Hace apenas un rato ha dado comienzo la fase final del Sínodo Especial para la Amazonía. Para los que vivimos y trabajamos en estas selvas benditas, se trata de un acontecimiento de una dimensión que hemos sentido única desde el principio: aquel día, en Puerto Maldonado (Perú), el Papa Francisco echó a andar un proceso que seguramente marcará un hito en la historia de la Iglesia y en el camino de creciente conciencia mundial hacia la necesidad de un giro radical en nuestra manera de existir como seres humanos responsables del futuro y la preservación de nuestro planeta.
Y
tenemos el privilegio de seguir desde acá mismo, in situ, los debates y las decisiones de los padres sinodales, los nuevos caminos para la
Iglesia y para una ecología integral que ellos serán capaces de discernir y
encontrar, acompañados por los auditores y demás participantes, y recogiendo
las aportaciones, discusiones, diálogos, interrogantes y propuestas que, junto
con miles de personas de los nueve países amazónicos, nosotros en nuestro
Vicariato y en nuestra misión, hemos enviado y forman parte del instrumento de
trabajo.
Tenemos
amigos y compañeros en Roma: nuestros obispos,
misioneros, gente de la REPAM… unos que directamente estarán en el aula
sinodal, y otros en las numerosas actividades y encuentros que discurrirán en
torno a este gran evento. Confiamos en
que nos mantendrán informados de primera mano de lo que se vaya “cociendo”,
que también es algo nuestro, de los que continuamos en la trinchera diaria.
Para que podamos hacernos eco de lo que el Espíritu vaya sugiriendo y eso nos
haga pensar y alumbre nuestra tarea; y al mismo tiempo para devolver, como el
manguaré, resonancias a pie de río
que dialoguen con las inspiraciones de Dios y las ocurrencias humanas con la única
autoridad de los pies manchados de barro.
Islandia
puede ser uno de los escenarios para situar en el mapa las conversaciones
sinodales. Ayer avisaron de improviso por el
parlante que hoy tendríamos dieciocho horas ininterrumpidas de luz. Los vecinos
estamos sorprendidos de tal generosidad, porque acá, en la capital distrital,
tenemos energía normalmente doce horas, en la mañana de 6 a 1 y en la noche de
6 a 11. Parece que están probando la capacidad de carga de los tres motores
trabajando en paralelo, y así puedo escribir aunque son las tres de la tarde.
En todo el Yavarí peruano y el Bajo Amazonas apenas hay tres o cuatro
localidades con electricidad así; en ninguna hay saneamientos ni agua potable.
Esta esquina de la Amazonía es uno de los lugares más pobres del Perú.
De modo que el “progreso” va llegando por
fin… pero ¿a qué precio? Estas tres enormes “máquinas de luz”, tragadoras
implacables de combustible, expelerán ahora a la atmósfera humos altamente
contaminantes durante seis horas diarias adicionales. Anoche en el momento de
irme a dormir el termómetro marcaba 31 grados, pero puesto que los motores
están incomprensiblemente en medio de las casas, la temperatura del casco urbano subirá aún más. Estas municipalidades tan alejadas y
modestas no pueden permitirse fuentes de energía “limpia”. ¿O es cuestión
de un cambio de sensibilidad general?
Temprano en la mañana una cuadrilla de
trabajadores pasa recogiendo la basura. A pesar de que en casa reciclamos, lo
hacemos por las puras porque todo va
al mismo lugar, una zona donde queman los residuos. Más humo. Que se junta con las
emisiones de los ¿cientos? de motores de embarcaciones que uno ve simplemente
en el trayecto de quince minutos hasta Benjamin Constant. Todo el mundo tiene su peque-peque
o su fuera de borda, cacharros que botan al río más del 30% de media de la
gasolina y el aceite que utilizan. El Yavarí estaba hoy bravo porque
amenazaba lluvia.
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