jueves, 18 de diciembre de 2025

EL CORAZÓN DE DOÑA NARCISA

 
- Padre, ¿cuándo me vas a regalar un Corazón de Jesús?
- ¿Cómo así…?
- Una lámina pues, el Sagrado Corazón, bonito, para colocarlo en mi sala.
- Ya pué.

Y es que doña Narcisa es una mujer clásica, de las devociones de toda la vida, dice que “me gustan todos los santos”. Casada con Aurelio, el motorista y compañero de fatigas del famoso p. Real, párroco emblemático en Caballo Cocha, ella es una auténtica referencia en esta parroquia centenaria, tal vez la más antigua del Vicariato.

Lo es por sus muchas horas de vuelo, más de cincuenta años de servicios de todo tipo a la comunidad, y muy especialmente en la catequesis. Narcisa vive en el barrio Sánchez Cerro, una calle larguísima paralela a la cocha donde encostan las lanchas, que aún hoy día sigue siendo un barrizal a pesar de la pista para motocarros. Un lugar humilde de la capital del Bajo Amazonas, que cada año alaga un metro en época de creciente, donde por décadas los niños han podido vivir sus sacramentos (bautismo, primera comunión), gracias al empeño de esta señora.

Si alguien en el Vicariato debería recibir el ministerio de catequista, sin duda es ella. Ha pateado su sector, ha batallado con los papás y mamás, ha animado sin descanso a los chibolos, los ha recibido un día tras otro en su casita, han aprendido las oraciones, han leído la Biblia, les ha enseñado la vida de Jesús… Ahí, noble, pertinaz, comprometida, de palabra clara y directa. Cuando es sí, sí, y cuando es no, no.

De hecho, ahora mismo nos está reclamando a Ramón y a mí, que estamos en su casa, que este año ninguno de los misioneros ha venido a acompañar la catequesis de su zona. Para motivar a los críos, y conversar con los padres, recordarles sus responsabilidades como educadores. “La hermana Marta Rueda venía, y ahora, ¿qué? Nadies apareció”. No tiene pelos en la lengua no.

“Además, tampoco hubo capacitación para catequistas en la parroquia. ¿Cómo voy a enseñar, si yo no sé?”. Narcisa, con más de 60 años y sin haber aprendido a leer y escribir en su infancia, fue al centro catequístico y compartió la formación con los adolescentes y jóvenes, que la llamaban “la abuela”. Viejita que seguro ganaba a todo el mundo en energía y entusiasmo.

Dice que “antes era así, no nos mandaban a las niñas a la escuela”. Y los indígenas yagua, como ella, menos; incluso su padre decidió con quién se tenía que casar… “¿Y por qué eligió tu papá a Aurelio?” – le pregunto. - “No sé. Le parecería trabajador”. Y pegamos una buena carcajada. Desde luego, con Narcisa no te aburres un momento y ríes a gusto.

Contribuye sin duda el masato. Cada vez que vamos a visitar a esta familia, ella nos obsequia con un buen vaso y disfruta de cómo lo celebramos. Siempre, desde mis primeras veces en Caballo Cocha, Narcisa me ha invitado a su casa tras darme un gran abrazo después de misa. Con su vista cansada, cuatro hijos y dos sobrinas ya criados, el peso de sus 70 años, un incendio ocurrido en su vivienda y ese dolor que padece en una pierna desde que el año pasado “me botó al piso un motocar”, sonríe generosamente con su dentadura desigual y expresa un cariño genuino.

Ahora está renegando porque de nuevo he olvidado traerle a su Jesusito. “Aunque últimamente prefiero al Divino Niño”. De pronto le entrego el paquete, lo desenvuelve y vibra de felicidad al mirar la estampa gigante del Corazón de Jesús. Cuando “don Aurelio” (así le llama, yo me parto) le confeccione su marco, que el padre Ramoncito se lo bendiga.

Todo un personaje, doña Narcisita. Una institución en Caballo Cocha. Con un corazón grande y en llamas, como el de la imagen, colmado de pasión por el Reino, por la gente, por los niños. Con el lenguaje de los más sencillos, sigue impartiendo la cátedra de la entrega y la fidelidad.

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