Me acuerdo perfectamente que el sábado 26
de octubre, cumpleaños de Jaime Piña, amigo y coordinador de la ODEC de Islandia,
lo celebramos en el desayuno. La razón era que él y su novia María iban a pasar
el día por Leticia y Tabatinga, y además tres del equipo nos íbamos a visitar
un par de comunidades. Las hermanas prepararon muchas cosas y muy ricas, y yo
seguramente dije eso de: “mejor comer ahora, que luego no sabemos qué puede
pasar”. De modo que me puse como el tío Kiko y al ratito noté que algo en mi vientre no iba bien.
Durante muchos días me acompañó ese
malestar, un dolor difuso que empeoraba después de las comidas; me sentía como
hinchado aunque hubiese ingerido poco. Como la cosa no mejoraba, me desparasité,
pero nada. Luego me traté contra infección intestinal, siempre pensando en las cochinadas que nos tragamos por esos
ríos; pasé una semana bien fastidiado por los antibióticos, pero tampoco dio
resultado. Me fui a Iquitos y allí me hice una analítica completa y una
ecografía abdominal, en la que no se vio nada. Pero Elita, la enfermera del Vicariato, examinó los resultados de la
orina y me dijo: “Padre, vas a tener piedras en el riñón”. Buen ojo
clínico.
Las dos semanas anteriores a la Navidad el
dolor se me localizó efectivamente en el riñón izquierdo y se me hizo más
agudo. En el recorrido por el Yavarí hubo dos o tres momentos bien feos, pero
si encontraba una hamaca y me tumbaba, a la media hora me aliviaba. De regreso a
Islandia empecé con el Nolotil cuando me atacaba, y así con las justas llegué a
Badajoz, le di un beso a mis papás y de frente al hospital después de un vuelo
horroroso. Diagnóstico inicial: litiasis, o sea, una piedra de 7mm en el riñón.
Luego al urólogo, luego TAC y tocaba
litotricia, pero a eso ya no me daba tiempo, de modo que tenía que ser en Lima.
Es un procedimiento que consiste en
bombardear la piedra con ondas de choque para romperla y luego ir botando los fragmentos
por la orina. La primera sesión fue en mitad de los ejercicios espirituales en
Villa Marista; tuve que escaparme porque me
sentía seguro allí con las religiosas, si me daba un cólico fuerte en el posoperatorio, no estaría solo. De
hecho los golpecitos de marras me
hicieron pasar un rato regular na más, pero las misioneras de pura cepa me
cuidaron con esmero: el cafecito de por la mañana temprano, jugo de papaya
en el desayuno especialmente para mí (como los predicadores antiguos, que solo
a ellos les ponían un vaso de vino y una tortilla francesa) y siempre en el
comedor pasándome fuentes para hacer yapa
(repetir) y silenciosamente preocupadas por cómo me encontraría de mi mal.
Me hicieron preparar remedios que las shamanas del grupo recomendaron:
emoliente y agua de papa. Y así, entre puntos, meditaciones y acompañamientos,
iba tomando un montonazo de líquido. Varias veces, en mitad de una
conversación, me tuve que ir al baño, y orinando en un colador, el número de la
cabra. Ellas bromeaban diciendo que, mientras
que yo ayudaba a discernir los buenos y malos espíritus, ellas vigilaban los
recipientes que tenía sobre mi mesa y luego comentaban entre dientes “Ha bebido
poco; la botella de agua de papa no baja”. Es lo que tiene dar ejercicios a
tus madres y abuelas estando malito.
De
modo que las piedritas empezaron a salir y yo a sentirme mejor. Parece mentira que algo tan pequeño pueda joderle a uno tanto, si me permiten la vulgaridad. A la segunda
litotricia fui preparado habiéndome zampado un cóctel de analgésicos, de modo que
estuvieron dándole una hora y a mí plim. Seguí bebiendo a full y despedrándome los siguientes días, me
daba cuenta que la arenilla se depositaba en el fondo del baldecito que usaba
para orinar. En total hicieron falta seis pases y varias cántaras de agua hasta que el bueno del doctor me dio
el alta.
1 comentario:
Es un dolor como de parto ,aunq no e parido si los e sufrido del jodió riñón .
Un abrazo y no se las tires a nadie .
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