Cuánto
tiempo hacía que estaba yo reclamando ese platillo criollo típico del norte del
Perú. Viajé a Lima y no hallé; en Navidad lo ofrecieron en Timicuro
Grande al equipo misionero justo cuando yo no fui, porque estaba en el
Estrecho, y eso desde luego me dolió en el alma. Pero por fin mi insistente petición
fue atendida justo el día antes de las vacaciones.
Y es que en Timicuro hay confianza para ese tipo de bromas, porque
es el pueblo de Nimia del Pilar, la
directora de la ODEC (Oficina Diocesana de Educación Religiosa) de Maynas. Una
pequeña gran mujer, de sobradas capacidades y un compromiso con la misión ampliamente
demostrado desde hace años. Timicuro es su rancho,
el jardín donde regresa cada fin de semana y su casa es también la nuestra, porque allí nos sentimos en familia.
De modo que, con toda intención, programé la Eucaristía allá el 15
de agosto por la mañana. Está cerca, a una hora de travesía desde Indiana, pero
ya en estas fechas hay tan poca agua en el caño que nuestro bote no puede
entrar; eso no fue obstáculo porque vinieron
a buscarnos con todo gusto en un botecito sin techo. Navegamos contemplando
las garzas remontar el vuelo, blanquísimas, y esquivando las trampas de los
pescadores en época de vaciante.
La comunidad es una de las más vivas de nuestro distrito porque
Nimia la mueve, pincha a don Aroldo, el animador, organiza la celebración los
domingos, hay preparación al Bautismo, la Confirmación y en diciembre tendrán
hasta una boda. De hecho están listos
los lectores, han buscado los cantos, da gusto celebrar la fiesta de la
Asunción. Estamos en las gradas de la canchita y el sol en su trazado trata
de arrinconarnos, aunque sabemos que no le dará tiempo.
Comentamos las lecturas, el dragón de siete cabezas y diez cuernos
(¿eso quiere decir que había cabezas con más de un cuerno?), la lucha del bien
contra el mal, María como la mujer plenamente realizada en Dios, el adelanto de
lo que cada uno de nosotros estamos llamados a ser… Todo fluye, hay risas, me siento conectado a otros quinces de agosto en mi tierra pero es acá donde quiero estar y
estoy encantado, aunque sudo a chorros porque tengo encima la calamina
incandescente.
Tal vez por eso al terminar la misa toca un descanso con botella
de agua mientras el almuerzo se alista. “Vamos
a comer pango”, me anuncia Siomara, que está junto con Jaime pasando el fin
de semana en casa de su compañera Pilar – los tres forman el equipo directivo
de la ODEC. Pasamos a la mesa y ¡tacháaaaaaaaan! ¡¡¡¡Arroz con pato!!!! Me quedé tan sorprendido que creo que ni
supe qué decir… ojalá sirva esta entrada para agradecer como es debido.
Felicitación a las cocineras porque el pato estaba suavecito y buenazo; seguramente tuvieron que
madrugar para armar semejante guiso. Y gracias a Nimia, a su familia y a
Timicuro por la delicadeza, la amabilidad… y la generosidad, puesto que los
visitantes éramos nada menos que siete. Es lindo ser esperado, acogido y apreciado.
Siempre se dice que la selva no es como la sierra, que la tarea es
más árida porque la gente es menos agradecida o expresiva, pero yo me siento querido y aprendo a leer los
gestos de cariño en los propios códigos amazónicos. Es algo que necesito y que
me ayuda a seguir adelante, porque creo que equilibra otras durezas de la
vida misionera que habitualmente ignoramos aunque nos desgastan en silencio.
Ahora que no nos oye nadies, podría escribir que Timicuro es mi lugar favorito de Indiana,
pero, por si acaso los de otras comunidades se ponen celosos, mejor no lo digo.
Ahora regreso y lo borro, que me está llamando mi sobrino Manuel para ver
juntos Hawai 5.0. Es lo que tiene el
verano…
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