miércoles, 1 de septiembre de 2021

ARROZ CON PATO EN TIMICURO


Cuánto tiempo hacía que estaba yo reclamando ese platillo criollo típico del norte del Perú. Viajé a Lima y no hallé; en Navidad lo ofrecieron en Timicuro Grande al equipo misionero justo cuando yo no fui, porque estaba en el Estrecho, y eso desde luego me dolió en el alma. Pero por fin mi insistente petición fue atendida justo el día antes de las vacaciones.

Y es que en Timicuro hay confianza para ese tipo de bromas, porque es el pueblo de Nimia del Pilar, la directora de la ODEC (Oficina Diocesana de Educación Religiosa) de Maynas. Una pequeña gran mujer, de sobradas capacidades y un compromiso con la misión ampliamente demostrado desde hace años. Timicuro es su rancho, el jardín donde regresa cada fin de semana y su casa es también la nuestra, porque allí nos sentimos en familia.

De modo que, con toda intención, programé la Eucaristía allá el 15 de agosto por la mañana. Está cerca, a una hora de travesía desde Indiana, pero ya en estas fechas hay tan poca agua en el caño que nuestro bote no puede entrar; eso no fue obstáculo porque vinieron a buscarnos con todo gusto en un botecito sin techo. Navegamos contemplando las garzas remontar el vuelo, blanquísimas, y esquivando las trampas de los pescadores en época de vaciante.

La comunidad es una de las más vivas de nuestro distrito porque Nimia la mueve, pincha a don Aroldo, el animador, organiza la celebración los domingos, hay preparación al Bautismo, la Confirmación y en diciembre tendrán hasta una boda. De hecho están listos los lectores, han buscado los cantos, da gusto celebrar la fiesta de la Asunción. Estamos en las gradas de la canchita y el sol en su trazado trata de arrinconarnos, aunque sabemos que no le dará tiempo.

Comentamos las lecturas, el dragón de siete cabezas y diez cuernos (¿eso quiere decir que había cabezas con más de un cuerno?), la lucha del bien contra el mal, María como la mujer plenamente realizada en Dios, el adelanto de lo que cada uno de nosotros estamos llamados a ser… Todo fluye, hay risas, me siento conectado a otros quinces de agosto en mi tierra pero es acá donde quiero estar y estoy encantado, aunque sudo a chorros porque tengo encima la calamina incandescente.

Tal vez por eso al terminar la misa toca un descanso con botella de agua mientras el almuerzo se alista. “Vamos a comer pango”, me anuncia Siomara, que está junto con Jaime pasando el fin de semana en casa de su compañera Pilar – los tres forman el equipo directivo de la ODEC. Pasamos a la mesa y ¡tacháaaaaaaaan! ¡¡¡¡Arroz con pato!!!! Me quedé tan sorprendido que creo que ni supe qué decir… ojalá sirva esta entrada para agradecer como es debido.

Felicitación a las cocineras porque el pato estaba suavecito y buenazo; seguramente tuvieron que madrugar para armar semejante guiso. Y gracias a Nimia, a su familia y a Timicuro por la delicadeza, la amabilidad… y la generosidad, puesto que los visitantes éramos nada menos que siete.  Es lindo ser esperado, acogido y apreciado.

Siempre se dice que la selva no es como la sierra, que la tarea es más árida porque la gente es menos agradecida o expresiva, pero yo me siento querido y aprendo a leer los gestos de cariño en los propios códigos amazónicos. Es algo que necesito y que me ayuda a seguir adelante, porque creo que equilibra otras durezas de la vida misionera que habitualmente ignoramos aunque nos desgastan en silencio.

Ahora que no nos oye nadies, podría escribir que Timicuro es mi lugar favorito de Indiana, pero, por si acaso los de otras comunidades se ponen celosos, mejor no lo digo. Ahora regreso y lo borro, que me está llamando mi sobrino Manuel para ver juntos Hawai 5.0. Es lo que tiene el verano…

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