viernes, 30 de noviembre de 2018

UN OBISPO BIEN SALAO


Hablando de Adolfo, alguien me hizo alguna vez este comentario: “De todo sus compañeros de estudios, el que menos podría haberse pensado ni remotamente que llegaría a ser obispo, ese es él”. Jaja, me hizo risa y se la haría a cualquiera que conozca a Adolfo Zon y, como yo, no se haya desprendido del todo del esquema clásico de cómo deberían ser los obispos.

La primera vez que lo vi, justamente el día que conocí Islandia, nos abrió la puerta de la casa y nos invitó a un jugo en la terraza. Inmediatamente advertí que es gallego, y tal vez eso le haya venido bien para hablar fluidamente el portugués de este rincón de la Amazonía. Llevaba, como de costumbre, tejanos, una camisa de cuadros, y un par de usb colgados del cuello en lugar de la cruz pectoral. “Cuando quieras te vienes por aquí a pasar algunos días y conversamos” – me dijo. Estamos a menos de una hora en bote rápido.

Y lo cumplí. Pasé un fin de semana en Tabatinga de retiro, y Adolfo me recibió magníficamente. Además de darme alojamiento y suculentas comidas (churasquinho incluido), me hizo conocer varios lugares de la cuidad, me llevó a un par de capillas de comunidades de barrio y me insistió para concelebrar en la catedral. Así pude sentir el carácter y la fuerza de la iglesia brasilera, tan próxima geográficamente y tan diferente; vi los ministros laicos con sus vestimentas litúrgicas, la cuidada música en las celebraciones y el logro de los decimistas, personas que dan a la comunidad el diezmo de sus ingresos… Hasta les cantan el Parabens a vôce (el hapi berdey) al final de la misa.

Durante los recorridos en su utilitario, sentados tomando una cerveza o paseando, me pregunta por mí, que cómo estoy, cómo es la misión en el Yavarí, qué dificultades encuentro… Me escucha y él también entrevera sus propias peripecias, cómo están siendo los primeros años en la diócesis, los problemas que tiene que manejar… Sabe que necesito largar, pero noto que a él también le ayuda desahogarse, y como yo estoy “fuera del circuito” de sus escenarios cotidianos, se relaja y la conversación nos hace bien a los dos. Por momentos olvido que es obispo.

En otros momentos Adolfo ha llegado a un encuentro, como el de la REPAM del mes de abril. Como prelado local, es de ley invitarle a presidir la Eucaristía; esta vez llega con camisa blanca de alzacuellos, pero los vaqueros se mantienen, y están más gastados. La homilía surge desde un misionero  javeriano que durante años ha trabajado en el río y pertenece al mundo de la pastoral de la selva, su organización, su precariedad, su aparente imposibilidad incluso. Así conecta inmediatamente con nuestra sensibilidad, y tiene autoridad para hablarnos de la urgencia de salir y de la misión ecológica. Terminada la misa, Adolfo dobla y guarda su alba y su estola con naturalidad, sin protocolo ni aparato.

No deja nunca la faena de “pescar” gente para su diócesis, y cuando logra que vengan Maristas o Hermanos de la Salle les da libertad y tiempo para discernir en qué campo desean trabajar. Así se plantó una vez en Islandia a visitarnos con un cura navarro; llevaba un pantalón, una gorra y unas botas que le hacían parecer un militar, jeje. Y siempre con su simpatía campechana y una simplicidad que cautivan. ¿Cómo será cuando se tenga que poner solemne, en Roma por ejemplo? No le pega ni con cola, pero seguro que se adapta como persona inteligente que es.

El año pasado supe que venía a Benjamin a presidir la procesión y la misa mayor de la Inmaculada, de modo que, aunque no me gustan mucho esos pifostios, fui por saludarlo. “¡Hombre, el extremeño!”. Me apetecía mucho pasar un rato con él y no precisé vencer mi timidez, porque apenas salimos de la función se me adelantó: “Vamos a tomar una farofa”. Qué buen rato. Pastor sencillo y humano, con olor a oveja, como le gustan al Papa. Con él, el Espíritu Santo acertó y los demás disfrutamos.

domingo, 25 de noviembre de 2018

EVOLUCIÓN


- Que alcen su mano los adultos que en esta Eucaristía van a recibir la comunión.
(Solo una señora levanta la mano)
- Lo sabía, doña Rocío solita. ¿Y por qué razón ustedes no comulgan, si puede saberse?
(Silencio)
Porque no hemos hecho la primera comunión, padredice don Andrade.
Asu.

