Después de año y medio de preparación y
varias visitas, tocaba Bautismo en la zona roja. Y tenía que ser sí o sí
en estas fechas de mediados de junio, porque dentro de un par de semanas -como
mucho- el nivel del río bajará tanto que ya no se podrá entrar en esas
quebradas situadas a un par de horas de la boca del Yavarí. De modo que programamos
un sábado ida y vuelta el mismo día,
cosa rara por estos pagos.
Se puede hacer en Mendoza con el carro o la
moto, pero acá solo es posible si viene a recogernos un fórmula 1 del río, una chalupa de aluminio de 10 metros con un
motor de 150 CV, ¡wow! Como una bala
surcamos hasta adentrarnos en ese laberinto de aguas negras, escondite habitual
de los cocaleros (ver "Zona roja" - 25 de enero de 2019) hasta la comunidad de San Mateo. El que nos llevó en su Ferrari era “el padrino” de uno de los
bautizandos, y lo pongo entre comillas porque su pinta era como la de esos
matones de las pelis mafiosas de Marlon Brando pero en versión selvática.
Como era previsible, nada más llegar nos
invitaron a gaseosa a pesar de que eran apenas las 9:30 de la mañana. La
escuelita del pueblo estaba limpia y ordenada, y solo hubo que alistar los aperos propios de la ceremonia: bandeja
con agua, toalla, óleos. Los invitados fueron acudiendo, aparecieron un par de trajes de mini-novia, marinero y princesita, a
juego con la decoración a base de globos de colores y banderines de feria.
Y claro, la guitarra, porque a esta peña lo que más le gusta del mundo es
cantar. De modo que me tocó de nuevo hacer de hombre-orquesta.
Durante el momento de la foto de familia me
sentí como en una de esas fiestas de don Corleone, aunque esta vez no se veían
cacerolas cociendo pasta básica ni armas. ¿Qué
le puedes decir a esta gente, toditos involucrados en el raspado de coca y algunos seguro que en el tráfico? Pues… que
se tomen el Bautismo en serio, que sean honestos y se porten bien con los
demás, etc. No se puede estar constantemente condenando a campesinos que ven en
ese negocio una solución fácil para sus economías precarias.
A todos nos invitaron a arroz con gallina,
que estaba buenazo y que disfrutamos bajo una lluvia torrencial. Y con gaseosa,
claro. Un poco más tarde jugaba el Perú, así que nos quedamos a verlo. Uno de
los papás se acercó a mí a preguntarme: “Padre, ¿podemos tomar una cervecita?”.
“Claro” – le dije, “yo también voy a tomar”. Si hubiera dicho que no, estoy seguro de
que no habría asomado ni una botella; es curioso el respeto –lindando con
el candor- del personal.
Se pueden figurar el cuadro: todos los del bautizo
siguiendo el partido por la tele, animando y riendo, y las chelas circulando. Digno de
un día de picnic en una hacienda colombiana de la serie de Pablo Escobar:
los jefes, los amigos, las mujeres y los niños de todos, los guardaespaldas…
jaja. Hasta los abuelos: el patriarca, que es la única persona de la cuenca del
Yavarí que se confiesa, y la “Morena” que estaba cocinando y ni siquiera
asistió a la misa.
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