Me habían avisado de que este año los maestros querían una Eucaristía en su fiesta. Siempre desconfío un poco de estas misas medio “oficiales” puestas por protocolo tradicional o por inercia en los programas año tras año, así que, como pasaban los días y nadie llegaba a coordinar, pensé que me iba a librar. Pero no, justo en la víspera aparecieron varias profes, preparamos todo, las llamé proclastinadoras… y al día siguiente me llevé una buena sorpresa.
Aunque llegaron tarde (las 7 am hora
peruana fueron las 7:45), estaban casi
todos los maestros en la Iglesia: los de inicial, primaria, secundaria, los
del nocturno, FP y hasta alguna de la guardería de 0 a 3 años. Cada sección con
los uniformes de las grandes
ocasiones: los del Colegio con camisa lila pálido, las del jardín de rojo, el
tecnológico con polo blanco y yo con mis trapos
de cura en modo “medio obligado” y temiendo ser un adorno viviente y exótico en
un día de celebración. Y así empezó la cosa.
Pero enseguida noté buen ambiente y
que el personal se lo tomaba en serio y se metía. Cantaban, salieron a leer las
lecturas… y llegó la homilía. Empecé diciéndoles que para mí este día es muy
entrañable, porque mis papás son los dos maestros y en mi casa lo vivíamos
mucho; luego les conté que yo mismo he dado clase varios años, y no solo de
religión, sino también de otras materias porque yo soy de química. “Soy colega de ustedes” (sonrisas y caras
de asombro y concentración). Jeje, ahí
me los gané.
Hablamos de que es una profesión
muy desprestigiada socialmente, a pesar de que los maestros (ni “enseñantes” ni
“profesionales de la educación”, qué horror) son una pieza clave en el
desarrollo de un país. “Creo que el
problema número uno del Perú es la educación”. El profesor es un educador que
acompaña al niño en su proceso de crecimiento y le ayuda a sacar de dentro lo
mejor de sí. “El don que Dios ha puesto
en ustedes es la capacidad de mirar al joven y ver no solo lo que es, sino lo
que puede llegar a ser”. Toma ya. Había
conexión, feed-back, y eso es un gustazo.
Les cité al Papa Francisco:
¨Ser
profesor no es solo un trabajo si no una relación en la que cada maestro
debe sentirse enteramente implicado como persona para dar sentido a la tarea
educativa, hacia los propios estudiantes y les llamo a amar con mayor
intensidad a sus estudiantes más difíciles, más débiles y más desfavorecidos¨.
Hacia el final les advertí que “les voy a dar un par de consejos, cosa que
no puedo hacer con los que se casan porque no tengo ni idea”. Se rieron,
como durante toda la reflexión, y escucharon atentamente que “el maestro bueno es como el Buen Pastor. Se
educa mediante la relación personal: si ustedes quieren a sus alumnos, lo
conseguirán todo de ellos. Pero no basta amarlos: es necesario que ellos se den
cuenta de que ustedes los quieren, que ellos les importan, están de su lado y
buscan únicamente su bien. Si lo perciben, se cierra ese círculo mágico y
acontece el milagro de la educación”. De casta le viene al galgo, o sea, de
Don Bosco. “Pensemos cada uno en nuestros buenos maestros. El agradecimiento a ellos
es eterno, no caduca nunca, como el amor de una mamá; háganse merecedores de
ese agradecimiento”. Esto es de cosecha propia. Después de la comunión
cantaron hasta el himno del maestro, y entonces varios profes me invitaron,
espontáneamente y en voz alta, a su almuerzo de fiesta.
Yo tenía planes de ver el Brasil-Bélgica,
pero por supuesto que acepté y fui. Nada
de restaurantes elegantes, nos juntamos en el recreo campestre “La Tangarana”,
propiedad del subdirector de primaria (en el Perú los maestros ganan tan poco
que casi todos han de tener otros trabajos), y comimos ceviche preparado por la
profe Julia y pachamanca (carnes condimentadas acompañadas de papas y camote) encargada a los israelitas, todo en platos y cubiertos descartables
-pobre planeta-. Pero lo mejor fue la fiestecita de sobremesa. Habían llevado un montón de premios y
enseguida un par de profes-presentadores armaron varios concursos: de
baile, de modelaje, de adivinanza de
canciones, de chistes… ¡qué risa! Qué buen rato pasamos, entre bromas y con
alguna cervecilla circulando por ahí.
En todo momento me sentí a gusto y
bien, y en absoluto un postizo ocasional. No fue nada solemne, sino sencillo y
de andar por casa, y me encantó. Meditaba
que lleva tiempo y esfuerzo entrar en
un pueblo, ser parte de la gente, y me sentí íntimamente orgulloso de estar
allí. Y feliz recordando a Mamá y Papá y celebrando su larga y preciosa labor
de educadores, conmigo el primero. De hecho, esta entrada está dedicada a ellos
de manera especial. ¡Felicidades!
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