Hay distintos estadios en la evolución de las comunidades cristianas (pocas, pero todos muy guapos) de nuestra misión. Los hay en la etapa “bautismal”, como vimos en Barranco; hay muchos que ni eso, están apenas entrenando la oreja para el primer anuncio, y de estos, algunos ni lo saben. Pero en Yahuma II Zona están en fase “eucarística”: los niños recién bautizados se preparan para la comunión… y los mayores también.

¿Y de dónde sacamos catequista para esto? Había en el pueblo una chica que quedó nombrada, pero la cosa no prosperó. De modo que apenas bajamos del bote, dejamos las mochilas y ponemos rumbo a casa de Karen, una chivola de 17 años bien simpática que podría hacerse cargo de esta tarea. Allí conocemos a sus papás, a su hermanita y a su bisabuela, y fichamos oficialmente a nuestra nueva catequista. Pasamos luego por la escuela e invitamos a los niños a un encuentro a las 3 de la tarde para retomar el proceso. Las cosas están saliendo tan bien que no nos lo creemos.

Ivanês ha preparado esta reunión con esmero; cantan, pegan papeles con palabras y frases en una tela, participan, hacen el gesto de juntar sus pies con todo y sandalias… Karen hace la lista de los niños (son 14) y revisamos los materiales con ella para que no se pierda. Más tarde, en la noche, el encuentro es una catequesis sobre la Eucaristía junto con la propia celebración. Quedamos de acuerdo en que los adultos se irán preparando los domingos, de modo que en la próxima ocasión, la reconciliación y la comunión. No podemos andar con muchos remilgos con dos visitas al año… Antes de irnos, le pregunto a Karen:
Joven, ¿y tú, has hecho la primera comunión?
- No.
😶.

Bajando por la quebrada hay unos 300 metros donde al surcar días antes pasamos con las justas, la quilla casi dando en tierra, pero ahora salimos con más facilidad. Y ahí se va a terminar la frase “Me encanta que los planes salgan bien” que decía el coronel Hannibal Smith en El Equipo A, porque en el resto del recorrido todo saldrá al revés:

- San Francisco de Yahuma parece un pueblo fantasma, apenas vemos a un par de personas que no saben nada de reunión ni visita, y eso que habíamos avisado. De modo que nos vamos.

- Chinería: logramos conversar con el teniente gobernador y le proponemos hacer una reunión con la comunidad, pero dice que tiene que consultarlo con las demás autoridades. Este pueblo tiene una gran iglesia evangélica, cuyo pastor es… el papá del teniente.

- Gamboa: también damos con las autoridades, que incluso nos invitan a una reunión comunal a las 7 de la mañana (antes de irse a la Copa Municipal de fútbol en Islandia), pero cuando acudimos no aparece nadie. Explicamos al apu y al agente municipal lo que pretendemos, y nos dicen que han de comunicarlo a los demás y ya nos dirán. Esto nos suena…

Ya estamos acostumbrados a estos reveses, pero no regresamos decepcionados: hemos hecho lo que hemos podido. Miro mis notas y descubro que estos dos eran los últimos de un total 33 caseríos a los que hemos llegado para ofrecer un servicio, ya no quedan más lugares “nuevos”. El Amazonas está bravísimo, alguien se pone hasta el chaleco salvavidas, pero los bufeos saltan y sentimos la satisfacción de asistir a la evolución de comunidades cristianas que se van formando, que van progresando y cuajando. Con todas sus debilidades, pero es una hermosa experiencia.

martes, 20 de noviembre de 2018

SI PUDIERA ESQUIVAR EL SIGILO SACRAMENTAL


Si pudiera esquivar el sigilo sacramental, contaría que esta mañana, bastante temprano, se presentaron en casa dos chivolos buscándome. Justo estábamos despidiendo a unos compañeros maristas que nos visitaron y tenían que madrugar para salir a su misión, de modo que me sorprendió la hora.

