Allí no se llega por casualidad, porque no está en el Amazonas grande: hay que entrar a una quebrada una hora río arriba desde Pebas y, después de un rato de navegación, aparece este centro poblado, sede de uno de los puestos de misión de nuestro Vicariato. Era la primera vez que iba, y también para apoyar el encuentro local de animadores de comunidades.
Sobre la fachada de la iglesia, un rótulo: “50 años compartiendo el Evangelio.
1964-2014”. Es pues una presencia con solera y trayectoria, fundada en la
primera época de los misioneros canadienses, las ursulinas y los franciscanos.
Como además no se ven demasiadas sectas ni hay israelitas por allí, podría
decirse que es lo más parecido a una
pequeña “cristiandad amazónica”: la Iglesia católica tiene una posición de predominio
en la población y su entorno.
Se intuye al conocer el colegio de las
religiosas, imponente y prestigioso, bien implementado y con alumnos de todo el
distrito. Cuando paseo por aulas y patios, varias personas me preguntan si “vienes a reemplazar al padre Rafa,
¿verdad?” (Rafa fue trasladado en febrero). Allí mismo y por la calle,
caminando por la vereda, los vecinos me
saludan y me llaman “padre” con
naturalidad y costumbre, nada que ver con Islandia, donde el sacerdote es
una cusiosidad o una anomalía que la gente no descrifra.
La inundación en Yanashi es anual y dura
dos o tres meses, todas las casas tienen su marca del nivel que este año
alcanzó el agua y durante el tiempo de
crecida hay que desplazarse por el pueblo en canoa. La iglesia se halaga
(como se ve en la foto) y también la plaza de armas, la larga calle junto a la
quebrada y muchos edificios. Las actividades pastorales deben retrasar su
inicio hasta finales de mayo. Pero todos dicen que ya están acostumbrados (qué
remedio).
El encuentro de animadores tuvo
representación de unas 30 comunidades, aproximadamente la mitad de las que
pertenecen a esta parroquia. Los había veteranos, como en San Pablo, pero
también participaron ocho o nueve jóvenes
de Huanta, un grupo muy majo, se están preparando para ser catequistas. Una
esperanza en esta época de bajada de la animación de las pequeñas comunidades
por falta de reemplazo de los responsables clásicos, la crisis de la Iglesia en
su versión selvática.
Apenas estuve en Yanashi dos días y medio,
pero en ese poco tiempo llegaron a “casa
del padre” varias personas. Algunos con problemas económicos; otros a pedir
consejo ante una situación difícil; el alcalde a llevarme para bendecir una
obra que iban a inaugurar (me tuve que cambiar de ropa e irme al toque, ya estaba la gente
esperando…); y también hubo quien sencillamente quería conversar. Hay acá muy buenos laicos, gente de gran
calidad humana y formación, acostumbrados a la responsabilidad, con
recorrido, curtidos en mil batallas… Emérita, José, Juan Pablo, Mauro, Tania,
Jarve… han visto pasar a muchos misioneros y ellos quedan, fieles e
incombustibles.
El domingo me encontré con la iglesia,
grandaza, casi llena. Reflexionamos y celebramos el mandamiento principal,
había guitarra y bombo, animador y lectores, pero la colecta apenas alcanzó los
20 soles, una miseria. Al final de la misa les dije unas palabras; primero que estoy
seguro de que Monseñor Javier les enviará otro presbítero en cuanto tenga
oportunidad (aplausos); y segundo que, ya que se da la circunstancia de que no
hay más misioneros extranjeros en Yanashi (las ursulinas actuales son todas
peruanas, dispuestas, activas, serviciales y un encanto), es urgente ponerse las pilas y concienciarse de que la parroquia hay
que mantenerla entre todos. Antes los padres tenían plata y ellos se
encargaban de los gastos, además de darle a la gente; ahora es otro momento y
se necesita que todos colaboremos, es nuestra iglesia y nuestra pastoral (aquí
no hubo tantos aplausos).
La verdad, me encantó Yanashi, le veo bonitas posibilidades. Si alguna vez me toca, iré con mucho gusto. De todo el Vicariato ya solo me queda un puesto de misión por conocer: Soplín Vargas, en el Putumayo. Y pienso ir más pronto que tarde.
La verdad, me encantó Yanashi, le veo bonitas posibilidades. Si alguna vez me toca, iré con mucho gusto. De todo el Vicariato ya solo me queda un puesto de misión por conocer: Soplín Vargas, en el Putumayo. Y pienso ir más pronto que tarde.
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