domingo, 16 de marzo de 2014

JOSÉ Y LA TRANSFIGURACIÓN

Esta noche voy a ir a Calamonte a predicar un día de la Novena en honor de San José. ¡Cuánto quiero a Calamonte! Como toca hoy, 2º domingo de Cuaresma, la transfiguración, esto es lo que me ha salido... Espero que no me lo tengan en cuenta.


Cuando era chico, leía novelas policíacas de Agatha Christie. Me gustaban mucho, intentaba adivinar quién era el asesino (normalmente el mayordomo), pero había veces que me cansaba, o perdía el hilo, o me liaba… y entonces me iba a la última página y ahí descubría el enredo; y saber quién era el culpable me animaba a seguir leyendo, porque así, mientras leía, ataba cabos: “fíjate, ahí fue cuando aprovechó para ponerle el veneno…”, jejeje.
 
Esto les pasa a los discípulos. Justo antes de este pasaje de la transfiguración (vaya palabro) Jesús les ha estado explicando que va a sufrir mucho, que lo van a coger y que lo van a matar. Y Pedro: “¡No Señor, eso no puede pasarte!”. Y Jesús: “Quítate de mi camino, Satanás, que eres para mí un obstáculo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios”. Y a los discípulos: “Quien quiera venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí, la salvará”. Ffff. Vaya palo que les dio. Tendrían que estar hechos polvo, desolados…
 
Ante este panorama, Jesús coge a sus tres amigos más íntimos y va y se transfigura. ¿Qué quiere decir esto? Que se les mostró, se les hizo ver con el aspecto que tendrá cuando resucite. Se pasó un momento a la última página. Para animales, hombre. Es como cuando está mi madre guisando y voy yo y pruebo y mmmmmmmhhh!!! “Madre mía, pues si esto sabe así de bueno ahora que está en proceso, cómo será cuando esté terminado…”. La transfiguración es que, en mitad del camino, Jesús les da un respiro, es como un adelanto de la paga, que te alivia; o como una meta volante que los ciclistas ganan y se animan para lo que queda de carrera. Una victoria parcial que adelanta de alguna manera la victoria final.
 
Jesús hizo esto muchas veces. Cuando resucita (con minúscula) a aquella niña, la hija de Jairo; o a aquel chaval de Naín, que su madre, destrozada, lleva a enterrar; o a su gran amigo Lázaro. Son momentos en los que se adelanta el final; de manera incompleta, no plena (todos han vuelto a morir), pero en esos hechos se ve el resplandor de de la Resurrección con mayúsculas. Es como cuando en el camino de Santiago  estás en medio de una etapa, reventao, y entonces unos compañeros te llaman: “¡Que ya hemos llegao! Y qué bonito es esto”. Y entonces tú te entonas y aprietas el paso: “Esto está chupao ya”.
 
La vida de cada día está llena de “adelantos” de resurrección, de aperitivos de la gloria futura, que invade nuestras cosas, porque Dios está aquí siempre, aunque “yo no lo sabía”, como dice Jacob, no nos coscamos. Se trata de estar listos y finos para advertir, para darnos cuenta de cómo Dios actúa. Descubrir los ratos y las zonas de la realidad donde late el Reino, ahí, hecho vida y acción, presente como gesto concreto, acontecimiento luminoso pero acaso discreto dentro de la marea de lo cotidiano.
 
Y aquí José es un consumado experto, un hombre con gran habilidad para detectar el brillo de la Resurrección. Primero se da cuenta de eso de que su novia, María, está embarazada… es algo de Dios. Y no la denuncia sino que se casa con ella (ole ahí). El Señor se lo cuenta en un sueño. Luego, después de nacido el Niño, cuando los Magos se marchan, José intuye que su familia está en peligro: otro sueño. Y emigran a Egipto. Hasta que Herodes, el malo de la historia, muere y José, en la distancia, a través de otro sueño, se da cuenta que ya pueden retornar. Pero no regresan a su casa de Belén, porque, en un nuevo  sueño, Dios avisa a José de que Arquelao, el hijo de Herodes, es de tal palo tal astilla, así que… a Nazaret. Total, que en los dos primeros capítulos del Evangelio de Mateo, José tiene ¡cuatro sueños!
 
Los sueños son, en lenguaje bíblico, el límite de la realidad, donde Dios habla a sus amigos. José sueña y Dios se le revela, se transfigura para él, comunicándole su voluntad. José sueña y siente la vida como historia de Dios, y discierne, y decide. El Señor le guía para que sea custodio de su hijo y él utiliza toda su capacidad, toda su sensibilidad, toda su agudeza para encontrar las transfiguraciones, los destellos de Dios.
 
“Sal de tu tierra”, dice Dios a Abraham. Salgamos de lo nuestro para abrir los ojos y ver. Salir del “propio amor, querer e interés” para estar lúcidos y despiertos, no nos vayamos a perder la transfiguración, los momentos en que el amor se adueña de la vida y Dios Reina. A veces estará tan cerca, y será tan grande como una montaña, y habrá que alejarse para mirar con perspectiva. A veces se requerirá un catalejo o una lupa para apreciar la belleza de la joya.
 
Y trasfiguremos la realidad. Hagamos que el día a día se pinte de Resurrección. Es un “duro trabajo del evangelio”, como dice la 2ª lectura. Requiere paciencia, esfuerzo y sonrisa. Atrevámonos a soñar el mundo mejor de lo  que es, como Dios lo sueña. Y pongámonos a despertar para que todo sea de Dios, y el Señor lo sea todo en todos. Soñar como José; pero no dormir: soñar despiertos y dispuestos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta tu homilia sobre "José y la Transfiguración"...hasta ahora, no he comprendido bien, lo de la Transfiguración. Eres especial saboreando y profundizando el Evangelio...¡qué suerte tienen los que te pueden oir a menudo.! Un abrazo desde Monesterio.