Empezando por las condiciones de la casa.
Incluso en la ciudad no se trata de
casas grandes y confortables, con climatización y un cuarto para cada uno.
Son casas de madera, pequeñas, muchas veces sin camas, con apenas uno o dos
ambientes donde en la noche se cuelgan las hamacas o se tienden las sábanas y
cada uno se acomoda en un rincón…
Miguel Ángel Cadenas, párroco de La
Inmaculada en Punchana-Iquitos junto con Manolo Berjón, me cuenta que la gente incumple
y sale. No es fácil permanecer
encerradas familias de 10 personas en una casita de 30 metros cubierta con
calaminas que se ponen incandescentes con el sol. Otras personas me dicen
que, sobre todo en los asentamientos humanos, la gente se va a la calle y se
arman partidos de vóley a la caída de la tarde.
Y es
que la vida en nuestra selva transcurre
básicamente al aire libre. Pienso ahora en las
comunidades del campo: apenas se queda uno en casa, se está en la chacra, con
los vecinos, los niños con los amigos, o sentados en la puerta. En la casa no
hay nada, a veces hasta la cocina está fuera. No me imagino a los tikunas de
Yahuma todo el día encerrados, sin electricidad, sin ver la tele, sin internet,
libros ni videoconsola. El hombre amazónico, pescador y cazador, vive bajo las
palmeras y sobre el río.
De
hecho, el significado cultural de “la casa” no tiene nada que ver con el modelo
occidental. En Europa, cuando van a visitarte, tú
muestras con orgullo tu casa, tu hogar, el espacio donde tu vida se desarrolla,
lugar sólido y definitivo que a menudo te ha costado mucho esfuerzo, el ámbito
de tu intimidad que habla de ti mismo, alberga tus símbolos y custodia los
vestigios de tu historia. Acá la casa es algo completamente precario y
provisional, la gente se muda con facilidad dependiendo de las circunstancias;
todo se transforma constantemente dentro: los que la habitan, los pocos
enseres, la distribución; y un europeo diría que no se le da mucha importancia
a la decoración ni a la limpieza. Es un recinto de carácter más funcional
determinado esencialmente por la necesidad coyuntural y, por supuesto, por la pobreza. A nadie se le ocurre
enseñarte su casa.
Y luego está el hecho de que la gente sale
a sobrevivir, a vender lo que trae de su chacra y a comprar la comida de hoy.
El gobierno está dando un subsidio de 380 soles (108 €) por familia, pero ya hay colas en muchas parroquias de
Iquitos para pedir apoyo para alimentos. Los que dieron alegremente hace
diez días hoy están colapsados. En el Vicariato no tenemos recursos para estas
ayudas inmediatas, de modo que hemos hecho un fondo entre los misioneros
mismos, con nuestro dinero personal, para compartir con los que lleguen a
Punchana. Es un problema de subsistencia planteado en la ciudad, porque la gente
del mundo rural lo va solventando como puede con sus yucas y plátanos… de
momento.
Como dicen muchos comentarios, en una
situación así sale lo mejor del ser humano. El Vicariato de Iquitos ha cedido Kanatari, su casa de encuentros y retiros, para
hospedar y cuidar a enfermos por coronavirus que están asintomáticos. Si
leen esta bella noticia verán
que Miguel Fuertes, administrador vicarial de Iquitos, dice algo escalofriante:
los misioneros que viven lejos “están muy
preocupados porque no ha habido un corte total de movimiento en los ríos, sino
que estas semanas la gente ha seguido yendo y viniendo (…). Esto significa que
la enfermedad va a llegar (…). Todos están temiendo lo peor, porque si la
enfermedad llega al río…”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario