Les pregunté a los animadores: “¿Están de acuerdo con que se ordene a
personas mayores como dice el número 129.a2 del Instrumentum Laboris? ¿Algunos
de ustedes desearían y estarían dispuestos a ser ordenados sacerdotes?”. Silencio
elocuente y cargado… De eso, por ahora y
en estos parajes, nada. Lógicamente: si estamos lejos de poder asumir
responsabilidades finales mediante un ministerio oficial, más remota se antoja
esta otra idea.
- Si
yo me ordenase sacerdote, ¿cómo me harían caso los de mi pueblo? Dirían: “pero
si a ti te conocemos y sabemos cómo eres, qué nos vas tú a enseñar”… (Eso mismo le pasó a Jesús por cierto).
- Para
eso además habría que estudiar mucho y estar muy bien preparados, y yo ni
siquiera terminé la secundaria.
- ¿Y
eso sería ya para siempre? ¿O solo por un tiempo y luego otro me reemplazaría?
Los animadores, al conversar sobre el
asunto, manejan cuestionamientos y objeciones muy pegadas al día a día, a su
propia realidad. De hecho, cuando llega el momento de compartir la Eucaristía
con la comunidad de Islandia, algunos salen a hacer las lecturas y todos
comprobamos que leen con enormes dificultades… Realmente es un sueño que alguno de ellos pudiera ser alguna vez
ordenado sacerdote, es algo que nos queda muy grande en el Yavarí.
Pero cuando la conversación trasciende lo
inmediato y piensan en compañeros animadores con cuarenta años de servicio,
gente formada desde las primeras épocas de esta opción pastoral en el
Vicariato, hombres fiables, expertos… ahí la cosa cambia:
- Sí,
hay algunos que, si se forman, podrían ser sacerdotes, desde luego.
-
Pero están casados, tienen familia – planteo.
- Pero
sus hijos ya son grandes, tienen más tiempo para dedicarlo a la Iglesia.
Argumento tan práctico como como
contundente. Otra propuesta fue que se les permita ejercer el presbiterado a
los que renunciaron y se casaron.
Ahora bien: el Papa se pronunció el miércoles en el aula sinodal en contra de una
eventual “clericalización del laicado”. Con toda razón. Si el actual
clericalismo que coloniza las cabezas concibe el sacerdocio como un poder que
aúna varias facultades (sacramental, administrativa, organizativa), pero el
sentir de la gente es más bien que “no se acepta el clericalismo en sus
diversas formas de manifestarse” (IL 127), y es preciso “superar cualquier
clericalismo para vivir la fraternidad y el servicio como valores evangélicos
que animan la relación entre la autoridad y los miembros de la comunidad” (IL
119.c)… ¿no habría que ser extremadamente cuidadosos a la hora de conferir el
orden a los famoso viri probati?
Lo digo no porque esté en desacuerdo, al
contrario: en principio creo que es una
posibilidad que los padres sinodales deberían considerar muy seriamente,
especialmente en ciertos pueblos (los achuar, por ejemplo) y atendiendo a las situaciones
concretas. Aplicando un sano y “responsable discernimiento personal y pastoral
de los casos particulares”, por usar la afortunada expresión de Amoris Laetitia
nº 300. No hay que cerrar esa puerta, aunque sea vía “excepciones de la regla”
como alguien ha dicho, sin negar el valor del celibato y buscando el bien de comunidades
acaso más maduras y su vivencia completa de la fe.
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