La primera vez que fuimos a Santa Rita, a unas cinco horas
de surcada Yavarí arriba, como no conocíamos a nadie acostamos donde nos
pareció, y preguntamos en la primera casa que vimos al bajar del bote. Doña
Elsa estaba sentada en su puerta, y amablemente nos indicó dónde vivían las
autoridades. Al rato pasamos de nuevo por allí: “Cómo les fue?” – preguntó ella. “Muy bien, nos han dado permiso para dormir en el salón comunal” –
contestamos cargando las mochilas. “¿En el salón? Nooo. Ustedes van a
hospedarse en mi casita”.
Así fue como conocimos a Mamá Elsa (que se declaró
evangélica!!) y a toda su familia: su esposo Jaime, sus hijas Angelita y Luz
Marina, su yerno Alex y sus nietos Lisbet y su hermanito cuyo nombre no
recuerdo. En una casa amazónica es sorprendente la cantidad de personas que
viven respecto al poco espacio y la pobreza que se aprecian, pero allí nos
ubicaron a cuatro más, cuatro gringos totalmente desconocidos y recién
llegados. Debería decir que la
generosidad da sabor a la vida, pero acá los aderezos más bellos fueron la
naturalidad y la modestia.
Entre el baño junto a los bufeos, el lavado de ropa y el
transcurrir suave de la tarde, fuimos charlando. Doña Elsita es yawa, pero
apenas conoce unas pocas palabras de su lengua, ha olvidado casi todo. Cuando era niña recuerda bien cómo le
enseñaron a disimular su identidad indígena, a dejar atrás todas esas “supersticiones
y cosas propias de gente atrasada” y aprendió español para ser una
“auténtica peruana”, una “ciudadana de pleno derecho”. Aquellas políticas de
aculturación salvaje de los años 60 hicieron mucho daño.
Al menos conserva habilidades para hacer artesanías:
coronas, adornos, aretes y esos cordelitos para recoger el cabello que terminan
en una pluma de colores, que les gustaron a mis hermanas y a mi sobrina Pilar
cuando se los llevé. Incluso, con las
nuevas políticas de revalorización de lo indígena, ella fue declarada por el
Ministerio de Cultura como “Mamá Elsa”, madre indígena del Yavarí. Un honor que, como tantas iniciativas de los
últimos gobiernos, se quedan en algo meramente cosmético y no sirven para
mucho.
Aquella noche en casa
de Elsa y Jaime hubo un exquisito chilcano de pescado para todos, motorista
incluido. Y las visitas siguientes, las mismas atenciones y unos buenos
ratos de conversación que nos permiten entender un poquito más cómo es la vida
real de nuestra gente. Con el paso de los meses Alex, el yerno de Doña Elsa, se
ha convertido en el animador cristiano de Santa Rita. La última reunión,
presidida por el teniente gobernador, fue muy positiva, nos abrió perspectivas
para acompañar a esta comunidad tocando asuntos delicados: la educación, los
abusos contra la mujer, la trata de personas…
La semana pasada Elsita llegó a nuestra casa en Islandia. Tenía
su rostro totalmente abrasado tras cinco horas de navegación bajo un sol
implacable. En la tarde la vi recorrer las casas vendiendo coconas a un real la
redecilla, una miseria. Por la mañana
temprano, regresó con nosotros a tomar desayuno porque decía que con la venta
apenas había logrado reunir 8 reales, casi lo justo para la cena, y ya no tenía
nada. Alau, la invitamos con todo gusto.
Después del café se fue a la oficina municipal del banco a
recoger la plata del programa “Juntos”, porque quería de frente comprar los
útiles para su hija pequeña, que va a empezar la secundaria. Al poco rato
apareció de nuevo: “Ya no dan plata, el
plazo acabó el día 6; la próxima fecha el 28. ¿Qué voy a hacer?” – se lamentó.
“No te preocupes, nosotros te prestamos”.
Y así fue con Luz Marina a buscar doce
cuadernos, tres lapiceros, corrector y una mochila. Yo tuve que salir y al
regreso ya no las encontré, ni almorzaron con nosotros porque su bote surcó
rapidito. Pobrecillas.
En Santa Rita hay una lupuna gigante. Un árbol tan hermoso
que los tour-operadores de Leticia han colocado ese lugar en sus recorridos
turísticos, a cambio de… 600 soles mensuales para la comunidad (no llega a 180
euros). Mientras que los políticos se hacen
fotos vestidos con unku, encargan documentales
y se les llena la boca con supuestas acciones de apoyo y puesta en valor
de los pueblos originarios, la gente en las comunidades indígenas tiene que
pelear cada día por sobrevivir, son tratados a menudo como piezas vivientes de
museos etnográficos trasnochados o como ignorantes a quienes se pretende
canjear oro por bisutería, y ni siquiera se cumple con ellos la ley de consulta
previa antes de concesionar sus territorios.
Es una nueva oleada de aculturación envuelta en papel de
celofán y con fines económicos, como casi todo hoy día. La “Madre del Yavarí”
casi mendigando, pero eso sí, con su título, ¿eh? Muy seria nos dijo que “Yo no miento, yo voy a devolver lo que me
han prestado”. A mí no me cabe duda, porque en Doña Elsa nada es fachada y todo es sin trampa ni cartón:
acogida, sopa, quemaduras, coconas y honestidad.
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