Y la urgencia. “Necesito conversar un ratito con usted, por favor”. No se permite dar datos del muchacho, pero si pudiera diría que se llama A. y tiene 13 años, una criatura que yo no he creído conocer de entre la cantidad de gente que sabe quién eres tú, pero tú no ubicas. “Toma asiento, joven”.

Se me ha quedado su modo de iniciar la conversa, y si fuera posible reproduciría esas palabras: “He hecho una cosa mala y quiero que me perdones”. Y su tono, que me ha transmitido el candor adolescente de sentirse al mismo tiempo temeroso y culpable. De pronto he echado de menos esa autenticidad en otras muchas confesiones pasadas, más establecidas y mecanizadas; este chaval estaba tan desacostumbrado como yo, pero hablaba la verdad.

No puedo decir nada, pero me gustaría narrar que el pecado trata de un beso, un beso prohibido porque “es la enamorada de mi hermano”, seguido de algún arrumaco más “hasta que la aparté y le dije que eso no se puede”. La gravedad de la materia me hizo sonreír, pero la risa la disuadió el ademán avergonzado del penitente. “Y te sientes mal…” – “Sí, me siento fatal”. El chaval era el vivo retrato del arrepentimiento, y yo me conmoví, me sentí plenamente un padre con la ternura de liberar al hijo de una niñería que se le hace un mundo; un hermosísimo privilegio. Pero claro, la discreción propia del caso me obliga a callar.

Me apetecería referir también que, a medida que fui quitando hierro al asunto y dándole a A. algún consejo fruto de mi larga experiencia en ese campo, advertí cómo el alivio se materializaba en su lenguaje corporal. Me rondó la memoria que es la primera vez que confieso a alguien desde que llegué a la selva (hace más de año y medio) y, aunque desde luego no puedo dar detalles, noté que ese superpoder está bien engrasado, y me sigue enriqueciendo inmensamente cuando las personas muestran sus tesoros interiores intentando descargar sus miserias. Siempre he defendido los beneficios de la reconciliación individual, pero con los jóvenes me pierdo, me van a disculpar.

Fueron apenas unos minutos. Describiría cómo le di la “bendición” que me pedía, explicándole antes que “voy a poner mis manos sobre tu cabeza, rezaré una oración y ahí Diosito ha borrado tus pecados”. Recordaría cómo resopló y, sobre todo, cómo nos miramos sonriéndonos en silencio antes de despedirnos. Lo suyo se quedó conmigo, todo perdonado, y ya ni sé qué mano ha hecho qué. Una preciosura para empezar el día. Me encantaría contarlo, pero claro, no puedo sortear el secreto de confesión.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

DE NUEVO EN EL RÍO


Por fin, lo estaba necesitando, ya era hora, tres meses sin probar la precariedad del bote, sin el reflejo de aguardar lo imprevisible, sin esa emoción entre exaltada y aventurera, y sin disfrutar el gesto protector de las estrellas de la noche amazónica. Pero llegó el momento de regresar al río.

Esta vez programamos chamba gorda porque en Yahuma I zona tocaba Bautismo. Y a la vez vislumbramos incertidumbre ante las visitas a Chinería y Gamboa, dos comunidades ticunas donde solo habíamos paseado sin lograr contactar con casi nadie. El 3 de noviembre el Amazonas está apenas iniciando su creciente, de modo que la isla Yahuma se ve circundada por preciosas playas. Aquella tarde el baño me recordó a Isla Cristina, arena limpia, nada de lodo, y a falta de mis sobrinos lancé por los aires a Sachi y a Licela bajo la mirada preocupada de su mamá.

En la noche comienza el desorden habitual de las inscripciones para el Bautismo: DNIs, datos, lista… Solo damos una corta explicación sobre el sacramento, sus efectos, sus ceremonias y el papel de los papás y padrinos, conectando con los mitos ya trabajados en otras visitas y en todo momento con ayuda de la traducción de Roberto. “Por el Bautismo, el Espíritu de Tupana entra dentro de la persona y le da un espíritu fuerte, para que tenga buena vida”. ¿Habrán comprendido algo? No sabemos, pero somos ya como de casa y nos sentimos a gusto y bien.

