Por
si no tuviéramos suficiente con el coronavirus, días atrás se produjeron dos derrames
de petróleo: uno muy grave en Ecuador, en el río
Coca, cerca de la frontera con nuestro Vicariato, y otro más leve en Iquitos, a
solo una hora de aquí. El primero está ya afectando a las poblaciones kichwas
del Alto Napo, en territorio peruano, y el crudo acabará llegando al Amazonas;
el veneno del segundo ya debe estar en el agua que veo por la ventana de mi
cuarto.
Leí
algo que me gustó: “No podemos pretender vivir sanos en un planeta devastado.
Todo está conectado”. Hemos abusado de la naturaleza, como dice el Papa en Querida Amazonía 42, como si ella fuera
algo exterior a nosotros, que pudiéramos utilizar… Y no, nosotros somos una
parte de la naturaleza. Somos como un
virus que ha saqueado e intoxicado la Tierra, el planeta está enfermo y por
supuesto nosotros con él, porque formamos parte él, somos Tierra. No lo
digo yo, lo dice Leonardo Boff en este excelente artículo: “Coronavirus: autodefensa de la propia Tierra”.
Iba a escribir que se me hace raro no pasar
la Semana Santa preparándola para la gente; solo un par de veces antes fue así
(tal vez 2002, 2003…?). Me he acordado de cuando, hace cuatro años, un huayco
impidió la Vigilia Pascual: los vecinos de Omia pasaron buena parte de la noche
sacando barro de casas y calles, y yo con ellos, chambeando como todo el mundo.
No cabía otra “celebración”, y ahora tampoco. No podemos salir de casa a poner
termómetros o repartir comida, pero ¿cómo
vamos a permitir que Jesús muera de nuevo injustamente a causa de la codicia y
la inconsciencia humanas? Eso es lo que pasará cuando los pobres beban el agua
contaminada de petróleo o agonicen por coronavirus sin asistencia médica en la
selva profunda.
Tocaría narrar que los días de Semana Santa
fueron inusualmente tranquilos; que tuve la ocasión de contemplar y vivir la
muerte y resurrección de Jesús sin las acostumbradas prisas de estos días, sin
ir de acá para allá, sin el estrés habitual, que es de todos modos grato para
quien sirve a la comunidad con cariño. Incluso contar que hasta pude hacer
cosas para las que normalmente no encontramos tiempo: leer, meditar y hasta
acompañar ejercicios espirituales. Pero no. Estamos a Sábado Santo y no tengo respiro.
Sentir todo lo que está pasando “como si
presente me hallase”, la inquietud por lo que puede ocurrir… me oprime y me
aflige. Honestamente, no podemos celebrar si no hallamos alguna manera de
achicar lodo. Podemos rezar. Podemos también cantar el pregón pascual, y lo
haré hoy; pero también podemos cranear
qué tendremos previsto y armado para cuando se levante la cuarentena y nos
enfrentemos con el mal con mascarilla puesta pero cara a cara.
Me da la impresión de que hay quien piensa
ingenuamente que es cuestión de unos días, de esperar a que amaine y ya,
retomamos la “normalidad” como quien se despierta de una pesadilla. Pero temo
que ya nada va a ser igual: la vida, tal
y como la hemos conocido hasta ahora, se ha demostrado insostenible. Si
queremos subsistir con nuestro planeta hemos de cambiar radicalmente nuestra
forma de vivir. Creo que incluso la misión será distinta; el anuncio del
Reino requerirá otros acentos, otros métodos, otros destellos.
En Indiana, 17 casos y contando. Más de la
mitad del personal del puesto de salud está infectado. Pero en el Vicariato nos estamos moviendo, contactando con las
poblaciones para identificar qué se necesita y cómo podemos ayudar. Después de la
reunión telefónica de hoy, me siento más aliviado. Tal vez todavía estemos a
tiempo de que Jesús no entre en su tumba; con un poco de creatividad, aunque ya
huela, todavía podemos sacar del sepulcro a esta Tierra.
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