Hablando de Adolfo, alguien me hizo alguna vez este
comentario: “De todo sus compañeros de estudios, el que menos podría haberse
pensado ni remotamente que llegaría a ser obispo, ese es él”. Jaja, me
hizo risa y se la haría a cualquiera que conozca a Adolfo Zon y, como yo, no se
haya desprendido del todo del esquema clásico de cómo deberían ser los obispos.
La primera vez que lo vi, justamente el día que conocí
Islandia, nos abrió la puerta de la casa y nos invitó a un jugo en la terraza.
Inmediatamente advertí que es gallego, y tal vez eso le haya venido bien para
hablar fluidamente el portugués de este rincón de la Amazonía. Llevaba, como de costumbre, tejanos, una
camisa de cuadros, y un par de usb colgados del cuello en lugar de la cruz
pectoral. “Cuando quieras te vienes por aquí a pasar algunos días y
conversamos” – me dijo. Estamos a menos de una hora en bote rápido.
Y lo cumplí. Pasé un fin de semana en Tabatinga de retiro, y Adolfo me recibió magníficamente.
Además de darme alojamiento y suculentas comidas (churasquinho incluido), me hizo
conocer varios lugares de la cuidad, me llevó a un par de capillas de
comunidades de barrio y me insistió para concelebrar en la catedral. Así
pude sentir el carácter y la fuerza de la iglesia brasilera, tan próxima
geográficamente y tan diferente; vi los ministros laicos con sus vestimentas
litúrgicas, la cuidada música en las celebraciones y el logro de los decimistas, personas que dan a la
comunidad el diezmo de sus ingresos… Hasta les cantan el Parabens a vôce (el hapi
berdey) al final de la misa.
Durante los recorridos en su utilitario, sentados tomando
una cerveza o paseando, me pregunta por
mí, que cómo estoy, cómo es la misión en el Yavarí, qué dificultades
encuentro… Me escucha y él también entrevera sus propias peripecias, cómo están
siendo los primeros años en la diócesis, los problemas que tiene que manejar…
Sabe que necesito largar, pero noto
que a él también le ayuda desahogarse,
y como yo estoy “fuera del circuito” de sus escenarios cotidianos, se relaja y
la conversación nos hace bien a los dos. Por
momentos olvido que es obispo.
En otros momentos Adolfo ha llegado a un encuentro, como el
de la REPAM del mes de abril. Como prelado local, es de ley invitarle a
presidir la Eucaristía; esta vez llega con camisa blanca de alzacuellos, pero
los vaqueros se mantienen, y están más gastados. La homilía surge desde un misionero
javeriano que durante años ha trabajado en el río y pertenece al mundo
de la pastoral de la selva, su organización, su precariedad, su aparente
imposibilidad incluso. Así conecta inmediatamente con nuestra sensibilidad, y
tiene autoridad para hablarnos de la urgencia de salir y de la misión ecológica.
Terminada la misa, Adolfo dobla y guarda su alba y su estola con naturalidad,
sin protocolo ni aparato.
No deja nunca la
faena de “pescar” gente para su diócesis, y cuando logra que vengan
Maristas o Hermanos de la Salle les da
libertad y tiempo para discernir en qué campo desean trabajar. Así se
plantó una vez en Islandia a visitarnos con un cura navarro; llevaba un
pantalón, una gorra y unas botas que le hacían parecer un militar, jeje. Y
siempre con su simpatía campechana y una simplicidad que cautivan. ¿Cómo será
cuando se tenga que poner solemne, en Roma por ejemplo? No le pega ni con cola,
pero seguro que se adapta como persona inteligente que es.
El año pasado supe que venía a Benjamin a
presidir la procesión y la misa mayor de la Inmaculada, de modo que, aunque no
me gustan mucho esos pifostios, fui
por saludarlo. “¡Hombre, el extremeño!”.
Me apetecía mucho pasar un rato con él y no precisé vencer mi timidez, porque
apenas salimos de la función se me
adelantó: “Vamos a tomar una farofa”.
Qué buen rato. Pastor sencillo y humano,
con olor a oveja, como le gustan al Papa. Con él, el Espíritu Santo acertó
y los demás disfrutamos.