Como no es la primera vez entre los indígenas, la celebración me sale más más natural, más “a su manera”. Son 41 niños, y al igual que otras ocasiones los misioneros somos padrinos de algunos. Al terminar hay aplausos, fotos, gaseosa; al rato, cuando tú crees que ya ha terminado, Lerín invita a darse la paz… La frontera entre “celebración” y “no celebración” es más difusa, no se “entra” en un tiempo más formal y “sagrado”, es un continuo, así es como lo hacen ellos, todo es fiesta. Lección de liturgia para misioneros que pretenden ayudar a moldear una iglesia con rostro amazónico, como quiere el Papa.

No había habido cena ni hubo desayuno, pero sí hay almuerzo, y más tarde, tras un rato de descanso, nos ponemos a la ardua tarea de preparar todas las boletas para entregarles antes de irnos. Hace tanto calor que los papeles se mojan con nuestro sudor. Por la noche, a la hora de la cena, nos sentamos por primera vez en la cocina de la casa de esta familia, es un pequeño acercamiento a su intimidad. Ellos comen en círculo, sentados en el suelo junto al fogón, y nosotros un poco más apartados, en sillas, pero en el mismo espacio, conversamos, nos servimos refresco… poco a poco vamos formando parte de su vida.

Al mismo tiempo que se echa de menos el recorrido, da una pereza rica, sobre todo cuando hay que cargar los bultos del bote al pueblo y viceversa. Solo dos días más tarde, donde antes estaba seco ahora sorprendentemente se mojan los pies, porque la subida del río es imparable. En la siguiente escala, Barranco, creen que también habrá bautizos, pero les explicamos que notovía, que en la próxima visita… Cuando llegamos están terminando de pintar la cruz que van a colocar en su cementerio; mientras, con las autoridades, que se han acercado a recibirnos, vamos conversando sobre diferentes necesidades del pueblo, sobre todo acerca de la capilla, que ellos desean construir. A cada rato, como es habitual, Kalin nos invita: refresco, kasabe, tapioca… y el almuerzo.


A las 3 vamos para la escuela, que pronto se ve abarrotada de gente. Hace un calor asfixiante (si en este viaje hubiera recogido el sudor en botellas, ¿cuántos litros tendría?). Cantos, mito, el evangelio, más canciones… y unos instantes de silencio con las manos unidas para orar a Tupana. Y siempre con la traducción de la señora Ruth. Salimos de la escuela para llevar la nueva cruz al cementerio justo cuando se pone a llover. Caminamos sobre el barro. La cruz se coloca ante las tumbas, la bendigo y oramos por todos los difuntos. Siempre en un ambiente de simpatía, hay buena conexión con este pueblo. Ivanês se queda otra media hora con los niños y les enseña algunas oraciones.

Cae la noche y pasamos un rato tranquilo en el hogar de César y Diana, aprovechando la luz eléctrica para charlar y los niños adormecerse viendo una película: Alien vs. Depredador, un miedo tremendo. Aunque menos que los ronquidos de la última vez, que recordamos riendo. Termina así un día compartido con los más pobres de todos, que nos han ofrecido todo: alimento, techo, acogida, cariño… Pero este pedazo de diario de misión continúa en la próxima entrada.


viernes, 9 de noviembre de 2018

SANARME A MÍ MISMO


El cuerpo tiene una asombrosa capacidad para regenerarse, cerrar las heridas, curar los golpes, sanarse del mal.

Me sano a mí mismo aceptando, recibiendo, estando presente, percibiendo la realidad con los ojos abiertos, con limpieza, sin juicio, con compasión, puesto que “todo está conectado”.

Me sano a mí mismo amándome, creyendo en mí a pesar de todo, mirándome con benevolencia y esperanza.

Me sana el amor de los otros, alimenta mi poder para reconstruirme y cicatrizar mis traumas. El amor conecta y activa mi energía de Luz, moviliza la eficacia de la Gracia en mí.

