martes, 29 de octubre de 2019

EL SÍNODO CONTINÚA A PIE DE RÍO


Nos hemos perdido en directo la despedida del Sínodo porque hemos estado en un par de comunidades pasando el fin de semana, pero apenas de vuelta a Islandia el whatsapp y el correo bullían de comentarios, envíos del documento conclusivo, valoraciones… De modo que ayer lunes fue un día de leer, anotar, sentir y gustar la impresión que el Sínodo, y en concreto el texto final, me dejan.

El documento no es una decepción. Creo que se ha llegado a lo máximo que se podía llegar en los temas más controvertidos, y se ha expresado, en líneas generales, el deseo de un cambio profundo en el modo de ser Iglesia en la Amazonía; en el concepto, los contenidos y las estrategias de la misión, en la organización de las comunidades cristianas, en la implementación de una auténtica sensibilidad ambiental, en la propia estructura eclesial. De hecho es una batería de propuestas para recorrer juntos nuevos caminos de conversión: pastoral, cultural, ecológica y sinodal. Y conversión es cambio.

Veo como un acierto la continuidad con Laudato Si, que se cita expresamente (nº 66), porque el argumento principal del Sínodo es ofrecer a la Iglesia universal y al mundo entero inspiraciones acerca de la necesidad urgente de una transformación en nuestra manera de vivir para no acabar nuestro planeta. La Iglesia es una institución mundial que, en este punto, no reacciona con decenios de retraso, sino que va marcando la ruta a movilizaciones globales como las que hemos visto en los últimos meses. El Papa Francisco y Laudato Si suponen un liderazgo moral medioambiental, una punta de lanza, y eso es espléndido.

La espiritualidad de la ecología integral (nº 81) impregna todo el texto. Aparece en los temas de la educación, la salud, la comunicación… Se habla de crear “ministerios para el cuidado de la casa común” (nº 79), conectando con otros nuevos servicios (acogida, etc.) que es necesario crear, diversificar y promover en línea de una ministerialidad cada vez más decididamente laical, y de manera equitativa entre varones y mujeres (nº 95). En este sentido, el número 96 plantea el ministerio de “la cura pastoral”, o sea de “responsable de la comunidad”, con carácter “oficial” y “rotativo”, que el Obispo puede conferir a “una persona” (se entiende pues que varón o mujer) en un “acto ritual” y que gozará de reconocimiento civil. Me alegro mucho, creo que es posible llevarlo a cabo y dará muchos frutos. Lástima que el párrafo acabe apuntillando que “queda siempre el sacerdote, con la potestad y facultad del párroco, como responsable de la comunidad”… Ojalá que la repetición de la palabra “responsable” no recorte ni matice el liderazgo de los laicos, ni eche el freno de mano a una real interpretación de la corresponsabilidad y la subsidiariedad.

Me alivia que la inculturación no solo no está finiquitada, sino que al parecer goza de buena salud. La saludable articulación entre inculturación e interculturalidad que recogía el Instrumentum Laboris se manifiesta acá nítidamente. El término “inculturación” y sus derivados aparece 14 veces en el documento, que incluso se esfuerza en definirlo con precisión: “La inculturación es la encarnación del Evangelio en las culturas autóctonas (“lo que no se asume no se redime”, San Ireneo, cf. Puebla 400) y al mismo tiempo la introducción de estas culturas en la vida de la Iglesia. En este proceso los pueblos son protagonistas y acompañados por sus agentes y pastores” (nº 51). Los números 54 al 58, dedicados a los procesos de interculturalidad (que aparece un total de 8 veces a lo largo del texto), amplían los alcances sobre la inculturación y no tienen desperdicio, recomiendo su estudio y meditación. La interculturalidad evita cualquier reflejo colonialista o proselitista en la misión, la coloca en sus coordenadas correctas. Magnífico.

Dos de los asuntos más polémicos fueron el de las diaconisas y el rito litúrgico para los pueblos originarios. Después de que parece que queda claro que el tipo de ministerio oficial que puede ser otorgado a la mujer es, simplemente, el mismo que al varón, la asamblea tan solo pide con moderación poder compartir “experiencias y reflexiones” (nº 103) con la Comisión de estudio creada en 2016, y que a día de hoy no aporta resultados; era de esperar. Lo del rito amazónico parece que concitó bastantes dudas (fue la tercera sugerencia con más votos en contra, 29, un 15%), y a mí también me las crea. Pienso que requiere más profundización teológica y probablemente un sínodo no es el mejor ámbito para eso.

Pero la proposición que menos votos a favor recibió (128, la única que bajó del 70% de aprobación), fue la recogida en el número 111: “establecer criterios y disposiciones (…) de ordenar sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad, que tengan un diaconado permanente fecundo y reciban una formación adecuada para el presbiterado, pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable, para sostener la vida de la comunidad cristiana mediante la predicación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos en las zonas más remotas de la región amazónica”. Da la impresión de que todo aquel ruido mediático presinodal hizo soslayar el tema del diaconado permanente, que es un camino nuevo en muchas zonas de la Amazonía. La asamblea, con sabiduría, se detiene a darle relevancia (nn. 104-106), porque de hecho es un paso previo a la ordenación de viri probati, que se propone con prudencia pero con claridad.

Un documento, un Sínodo, un momento histórico apasionantes, un día a día ilusionante para todos los que llevamos a la Amazonía en el corazón. Toca a la comisión postsinodal concretar y hacer cristalizar los frutos del discernimiento, para que la corriente no se lleve los nuevos rumbos y el papel no se moje. Pero somos nosotros, los que seguimos acá viviendo en la orilla, quienes hemos de “ser uno” con los pueblos, para generar “procesos claros de inculturación de nuestros métodos y esquemas misioneros” (nº 56) y así navegar de las palabras a los hechos.

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