación no hay misión. Es cierto que los misioneros constantemente llegamos con retraso, pero siempre estamos a tiempo de vislumbrar un horizonte mayor.


https://www.religiondigital.org/luis_miguel_modino-_misionero_en_brasil/Victor-Codina-misioneros-siempre-Espiritu_7_2169453041.html

** “Siete claves teológicas para el Sínodo de la Amazonía” en RD: https://www.religiondigital.org/opinion/claves-teologicas-Sinodo-Amazonia-religion-papa-francisco-dios-vida_0_2160683931.html. Concretamente “El Espíritu de Dios siempre llega antes que los misioneros cristianos, se anticipa a cualquier religión instituida”.

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