Los que vamos a Lima “de año en año o de
tiempo en tiempo” (Ejercicios 56) notamos una evolución en la avalancha de
personas de Venezuela que en los últimos años está llegando a nuestro país. Es
asombrosa su cantidad, desde luego (se estima que son ya un millón), pero eso
no es nuevo. Lo que me sorprendió esta
vez es su emplazamiento social: han pasado de vender caramelos en los carros a
irse insertando en la vida profesional y ciudadana.
El ayudante del urólogo que me hizo las litotricias
es venezolano. Me contaba que lleva dos años en Perú, y que al principio
trabajó de manera informal en la venta callejera de periódicos y gaseosas, hasta que encontró este empleo acorde con
su título de licenciado en enfermería. Dice que el doctor le hizo un buen
contrato, con todos los beneficios laborales, y está contento. “No me veo regresando a Venezuela, la
verdad”. Ya tienen un barrio en el norte de la capital y una cola propia en
Migraciones.
Y es que “Hay arepas por todas partes”, bromeaba el chico que me cortaba mis
cuatro pelos. Él también es venezolano, excelente profesional con varios cursos
de peluquería. Y también el chofer del bus que la otra noche nos llevó a
Barranco era compatriota suyo, de hecho al bajar le dimos las gracias y
contesto “A la orden” con ese tonillo
típico caribeño. Un acento que escuché
cruzándome con gente en las veredas de San Isidro (barrio pituco), o en el
mercado cercano a San Felipe, o comprando en Plaza Vea o simplemente paseando
por la ciudad.
A pesar de que parece que la penetración de
estos inmigrantes se va haciendo efectiva y normalizando, y que de hecho van
alejándose de los alrededores de la mendicidad, hay un gran rechazo social
hacia ellos. Un sector amplio de la
población está preocupado porque sienten que los venezolanos le están quitando
oportunidades de trabajo y porque son culpables del aumento de la delincuencia.
Pero Pilar Arroyo nos explicó con precisión que solamente una ínfima minoría de
entre ellos comete delitos: las denuncias con respecto al total de venezolanos
que han llegado al Perú representa apenas el 1,2%. Es decir, el 98,8% de los
migrantes venezolanos no ha delinquido en 2019, según datos oficiales de la
policía.
El problema es que los medios de comunicación,
con su estilo sensacionalista de presentar las noticias de sucesos, alimentan
estos tópicos viejos y falsos. Y el gobierno lo mismo: acaba de crear una
unidad especial de operaciones policiales para combatir a los venezolanos, como
si fueran los criminales más sanguinarios.
Mientras que los propios peruanos
siguen liderando los asesinatos, robos, secuestros, violaciones y demás
males, la opinión pública cree ingenuamente que todos
los venezolanos son malhechores. “Guarda el celular, que como te lo agarre un
venezolano…” – escuché que le decía un amigo a otro por la calle.
Si pasas junto a la embajada de Venezuela,
en la avenida Arequipa, verás un gentío inmenso en el patio, esperando turno de
atención. Continúan lanzándose a la aventura; es un éxodo proporcional al sufrimiento que están soportando, pobre
gente. Me pregunto cuándo terminará esta pesadilla y a qué precio. Recuerdo
a una mujer joven en una combi con su hija pequeña malita (unos tres años y un
fiebrón) desesperada sin saber bien qué hacer. O también otro muchacho que
hacía trucos de magia en el carro y se molestó porque nadie le aplaudió; ese
gesto de desolación e impotencia…
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