Nada más llegar a Islandia y entrar en la
sala de casa mi cabeza se topa con un colgante de artesanía, una especie de
adorno móvil de esos que hace doña Elsa y que han colocado demasiado bajo.
Ahora me entero que se llama “atrapasueños”, y no pregunté más porque estaba
literalmente que me caía redondo –cosas del cambio horario- y me fui al toque a la cama antes de que esa
cosa me jalara ni una cabezadita.
Pero me quedé con la copla (cómo no, si lo
veo a cada momento), de manera que pregunté por el significado y por si acaso
lo busqué en wiki. Resulta que según la creencia popular, su función consiste en filtrar los sueños de las personas, dejando
pasar solo los sueños y visiones positivas; los sueños que no recuerdas son
los que bajan lentamente por las plumas. Las pesadillas se quedan
atrapadas en las cuentas que están en la red y a la mañana siguiente se queman
con la luz del día para que no se cumplan.
Qué bueno. Es una protección contra las
malas intenciones de la oscuridad pues. Me viene al pelo después de unos meses
algo atropellados, idas y venidas, vacaciones
un tanto peculiares y reposo de otra especie. Tal vez así mi sueño se libere de
angustia y pesar, y solo conquisten mi
descanso las esperanzas y los presagios luminosos.
Observando desde la distancia me sorprendo
al constatar cómo, cuando se da una
amenaza cierta sobre los tuyos, todo se reordena con total fluidez y
naturalidad. Inmediatamente las celebraciones previstas quedan obviadas, el
ocio aplazado y los planes puestos entre paréntesis. Esta vez he estado muy
poco con mis sobrinos, no hubo lugar para despedidas ni tiempo para ponerse
sentimentales cuando estaba “la torre encima”.
No pude ver a muchas personas, pero no por estrechez
o prisas, sino porque ni me lo planteé. Despedí
a dos amigas muy queridas, ambas jóvenes, y eso logró enturbiar más unos días
de por sí tensos. La fiesta de la Virgen del Valle de Valencia se me fue
tornando insoportable a medida que transcurrían las horas, todo me molestaba y
de hecho me marché rápido. Incluso llegué hasta a enfadarme con mis amigos Paco y Loren por una tontería que solamente evidenció mi desazón. Sé que ya
me han disculpado.
Y al llegar ni un respiro, al día siguiente
catapum, reunión al canto, de frente a
la tarea con mil cuestiones pendientes y candentes. El keke y los regalos han sido tan rápidos que parecieron
intermitentes. No he notado ni jet-lag (ni me ha dado tiempo a pensar en ello),
¿habrá habido viaje realmente? Ternura en acción sí hubo mucha, y preciosa;
quizás eso me ha recargado.
Por suerte estaba mi gata maullándome (“¿dónde te has metido todo este tiempo”?)
y mis sueños esperándome. Porque, ¿qué pasa con los sueños que sí recuerdo? ¿Y los sueños que tengo despierto, con los
que bailo a diario y me mantienen vivo? Esos atraviesan el atrapasueños y
se quedan dentro de nosotros, atesorándose como arsenal de proyectos y motor incansable
que nutre pies y corazón. ¿Lo notas?
Sí, la sonrisa! Es una buena medicina, aunque se esté cansado, triste o agobiado, hay que procurar mover los músculos en esa dirección, aunque no sintamos ganas de sonreir, ella nos hará sentirla!!
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