El amor incondicional, la ternura… no hay nada más sanador, nada que te haga sentirte tan realmente aquí y ahora, digno de ser amado, y por tanto merecedor de vivir y ser feliz, más allá de todas las derrotas y de los zarpazos de la ignorancia y del mal.

Ser tocado, acariciado por manos que dan salvación, reencontrar la armonía, moldear mi propio equilibrio y disfrutarlo con gratuidad y sonriendo.

Todo está en mi cuerpo. Escrito en él. Mi historia tatuada en mis músculos, mis articulaciones y órganos, depositada en cada una de mis células.

La memoria de mi camino junto a la expresión de mis posibilidades, emociones ya cristalizadas y esbozos de lo aún no vivido, energía de crecimiento y felicidad futura que mi cuerpo desprende con discreto resplandor…

Para levantarme si caigo, para correr con ligereza y para volar.

viernes, 2 de noviembre de 2018

UNA NOCHE REDONDA


Habitualmente en la iglesia de Islandia estamos dos y el del tambor (que se llama Carlos), pero a veces ocurre que hay llenazo, como el viernes pasado, al final de la novena del Señor de los Milagros. Nos dimos el gusto de planear, trabajar y realizar algo diferente, y salió bien. Hay que contarlo.

Se le ocurrió a Ivanês, que tiene más tiros daos en eventos masivos por su experiencia en parroquias brasileñas gigantes. “Vamos a armar una bendición de las familias”, un día para que traigan su agüita, cantar juntos, con los niños, ser todos bendecidos… esto a la gente le encanta. Es cierto: si este pueblo, incluso los “católicos”, no son de ir a la iglesia ni los domingos… ¿cómo vamos a pretender que vengan a nueve misas nueve días seguidos? No pues. Pero sí podemos inventarnos una noche especial de celebración, tal vez algunos acudan. Así discurrimos.

Así que en el Consejo de Pastoral nos repartimos las calles del pueblo, y por grupos o parejas nos fuimos invitando a todas las familias católicas (o que nos parecía que podían serlo) a esta fiesta. Yo iba con la profe Floralba por mi calle, entrábamos en las casas que ella indicaba, les dábamos la tarjeta recordándoles el día, la hora, y que habrá “refrigerio”; es decir, que se dará de comer, cosa fundamental si queremos que algo funcione en todas las partes del mundo (creo).

No podía ser una misa “muy seria”, así que me acordé de la Nochebuena en La Lapa y tiré palante. Empezó la cosa nombrando a la gente de cada calle, que se ponía de pie y se cantaba el estribillo “Bienvenido lelé, bienvenido lalá, paz y bien para usted, que vino a participar”. Jeje. Se leyó un número del documento preparatorio del Sínodo, se cantó aleluya y al evangelio le siguió como reflexión un cuento. Y enseguida la bendición, con las familias puestas de pie y yo bañando a la gente; como acá no se puede cultivar, todas las flores de la iglesia son de plástico, y Marina me puso de asperje unas tan tiesas que el agua le caía a las personas como proyectiles. Pero las caras estaban sonrientes.

Siguieron unas peticiones-letanías, las ofrendas y una plegaria rápida y adaptada (los liturgistas no lean esto). El padrenuestro todos unidos, y la comunión; pocas oraciones leídas y muchas canciones con palmas. Y aplausos. Al final, la bendición de todas las aguas que trajeron y de los cuadritos del Señor de los Milagros. Y como colofón, la Marinera. Una misa más ligera, participada, musical y divertida. Bueno, al menos eso intentamos.

Para el compartir, la tía Marina se las había apañado para pedir apoyos por aquí y por allá; varias de las familias también trajeron cosas, de modo que, como prevé la ley de los panes y los peces, hubo un montón de comida y sobró: sánguches de pollo, arroz chaufa, chicharrón, empanadas, refresco de cebada, guaraná, keke. Me tocó servir y estaba en mi salsa saludando y bromeando. Había jóvenes, familias enteras, niños por todas partes, abuelitos… Creo que en general contentos y a gusto en la iglesia, y yo satisfecho de una noche redonda. Para repetirlo el año que viene.