Cuando el deslizador está acostando en Iquitos hay que irse preparando para obligatorias contemplaciones de la fealdad
que desfigura el río Amazonas, convertido en un “inmenso depósito de porquería” en palabras del papa Francisco
en el número 21 de Laudato Si. Sería mejor no saber qué consecuencias tendrá esta
abusiva y despiadada acumulación de basura, pero desgraciadamente se tiene la
costumbre de leer y estudiar, de modo que a “ojos que ven” se le añaden “datos
científicos que se conocen”, y así el corazón siente más impotencia y tristeza.
El agua del río que
está siendo masivamente contaminada por la estupidez humana proviene de la
lluvia. Y esta lluvia proviene del bosque, que mantiene el aire húmedo a través
del reciclado de la humedad. Cuando las nubes precipitan su precioso
líquido sobre el bosque, gran parte del agua se infiltra en el permeable suelo
forestal. El agua del suelo inicia su regreso a la atmósfera absorbida por las
raíces; luego sube, desafiando la fuerza de la gravedad, 40, 60 metros o más, por
los troncos hasta las hojas, versátiles paneles solares químicos capaces de
absorber la energía del sol y aprovechar la caricia de los vientos para
transpirar y transferir copiosos volúmenes de agua vaporosa a la atmósfera,
completando así el retorno del ciclo vertical iniciado con la lluvia.
Un árbol grande puede bombear del suelo y transpirar más de
mil litros de agua en un solo día. La Amazonía sustenta cientos de miles de
millones de árboles en sus bosques. Veinte
mil millones de toneladas de agua por día son transpiradas por todos los árboles
en la cuenca amazónica, un río vertical de vapor más caudaloso que el río
Amazonas, que vierte cada día en el océano Atlántico 17.000 millones de
toneladas de agua*. Vivimos dentro de una enorme cantidad de vapor, ¿cómo no voy
a sudar? Aunque tal vez sea de terror al saberme rodeado de agua envenenada por
los residuos, que contamina los árboles antes de intoxicarme a mí.
Para que el vapor vertido al aire se convierta en lluvia,
los árboles tienen el ingenio de emitir sustancias volátiles, perfumes
precursores de “semillas” que permiten la nucleación del vapor del agua, la
formación de las nubes y su condensación. Es una maravilla. El bosque amazónico
cumple un papel clave como generador de humedad del subcontinente y regulador
del clima global, verdadero aire
acondicionado del planeta. La deforestación,
que ya se acerca al 20%, tendrá consecuencias dramáticas y será un punto sin
retorno. En San Francisco de Yahúma vi el otro día dos lanchas cargaditas
de enormes palos vendidos a 30 o 40 soles la unidad. Una insensatez más en la
larga historia de depredación de la selva.
Cuando Francisco de Orellana llegó en 1542 había en la
Amazonía en torno a 20 millones de habitantes que vivían en la abundancia de
pesca, frutas y carne de caza; de hecho la zona en la que me encuentro es la de
más alta diversidad de especies del mundo. Hoy,
más del 55% de niños en la región Loreto sufren de desnutrición crónica. En
cualquier conversación por las comunidades la gente te cuenta que ya no se ven
paiches, sábalos, gamitanas o tucunares, y que hay que caminar dos o tres días monte
adentro para encontrar algo de mitayo, alguna sachavaca o sajino. Los niños
comen arroz, plátano y yuca, y una vez al día tal vez un trocito de pescado, con las consiguientes
consecuencias en su desarrollo completo.
Y el panorama no parece apuntar mejorías por la amenaza de
megaproyectos extractivos y carreteras por donde llegarán narcos y madereros
sin escrúpulos. El bosque se acaba, el agua se ensucia, los recursos son
sobreexplotados, el clima se altera y la pobre gente cada vez es más pobre. Todo está conectado (Laudato Si 117). Los desiertos interiores se extienden y
hacen que se multipliquen los desiertos exteriores (LS 217). Hay que
empeñarse pues en regar y refrescar nuestros adentros para que alrededor brote
la vida; se hace en contacto con el Manantial y la Raíz, y también exhalando la
pizca mágica que hace llover la alegría y da esperanza: la sonrisa.
* Los datos están tomados del libro “El Futuro Climático de
la Amazonía”, de Antonio Donato Nobre. Se descarga fácilmente en internet.