Querían sus responsables (y creo que siguen
en eso) que participara yo las dos semanas que dura ese taller de formación de
catequistas, pero me resistía. Primero porque enero es un mes bueno para salir a
las comunidades ya que el río está crecido y se llega a muchos sitios; segundo
porque me habían contado que los participantes eran muy chivolos. Pero Ana Mª me pidió
entonces darles un día de retiro, y ahí piqué.
Encontré a un grupo de 41 catequistas, o
más bien proyectos de tales, porque la mayoría tienen entre 14 y 17 años. O
sea, adolescentes y jóvenes con su bulla, su desparpajo, su energía desbordante…
caí irremediablemente, claro. Y además me
atreví a darles el Principio y Fundamento junto con una mezcla del segundo
ejercicio de la primera semana y el Rey Temporal, todo cocinado y traducido
a su universo (como he podido, ¿eh?). Toma ya.
Por si fuera poco, sugerí estar la jornada entera en silencio total.
Dudamos de si serían capaces, lo dialogamos el día antes entre los asesores… y
nos lanzamos. ¿Y qué creen? Efectivamente, nada se resiste a la capacidad de
los jóvenes de cualquier cultura. En la tarde había algunos ya un poco
cansados, pero en general fue impresionante.
Dar el retiro ha sido anunciarles a Jesús, separar
un tiempo exclusivo para tratar de provocar su encuentro con Él… no sé si hay
una faceta más primorosa de la misión, una tarea más completa. Proponer ideas,
elementos, textos, imágenes, pautas… que les ayudaran a sentir y gustar el abrazo de Diosito lindo, qué maravilla. Me conmoví mirándolos sumergidos en el
sosiego y la soledad, y me experimenté como un padre aún más que otras veces.
Por la edad (cada vez son más pequeños…), por el recorrido y sobre todo por el
cariño que sentía por ellos sin conocerlos. Puedo vislumbrar su potencial
envuelto en sus cuerpos y mentes todavía inmaduros, pero una fuerza preciosa y
vibrante.
Cuando terminaban un ejercicio escribían un
tuit, una especie de destilado en
pocas palabras de lo que habían vivido, y la
maloka se fue sembrando de frases como jirones de vida y de fe, a su estilo
y con su lenguaje. Eran ecos de los puntos
ofrecidos, las claves ignacianas tan queridas, estudiadas, profundizadas y
entregadas por mí, que se me devolvían impregnadas de espíritu joven y
amazónico, tuneadas y recargadas,
directas a enriquecer mi “conocimiento interno”.
Y luego están las conversaciones con unos y
otros, la necesidad tan grande de
abrirse, de sentirse acompañados, de crecer, de afrontar los retos y las palizadas que el río de la vida arrastra.
Qué privilegio escuchar y poder hacer de espejo, para que la persona se
contemple con más claridad, como otras veces han hecho conmigo.
Al regresar a mi misión habitual, que no
pasa de la presencia, el silencio y el anonimato, noto que me han hecho bien
esos días en Indiana. Disponer de un
auditorio ante el que ejercer descaradamente de evangelizador resulta
refrescante. En la evaluación los chicos ya me contrataron para retiro del
año próximo, ya se verá. El problema es que si los jefes vuelven a intentar ficharme como fijo y ya no eventual, no sé a qué argumentos acudiré para rehusar.
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