Este fin de semana estamos con los animadores de las comunidades del Yavarí y el Bajo Amazonas, personas que son referencia de la Iglesia católica en lugares a veces muy remotos. En medio de trabajos, dinámicas y reuniones, me vuelve constantemente el rumor del número 127 del Instrumentum laboris del Sínodo y no puedo resistir la tentación de provocar una conversación acerca de lo que ahí dice y las sugerencias de los números posteriores.
El número 127 (cuando lo leí por primera
vez pensé que era un error y tuve que leerlo de nuevo para creerlo) plantea la
siguiente cuestión: habida cuenta de la tradición amazónica de ejercer la
autoridad en la comunidad como un servicio igualitario y rotativo que no
concuerda con el clericalismo, ¿sería posible “reconsiderar la idea de que el
ejercicio de la jurisdicción (potestad de gobierno) ha de estar vinculado en
todos los ámbitos (sacramental, judicial, administrativo) y de manera permanente
al sacramento del orden“? Es decir: ¿puede
haber responsables últimos de comunidades cristianas que no sean ministros
ordenados?
¡Pero si ya los hay!- eso es lo primero que
sale. Hay religiosas “párrocas” y también laicos, hoy día, en nuestro
Vicariato. Aunque es verdad que a menudo
ostentan la autoridad en los puestos de misión porque no hay el sacerdote, no tanto por opción, ni mucho menos a través de la concesión de un ministerio oficial.
Son presencia estable de la Iglesia, pero ¿y las pequeñas comunidades de ríos y
quebradas adonde los misioneros solo podemos aspirar a la “pastoral de visita”
que recogen los números 128 y 129? La “Iglesia que permanece” está liderada por
estos hombres y mujeres que veo acá en plena sesión formativa.
Dicen que, hoy por hoy, no se sienten
preparados como para asumir esa responsabilidad; y es cierto que en este confín
del Perú fronterizo con Brasil apenas está comenzando a estructurarse
mínimamente la misión. Son campesinos y pescadores, padres y madres de familia,
de manos fuertes y pies erosionados por el sol y el agua; todos indígenas o
descendientes de indígenas, con piel morena y ojos rasgados típicos amazónicos.
¿Cómo podrían recibir la autoridad plena
en sus comunidades? No como sustitutos o delegados de los misioneros, sino logrando
que la corresponsabilidad sea no solo una bella palabra escrita en papeles, sino
una realidad efectiva.
“Entonces
más adelante, cuando nos capacitemos bien, pues…”. El
número 129.b2 (Ofrecer caminos de formación integral para asumir su rol de
animadores…) les da la razón. Necesitan hacer un proceso y eso requiere tiempo
con los ritmos lentos de acá, donde la inmediatez es un sobresalto. Pero donde
hay animadores ya experimentados, gente con recorrido y credibilidad en su
comunidad, “¿por qué no?” – dicen. Ahí
sí. La autoridad podría serles conferida con amplia libertad y capacidad para
coordinar la vida de los cristianos a ellos confiados y respondiendo ante el
obispo como iguales que sacerdotes,
religiosas y otros laicos.
Tal vez habría que crear un nuevo
ministerio, o hacer el de animador más “oficial” o más solemne, o con un
nombramiento más sólido, algo así. De esta forma la potestad de gobierno, que
emana del Pastor diocesano y está vinculada a él, no estaría mediada por
sacramento del orden en estos casos. Y estando dispuestos con todas las
consecuencias a que estas personas (varones y mujeres) moldeen el servicio del liderazgo de la comunidad cristiana de forma
creativa y con estilo amazónico, incorporando costumbres, códigos, valores y
símbolos de sus culturas. Eso disiparía toda traza de clericalismo, desde
luego (pensaba yo). Ahí queda a considerar.
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